Mi vida ha pasado de ser casi, casi perfecta a ser una mierda total. Estar escayolado de arriba abajo con una tía que no para de hacerme la vida imposible... Eso no es algo que pueda soportar por mucho tiempo.
Enciendo mi móvil y miro el fondo de pantalla. Aún tengo la foto de Sydney de fondo de pantalla. Necesito saber que aún la tengo en alguna parte, que nunca la dejaré marchar. No del todo.
Esta tarde está siendo la más aburrida sin duda. Llevo tres días enteros metidos en casa sin hacer nada. Y lo más asombrante es que Samantha no ha abierto la boca para nada. Desde el primer día se ha dedicado a hacer lo que le dije y cuando no tenía que hacer nada se dedicaba a leer.
—¿Qué lees? —pregunto.
La verdad es que me importa una mierda qué lee, pero estoy tan aburrido que molestar a esta chica se hace una opción interesante.
Ella, sentada en el sofá, levanta la cabeza y frunce el ceño. Después de unos segundos pasa de mí y sigue leyendo, como si no le hubiera hablado. No me gusta que me ignoren así. Sydney no trataba así a la gente.
Cuanto la echo de menos...
—A mí no me gusta estar aquí y no me quejo.
—¡Venga ya! No has hecho nada más que refunfuñar desde que estás aquí, y por si no lo recordabas, vas a tener que aguantar tres semanas como mínimo.
—¿Como mínimo? Perdona chaval, pero si te crees que estoy aquí por gusto y voy a estar más semanas de las necesarias, te equivocas.
Cierra el libro y se gira para encararme. Se ha puesto roja del enfado en un abrir y cerrar de ojos. Su pelo, recogido en un moño despeinado y sus gafas de pasta la hacen ver una adolescente total que acaba de coger una rabieta.
—¿Sabes qué? —dice después de un momento—. Que te jodan.
—Controla tu lenguaje aquí, porque no me quieres ver enfadado.
Esta chica tiene toda la pinta de ser muy rebelde. No quiero a gente así en mi casa, y menos cuando estoy medio paralítico de cuello para abajo.
Al menos si pudiera levantarme...
—¿Ah no? ¿Y qué me vas a hacer? —Sus labios forman una sonrisa—. Te recuerdo que vas a tener que estar así tres semanas. Como mínimo —repite mis palabras.
Antes de poder responderle me llega una notificación de Nick al móvil, haciendo que se encienda. Samantha mira mi móvil y levanta las cejas.
—Hay algo que se llama privacidad, por si no lo sabías.
—¿Esa es tu novia? —pregunta ignorándome—. Es muy guapa.
Podría decirle que ha muerto. Podría decirle que he sido un capullo y le he arruinado la vida, porque ella aspiraba a alguien mucho mejor que yo. Podría explicarle... En vez de decir todo eso me dedico a asentir en silencio.
—Siento lástima por ella —dice suspirando—. No me imagino lo que tiene ser estar contigo.
Siento unas ganas terribles de estrangularla ahora mismo, pero me contengo, sobre todo porque en estas condiciones no puedo.
—En fin... ¿Vemos una peli? Me he cansado de leer.
Esta chica es flipante. O más bien bipolar.
Eso me recuerda a las primeras veces que vi a Sydney. Su pelo negro recogido en una coleta despeinada y sus mejillas coloradas mientras me acusaba de ser bipolar, después de chocar contra mí. Esa escena me pareció realmente graciosa, pero no se lo iba a decir, delante de Nick.
Enciendo la televisión y abro Netflix. Mi afición no es especialmente ver películas, y menos con una chica que tiene pinta de que me quiera matar ahora mismo, pero no hay muchas más opciones.
—¿Cuál quieres ver? —Empiezo a pasar las películas.
—Me da igual, pero tengo tres horas hasta las ocho, así que elige la que quieras.
Se pone cómoda en el sofá, lo más alejada de mí, y se hace una bola, subiendo las rodillas a la altura de su barbilla y rodeándoselas con los brazos. No sé qué le pasa, pero no me pienso mover para que no se caiga del sofá. Porque estoy en el medio del sofá y ella está en una punta. Y el sofá no es muy grande, que digamos.
Pongo una peli cualquiera, porque no tengo ninguna preferencia en especial. Resulta que acabamos viendo Star Wars, una película que veía de niño.
Realmente no me estoy enterando de la película, pues mi cabeza está en otra parte. Recuerdo cómo era Sydney, tan preocupada por su amiga y con un carácter tan inocente... Comparada con Samantha era un ángel caído del cielo. No sé cómo dos personas pueden llegar a ser tan diferentes: Sydney y Samantha son totalmente diferentes, y es por eso que me irrita tanto tenerla cerca ahora mismo.
A la mitad de la película noto como su respiración se hace cada vez más lenta. No creo que le esté gustando mucho la película, y al girar la cabeza en su dirección compruebo que tenía razón. Está completamente dormida.
Ahora que la puedo observar sin que me diga nada, me fijo un poco más en ella. Es muy baja, demasiado diría yo. Y su nariz respingona y labios finos hacen que tenga unos rasgos aniñados.
Es todo lo contrario a Sydney. Ella tenía unos labios carnosos, y un carácter más sensato, pero a la vez inocente. Esos labios me volvían loco, y su forma de ser, era una cosa que me encantaba.
Si se conocieran serían polos completamente opuestos.
¿Qué coño?
¿Por qué estoy pensando en esto?
—Ya son las ocho y cinco. Me tengo que ir ya —dice Samantha, levantándose del sofá.
No sé cuándo se ha despertado, pero no menciona el hecho de que se ha quedado dormida y que no ha visto la película. Y parece que no tiene intención de quedarse más tiempo, así que paro la película, ya que yo tampoco la estaba viendo.
Asiento y la miro mientras se pone la chaqueta vaquera y se cuelga la mochila al hombro. Aunque estemos en verano por la noche refresca, y es que en general, aquí no hace mucho calor en verano.
—Hasta mañana.
—Adiós.
Seguido de eso cierra la puerta y se va.