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Despertó solo pero no le importó del todo, tenía que ir a trabajar. Tomó una pequeña ducha antes de colocarse la armadura y colgarse la mochila de ender.

Una vez fuera de casa caminó al ayuntamiento donde firmó su entrada para el turno matutino y tomó una espada encantada. Mantener a Karmaland protegido era una tarea sumamente difícil e importante así que se sentía orgulloso de él mismo.

—Vamos Vegetta, nos toca proteger por el molino.— su amigo Dexter le sonrió mientras caminaban hacia el lugar antes mencionado.

Algunos zombies y arqueros se presentaban aún cuando era de día, arriesgando su vida solo para intentar dañar a alguien pero solo lograban aumentar la fuerza del pelinegro. Comenzó a notar de dónde provenían los enemigos así que se atrevió a sumergirse entre las montañas y la maleza del bosque.

—Ahora vuelvo.— susurró a su amigo mientras caminaba con precaución entre los árboles y se alejaba más.

Logró asesinar y encontrar un spawn de zombies así que eso ya era una batalla ganada para él. Su reloj apuntaba la hora del almuerzo así que sacó de su mochila todo su alimento, no iba a perder tiempo intentando volver para comer con Dexter.

 Su reloj apuntaba la hora del almuerzo así que sacó de su mochila todo su alimento, no iba a perder tiempo intentando volver para comer con Dexter

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El pequeño miraba a su madre con atención, sin perder un solo segundo de las acciones que hacía sobre su piel.

—¿Pasa algo, Samu?— brincó un poco ante la llamada de atención, no era su intensión espiarla.

—¿Estás bien?— se acercó con lentitud a dónde su madre curaba un par de heridas.

—Estoy bien. Ven.— palpó su regazo invitando a su hijo a sentarse. Samuel hizo lo que su madre le dijo y pronto estaba viendo el rostro de su madre en el reflejo del espejo. —Esto no me duele, cariño. Es la manera en la que te padre me demuestra que me ama.— giró a su hijo haciendo que quedarán frente a frente.

Sus lindos ojos morados eran rodeados por moretones negros, sus brazos llamaban la atención al tener tonos verdosos y morados en toda su extensión pero lo más importante eran sus lindas y torneadas piernas, siempre llenas de marcas de colores varios generadas por su esposo.

—Sabes que tu papá me ama mucho, ¿No?— el menor asintió bajando la mirada para jugar con sus manitos. —Yo también lo amo mucho. Cuando amas a alguien se lo tienes que demostrar y tú padre me lo demuestra así.— estiró un poco sus brazos mostrando un moretón morado y azul. —Si relamente amas a alguien debes hacer de todo para que lo sepa, yo lo sé porque no hay nadie más que me haga estás linda marcas, son lindas ¿No?— Samuel levantó la mirada asintiendo mientras colocaba sus dedos tímidamente sobre un morete. —Tu padre me da el derecho de llevar estás marcas porque nuestro amor es puro. Para mi esto es sagrado, ¿Notas todos los tonos que tiene este?— señaló un moretón en su muñeca. —¿Recuerdas cuando vimos aquella presentación sobre galaxias?— Samuel asintió emocionado, amaba todo lo que tuviera que ver con el universo. —Yo tengo galaxias en mi piel, galaxias que tu padre ha hecho.— ahora el pequeño ojimorado entendía y las marcas que antes lo aterrorizaban ahora le aprecian algo lindas. —Pero Samu, esto no es algo que puede hacerle a cualquiera, se le hacen a tu verdadero amor. El derecho a hacer las marcas y el derecho a portarlas es algo sumamente importante, no le harás marcas a solo un acoston, solo alguien que amas puede producir tan lindos colores en la piel de alguien más, ¿Entendiste?— Samuel asintió mientras miraba maravillado todos los colores en la piel de su mamá, ahora entendía porque las portaba con tanto orgullo.

Una semana después aquella señora amable y cariñosa era sacada de su hogar dentro de una bolsa negra y su esposo arrestado por homicidio. El pequeño niño quedó a disposición del Estado y fue de hogar en hogar hasta que encontró el indicado.

—¡John, para!— gritó la pelirroja mientras su esposo se le iba encima y la golpeaba sin parar.

El adolescente ojimorado miraba todo desde la cocina, mordió el sándwich que minutos antes había hecho para después intervenir.

—Hey.— el señor paró para mirar al chico de acogida. —¿Tu la amas, John?— la pregunta los tomo de sorpresa, tanto que John soltó a Jenny dejándola en el piso.

S-si, si.— asintió un poco dudoso.

—Algo que me enseñó mi madre antes de morir fue que si una persona te ama, te lo demuestra de alguna manera y así lo muestra John.— se sentó en el viejo sofá invitando a sus padrastros a imitarlo. Ambos se miraron unos segundos antes de sentarse, con el chico en medio. —Tu amas a John, ¿Cierto?— Jenny asintió. —Bien, ¿Te gustan estos colores?— tomó su muñeca mostrando un moretón en su brazo interior, la pelirroja asintió. —Debes sentirte afortunado John, ella se deja marcar así pero ambos deben sentirse así ya que es un regalo de los dos. Son galaxias en la piel.— sonrío pasando sus dedos lentamente por la herida.

Meses después esa pareja murió por una sobredosis dejando al chico de 16 solo de nuevo. Ya no quería una familia y podía cuidarse solo así que no volvió a los servicios infantiles del pequeño pueblo. Los años pasaron en los que vagó sin rumbo alguno por demasiados pueblos hasta que llegó a Karmaland donde su vida pareció tomar sentido, ahí todo parecía idílico y era el lugar perfecto para iniciar una vida donde nadie lo conocía y podía ser lo que quisiera.

Su reloj sonó con la alarma de que el pequeño receso había terminado y debía volver a trabajar, un par de horas más y podría salir.

Dentro de unos días no solo era el cumpleaños de Rubén, también se cumplían 15 años de la muerte de su madre así que sin duda debía celebrar.

cherry wine ∆ rubegetta ∆ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora