La camarera nos toma nota y se va a atender a otras mesas.
No sé en qué estaba pensando cuando le pedí salir a cenar a Samantha, pero lo más asombrante es que aceptó sin ningún problema. No es el tipo de chica que te hace esperar horas hasta darte una respuesta.
—Entonces... ¿A esto se le puede considerar una cita? —me pregunta mientras bebe de su vaso lleno de Coca-Cola.
—Puede ser. —Las comisuras de mis labios se alzan un poco.
Ni siquiera yo estoy seguro de que esto sea una cita. Lo que sí que sé es que no quiero que Samantha deje de hablarme en cuanto acabe sus prácticas. Y queda tan solo una semana para eso.
Me lo he pasado muy bien estas semanas. No me había sentido así de bien desde hacía meses, cuando Sydney aún estaba en mi vida. Si puedo hacer que al menos me considere un amigo, es mejor que nada.
—Oh vamos, ahora era tu momento de declararte y decir que me jurabas amor eterno.
Me río antes sus ocurrencias.
La noche se me pasa volando, hablando de todo un poco. Y antes de que me dé cuenta estamos saliendo por la puerta del restaurante.
—Me lo he pasado muy bien. Ha sido divertido. —Sonríe.
—Yo también.
Volvemos a mi casa, pues hemos venido en su coche. Yo aún tengo el brazo escayolado y no puedo conducir.
Cuando el coche para en la puerta de mi casa los dos nos bajamos. Los dos vamos hacia la entrada de mi casa, pero antes de llegar se para repentinamente haciendo que tenga que darme la vuelta para mirarla.
—Alex, antes de irme quiero hacer una cosa.
—¿Qué quier...
Cuando estoy a punto de acabar la frase se acerca a mí y pega nuestros labios. Se pone de puntillas, pues es muy bajita para mí, y pone sus brazos alrededor de mi cuello. Me pilla desprevenido, porque no me esperaba esto. Ni mucho menos. Pero no me niego y continúo el beso, y... Madre mía.
—Eso era lo que quería hacer —dice cuando nos separamos.
Se da la vuelta rápidamente y se dirige al coche sin dejarme decir nada.
—Nos vemos mañana.
Arranca y se va por donde ha venido. Cuando los faros se han perdido en la oscuridad aún estoy de pie en la puerta.
Samantha sabe besar, muy bien, a decir verdad. Y la cena ha sido una de las mejores noches desde que pasó todo. Además, me ha ayudado a pasar página mucho más rápido de lo que esperaba.
¿Qué demonios me está pasando?
No tengo ni idea, pero no puedo esperar a mañana para volver a verla.
Hoy es el último día que voy a pasar con la escayola. Según lo que me dijo el médico mañana tengo que ir al hospital para que le la quiten. Samantha no pudo pasar los últimos días aquí en casa, pues me pidió como un favor personal que le diera los últimos días "libres" para poder estudiar.
En casos normales me tendría que negar rotundamente, pero no podía ser tan capullo cuando ha estado aguantándome durante todas estas semanas.
El tiempo se me ha pasado mucho más rápido, y me jode mucho que no esté aquí ahora mismo. Pero tendré que aguantarme y pasar el día en casa sin hacer nada.
Mis padres vienen mañana, pero no estoy seguro de que estén a tiempo para poder acompañarme para ir al hospital.
—Hey Alex, ¿qué tal? —suena al otro lado del teléfono—. El otro día estábamos un poco tensos los dos. ¿Qué te parece...
Cuelgo antes de poder escuchar más. La voz de mi primo Adam se corta al otro lado de la línea. No quiero saber nada de él en mucho tiempo. Y mucho menos quiero que me llame e intente arreglar cosas que ya no se pueden arreglar.
Tiro el móvil en mi cama y me siento en el escritorio. Desde la ventana de mi habitación puedo ver cómo mi hermano nada sin parar. Me gustaría estar como él, pero el maldito brazo no me lo permite.
Le envío un mensaje a Samantha para ver qué tal lleva el estudio.
Samantha: No muy bien. Me queda una semana, así que supongo que adelantaré con el temario estos días.
Yo: Te ofrecería ayuda, pero no tengo ni idea de todo eso.
Samantha: Jajaja. No pasa nada.
Suspiro y voy a ver a Nick al jardín. Es casi la hora de comer, así que si no quiero morirme de hambre supongo que tendré que avisarlo para que haga algo de comer.
Bajo las escaleras rápidamente, y voy hasta la piscina.
Nick está fuera con una toalla alrededor de la cintura. No me sorprende en absoluto que tenga un libro entre las manos. Desde que lo conocí hasta ahora ha sido un cerebrito y siempre que puede está leyendo o estudiando. De ahí que tenga una matrícula de honor en los estudios.
—Es hora de que prepares la comida.
—¿Ahora? —Levanta la cabeza de las páginas del libro para mirarme con el ceño fruncido.
—Sí, ahora.
Suspira y cierra el libro. Cuando se levanta coge el móvil y empieza a marcar un número.
—¿A quién llamas ahora? —le pregunto.
—Si quieres comer tendremos que pedir la comida, ¿no? —dice como si fuera obvio—. Qué prefieres, ¿comida china o pizza?