Últimamente Samantha y yo hemos estado saliendo de casa muy a menudo. Esas cuatro paredes se me echaban encima, y Samantha no parecía muy dispuesta a quedarse en casa si tenía alguna posibilidad de salir a la calle.
Nick está aprovechando para salir de fiesta y ver a Emma, por lo que no se le ve por casa. Solo para dormir, y si estamos de suerte, para desayunar. Si fuera él el encargado de cuidarme seguro que ya estaría desmayado de hambre. Por eso no quería que fuera él el que se tuviera que encargar de mí cuando me escayolaron.
Mientras vamos en su coche a no sé dónde, no recuerdo muy bien qué me ha dicho esta mañana, mi mirada se fija en una chica paseando por la acera. Lleva un sombrero que le cubre parte de la cabeza, y unas gafas de sol. Sin embargo, sí que puedo ver su pelo le llega a la altura de los hombros y es negro como el azabache. Sus piernas largas están desnudas por el vestido que lleva, y cuando gira la cabeza un poco puedo ver que sus labios...
No puede ser. ¿No será...?
Sacudo la cabeza. Ella ya no está. Ella es parte de mi pasado y nada más.
—Parece que hayas visto a un fantasma —me dice Samantha—. Estás pálido.
—No es nada. ¿A dónde vamos?
Vuelve la cabeza a la carretera y sigue conduciendo. Llevamos más de 15 minutos en el coche y contando con que el centro de todo solo está a 10 minutos de mi casa, no tengo ni idea de donde quiere llevarme.
—A ver, se supone que eras tú el que me tenías que dar indicaciones para saber a dónde teníamos que ir, pero como no hablabas he tirado por mi cuenta. —Se encoge de hombros.
—Perfecto. Pues no me acuerdo de cuando dijiste eso.
—Puede que cuando salimos de casa. Bueno, no estoy segura. ¿Te lo dije?
—Pues no lo recuerdo, así que probablemente no.
Suspira y da media vuelta.
—Volvamos a la ciudad y empecemos de nuevo la ruta. Porque no tengo ni idea de donde nos encontramos.
—Muy bien Samantha —digo sarcástico.
Se queda callada y sigue conduciendo como si nada. Ignoro su cara seria y su ceño fruncido el resto del camino. Mi mente está muy dispersa, pero la cara de la chica que he visto juraría que era Sydney. Parecía tan real...
Cuando para el coche estamos frente a una pizzería muy cerca de casa de Sydney y Sam. Parece que lo haya hecho a posta, y eso me enfurece. La fachada azul y roja llena de carteles con promociones nos da la bienvenida. No hay mucha gente, cosa que agradezco. No tolero muy bien las multitudes.
—¿Qué demonios hacemos aquí? Aún son las once de la mañana.
Miro mi reloj para comprobar que estoy en lo cierto: son las once y diez. Mi mirada va de ella a la pizzería, como pidiendo una explicación.
—Como no me has dicho dónde querías ir he decidido que vamos a ir donde yo quiera. Y como tengo hambre vamos a comernos unas pizzas.
Levanto una ceja, incrédulo.
—Se supone que estás trabajando para mí, así que móntate en el coche otra vez. Volvemos a casa, ahora.
—¿Qué demonios te pasa? —dice desafiante—. Tu cara me dice que estás de mal humor.
—¿Y qué sabrás tú? —levanto la voz.
—A mí no me grites. —Levanta la cabeza para mirarme de manera amenazadora.
No sabe con quién está hablando.
—Perdona bonita, pero yo tengo el poder en esta situación, así que móntate en el coche que nos vamos.
—¿Qué poder? A mí no me manda nadie. —Me mira de arriba abajo—. Y menos tú.
—Te recuerdo que tu carrera depende de mí. Si no apruebas repites este año —le recuerdo.
—Y que te deje tirado aquí depende de mí.
Nuestras caras están muy cerca ahora mismo. Nuestras narices apenas rozándose.
—No. Me. Desafíes. —digo con los nervios a flor de piel—. ¿Te queda claro?
—No.
Noto que el pulso me va a mil. Esta chica me saca de mis casillas, y no hace más que llevarme la contraria constantemente. La respiración la tengo agitada cuando nuestras caras se acercan cada vez más.
Sin pensármelo dos veces pego mis labios a los suyos. Necesito que se calle de una vez, tiene que saber quién tiene el control. No me gusta que me lleven la contraria y Samantha parece experta en eso.
Al principio se queda paralizada, pero después de unos instantes me devuelve el beso. Sus manos se enredan en mi pelo, y su cuerpo se pega más al mío.
Pero, ¿qué estoy haciendo?
No, joder. Yo no quería esto.
Despego mis labios de los suyos antes de que la cosa vaya a más. Nuestras respiraciones están agitadas y sus labios están más hinchados.
Me mira desde su baja estatura, con una mirada muy diferente a la de hace unos minutos, pero aun así frunce el ceño otra vez.
—¿Qué acaba de pasar? —dice separándose de mí, con los ojos como platos—. ¿Por qué lo has hecho?
Sacudo la cabeza incapaz de responder. Porque ni siquiera yo sé muy bien lo que me ha pasado, se me ha ido la cabeza. El estrés de tenerla cerca me puede, y si no se calla peor aún.
—No tengo ni idea, lo siento. No volverá a pasar.
Se vuelve a acercar a mí y me coge la cabeza entre las manos, mirándome a los ojos. Ahora que puedo verlos más cerca me doy cuenta de que tiene pequeñas manchas de color verde alrededor de la pupila, alternando el azul y el verde. Nunca había visto nada igual.
—Alex, ¿por qué lo has hecho? —repite lentamente.
—Joder Samantha, ¿no puedes dejarlo estar?
—No.
Desesperante. Mi mano va a mi cabello, aferrándose en el como si me fuera la vida en ello. De no se por estar escayolado ya me hubiese ido hace bastante.
—No sé muy bien porqué lo he hecho, pero me desesperas tanto, y tú no te callabas y... Dios mío, me sacas de mis casillas y ahora no necesito más estrés del que me causo a mí mismo.
Se queda callada.
—Te prometo que no volverá a pasar —Digo después de un rato.
—Alex...
—Lo siento mucho, en serio —digo arrepentido.
Y es que esto no debería haber pasado nunca. Está aquí conmigo por la universidad, no puedo hacerle esto y arriesgar a que tenga algún problema. No quiero tener que depender de la vida de nadie, sobre todo después de lo que le pasó a Sydney.
Ese beso ha sido por pura rabia, en un arrebato de enfado, pero no puedo negar que me ha sorprendido. Y para bien. Sus labios finos se movían a la perfección, y Dios... sabe besar muy bien.
Sin embargo, no se le puede comparar a lo que sentía con una sola caricia de Sydney. Recuerdo cada vez que me sonreía antes de subirse a la moto y agarrarse a mi espalda. Me gustaban tanto esos momentos que iba más lento de lo normal para alargarlos todo lo que podía. Lo sé, suena muy cursi, pero Sydney sacaba lo mejor de mí.
—Alex, no pasa nada. —Se sube las gafas—. Sé que a veces puedo ser muy pesada... Pero ha merecido la pena porque... Dios mío, besas increíblemente bien.
Lo que decía, una caja de sorpresas.
Se vuelve a subir al coche al mismo tiempo que yo voy en dirección a la pizzería.
—¿Dónde vas? —me dice.
—A la pizzería.
—¿No querías ir a casa?
—Vamos, —Abro la puerta del local esperando a que venga conmigo—, después de esto te debo una disculpa.
Se baja del coche y viene en mi dirección.
—Pues vamos a comernos unas pizzas.