Mi cara se contrae en una mueca al ver a Samantha entrar por la puerta con una persona. Se trata del médico que me atendió en el hospital el día del accidente, creo que era el doctor Smith o algo así. Va con una bata y unos pantalones largos de vestir. En cambio, Samantha va con unos pantalones cortos y una camiseta informal.
—Buenos días, ¿sucede algo? —pregunto—. Se supone que no debería verme hasta que hubieran pasado las cuatro semanas de reposo.
—Buenos días —dice el médico—. Estuve mirando con más detenimiento tus radiografías después de que te fueras, y me di cuenta de que el esguince del pie no es tan grave como pensaba en un principio. Debería curarse en unos días. Tu brazo no va a tener la misma suerte, vas a tener que esperar las cuatro semanas para que se recupere del todo.
No hay mejor noticia que esa. Estar en una silla de ruedas durante tres semanas no era mi mayor devoción, así que ahora que en unos días podré moverme solo, ya que el tobillo izquierdo que me había torcido ya se ha recuperado del todo.
—Me alegra escuchar eso —digo sonriendo—. Entonces Samantha no hace falta que siga trabajando, ¿no? —pregunto esperanzado—. Me puedo valer por mi mismo con un solo brazo.
—Chico, Samantha tiene que hacer estas prácticas de manera obligatoria. Así que tendrá que quedarse contigo las tres semanas que quedan. ¿Hay algún problema?
Paso mi mirada del doctor a Samantha por un momento. Parece que haya palidecido un poco, mirándome con súplica en sus ojos azules.
—No, qué va. Estamos perfectamente, ¿verdad Sam? —digo como si nada.
Samantha asiente lentamente, con los ojos como platos. Seguramente no se esperaba eso ni mucho menos, pero no soy tan capullo.
—Perfecto. Déjame revisar tus esguinces y ya me voy.
Después de ver cómo el médico comprobaba que había hecho el reposo necesario y me hubiera tomado los medicamentos, se va rápidamente.
—Tómate eso como una disculpa —le digo a Samantha.
—¿Una disculpa? En todo caso debería ser yo la que debería disculparse. —Hace una mueca con los labios—. Y lo siento mucho. Te juzgué antes de conocerte y eso no está bien.
—Acepto tus disculpas. Pero tengo que admitir que yo también tengo parte de la culpa de tu actitud. Me he comportado como un verdadero capullo estos días. La muerte de... Sydney, no la he llevado muy bien.
—Tengo la impresión de que no hemos empezado por un buen camino. ¿Qué te parece si comenzamos de nuevo? —dice levantando una mano hacia mí.
Me la quedo mirando por un momento. Su cara no es la misma que la de ayer, esta vez me mira con una sonrisa en sus labios y espera pacientemente a que le responda. Puede que tenga razón. Empezar de cero es una buena idea para dejar de lado todo este mal rollo que hemos estado llevando desde que nos hemos conocido. Al menos no me sentiré tan mal dentro de lo que cabe.
Levanto la mano que tengo bien y se la estrecho.
—Me parece bien.
—Y bien, ¿qué quieres hacer hoy? —pregunta.
—Desayunar. Me muero de hambre.
—¿Tengo que prepararte todo...?
—Claro. ¿Qué pensabas, que era para fastidiarte? No soy tan capullo.
Suspira pesadamente y va a la cocina a preparar el desayuno. Además, ella es más rápida y le sale mucho mejor que a mí. Muchas veces me sale la avena demasiado aguada, o se me queman los huevos porque se me olvidan. En fin, no sirvo para cocinar.
—Listo —grita desde la cocina.
Voy a la cocina en la silla de ruedas y me pongo en frente de la mesa. Doy gracias porque la silla tenga un mando automático que la dirige, porque de no ser así sería un inválido total. Y eso no me hace mucha gracia. Lo bueno de los hospitales privados es que siempre tienen la maquinaria y aparatos más nuevos que han salido al mercado.
La mesa, como siempre, está perfectamente ordenada. Con el bol de avena por un lado, los huevos revueltos en un poco más arriba a la derecha, y el zumo a la izquierda. Los cubiertos están alineados junto con la servilleta.
Desde que es ella la que cocina los platos, cubiertos y vasos están perfectamente alineados, como si tuviera un patrón para ponerlos, de manera que no se salga ninguno de su sitio. Me parece increíble que una persona le de importancia a eso, sobre todo cuando la gente empieza a comer y vuelve a desordenarlo todo.
—Una pregunta —le digo a Samantha—, ¿tienes alguna obsesión con el orden o algo parecido?
—Sí. No me juzgues, desde que era pequeña he tenido un TOC con el orden y la limpieza. —Se encoge de hombros, como si fuera normal.
—Pues mejor no entres en la habitación de Nick —me río—. Es un desastre.
—No lo tenía en mis planes, tranquilo.
Los dos estamos un rato en la cocina hablando mientras me como el desayuno. Al fin y al cabo, no era tan mala persona como me esperaba. Y por lo que he podido ver desde que tenemos esta "tregua" no se calla ni debajo del agua.
Me ha estado contando que está estudiando enfermería, y que tiene una compañera de piso muy antipática que no la deja tranquila. También me ha dicho que tiene una hermana, y que su familia está viviendo fuera, mientras ella está aquí haciendo la carrera en la universidad.
Eso quiere decir que tiene un año más que yo, pues yo se supone que empiezo la universidad este año, y ella comenzó el año pasado.
Aún no me ha llegado ningún comunicado de la universidad, y sinceramente ya estoy planteándome el hecho de que no me han cogido y tenga que pasar un año sabático.
—¿Este año empiezas la universidad? —me dice Samantha desde el salón.
Asiento.
—Se supone que si me aceptan la solicitud empiezo en dos meses. Si no me responden tendré que esperarme al año que viene.
—Vaya, eso no pinta bien... Pero seguro que te cogen —me anima.
Mis padres me dijeron que no iban a estar en casa durante un mes. Las oficinas de mi padrastro están en otro país, y tienen que pasar la mayor parte del tiempo allí con sus abogados. Mi madre realmente no sé lo que hace, pero supongo que tendrá que acompañar a su marido durante todos sus viajes. A mí no me importa mucho, de hecho, lo prefiero así. Quiero que disfrute de todo lo que no ha podido durante su otro matrimonio.
Pasamos el día sin ninguna pelea, cosa que parecía imposible al principio. Al fin y al cabo, no me imaginaba que era tan risueña. La primera vez que la vi me recibió con una cara de pocos amigos y un ceño fruncido. Después de eso la cosa no fue a mejor y hasta ahora no había un día que no nos peleáramos.
Cuando se va miro de reojo como su pelo rubio se balancea en su coleta alta. Sus pantalones cortos se le ajustan perfectamente a sus piernas bronceadas.
Sacudo la cabeza y miro hacia otro lado. No debería estar pensando en eso.
Después de un rato sin hacer nada decido enviarle un mensaje a Sam, el hermano de Sydney. Desde que pasó todo no nos hemos hablado, y sinceramente me preocupa como debe de estar. Coño, era su hermana...
Yo: Hey Sam, ¿Qué tal llevas todo?
Tiro el móvil encima del sofá y me pongo a ver la televisión. De todos modos, no tengo que hacer nada. Mejor dicho, no puedo hacer nada.