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El pueblo estaba callado y desierto, sin duda se aburría de sobre manera. Si no fuera por las dos personas que habían ido a confesarse ya estaría dormido en el pequeño cubículo que se le asignaba. Su nariz ya no dolía como los días pasados y su ojo llevaba una buena recuperación gracias a las miles de cremas y ungüentos que se colocaba cada noche.

—Señor Doblas, ya puede retirarse, su jornada acabó.— la suave voz de una monja llamó su atención así que se quitó la sotana quedando en su ropa normal. Salió sonriéndole a la anciana y dejando en sus manos la prenda de ropa. —Adiós padre.— Matilde hizo una pequeña reverencia antes de irse detrás de la iglesia a guardar la sotana.

—Bye.— susurró el tintado tomando sus lentes oscuros para luego salir a pasear un poco por Karmaland.

Todo se veía demasiado aburrido así que simplemente tomó a su chocobo, tal vez podría conseguir algo de experiencia y desbloquear las habilidades que le faltaban a su pequeño. Su estómago soltó un rugido que lo hizo recordar que no llevaba comida y debía pasar al restaurante a comprar algo rápido. Subió a su mascota guiando el camino hasta el restaurante donde dejó al pájaro entrando animadamente para pedir patatas cocidas y chuletas. Su mirada viajó por todo el lugar hasta que se detuvo en una mesa algo apartada, frunció el ceño intentando que sus ojos pudieran enfocar a las personas conocidas; su corazón se partió al ver a su novio y la chica ojimorada hablando animadamente y sonriendose coquetamente.

—Aquí está su pedido, serían 5 Karmas.— Rubius dejó el dinero en el mostrador tomando la bolsa de papel y metiéndola a su mochila, no quería molestar a su novio así que salió rápidamente tomando a su chocobo.

Sabía que Vegetta veía a Akira, pero algo en su interior le decía que no debía sentirse mal ya que el pelinegro lo amaba con locura aunque siempre estaba la parte que le decía que era un iluso y debía dejar al mayor por salud física, mental y emocional. Montó a su chocobo sin rumbo alguno hasta que sin darse cuenta había llegado a su antigua casa. Un gran hoyo era lo único que quedaba donde alguna vez estuvo su gran y linda casa blanca, había algunas cosas regadas e incluso el molino seguía ahí. Bajó de su chocobo sonriendo emocionado y corriendo hasta la casa del árbol, trepó rápidamente hasta la copa donde los recuerdos lo invadieron de golpe. Miró emocionado todo centrando su atención principalmente en el cofre de la esquina, se acercó sentándose frente para luego abrirlo y notar lo que contenía. Algunas fotos, cartas, flores marchitas y demás, salió en el montón que tomó primero; había fotos con Willy y Fargan, con Auron, Luzu, Alex, incluso había algunas con Lolito, sonrió admirando todas y recordandose guardarlas en su álbum personal; las cartas eran sobre la Hermandad Oscura (a la que había renunciado), también tenía algunas con Auron y Alex; las flores olían algo mal pero las dejó entre las páginas de un libro encantado; al final de todas las cosas del cofre había una pequeña caja roja, la tomó recordando que era su caja especial, donde guardaba todo lo que amaba.

 Algunas fotos, cartas, flores marchitas y demás, salió en el montón que tomó primero; había fotos con Willy y Fargan, con Auron, Luzu, Alex, incluso había algunas con Lolito, sonrió admirando todas y recordandose guardarlas en su álbum personal; ...

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El sol estaba cayendo y ya no le quedaba más comida por lo que tomó la caja guardandola en su mochila y bajando del gran árbol, no sin antes haber tomado un gran cuadro de una foto de Vegetta y él. Su chocobo seguía abajo, lo guardó en una red para caminar tranquilamente hasta su casa, no tenía ánimos de llegar temprano ni ganas de ver a su novio. Las estrellas brillaban sobre su cabeza, era algo que amaba de Karmaland, todas las noches eran mágicas.

Estaba tan cerca de llegar que arrastraba los pies desganado, de nuevo habían reventado las puertas de la entrada por lo que Vegetta de seguro iba a desquitarse con él; entró y recorrió todo el jardín subiendo las escaleras a la torre para tomar el ascensor hasta su casa. Al entrar en la gran mansión un olor a lasaña inundó sus fosas nasales lo que le hizo la boca agua en un segundo.

—Llegaste.— Vegetta se acercó secando sus manos en el mandil que tenía amarrado a la cintura. —Hice la cena.— sonrió como si el estupendo aroma no lo hubiera delatado antes. 

—Huele delicioso.— Rubén sonrió acercándose a su novio para rodear su cuello con sus brazos y dejar un casto beso en sus labios.

—Primero vamos a poner algo en esa linda nariz.— el mayor lo tomo de la mano y caminaron escaleras arriba hasta el baño de su habitación. —Ven.— el pelinegro se sentó en el retrete y dio unas palmadas a su regazo donde el menor se colocó mirando fijamente a su novio que buscaba un par de cosas en el botiquín.

Terminó sacando una linda bandita azul que tenía dibujitos de dinosaurios haciendo que Rubius luciera más tierno de lo que ya era.

—A cenar.— smbos bajaron de nuevo hasta el gran comedor donde solían cenar y hablar de su día.

Vegetta sirvió los platos pero había algo que seguía carcomiendo la mente del ojiverde.

—Te vi con Akira, en el restaurante.— soltó intentando sonar distraído mientras metía un pedazo de lasaña a su boca.

—Sí, salimos a platicar un poco, ya sabes, somos amigos.— el mayor se encogió de hombros comiendo rápidamente, como era costumbre.

Rubius simplemente asintió disfrutando de la música de fondo y de la deliciosa comida.

La cena había sigo algo muy lindo de parte de Vegetta pero algo se movía en el interior del pequeño. Algo dentro suyo le decía que algo no estaba bien.

—¿Te gustó la cena, amor?— preguntó el mayor de espaldas, ya que también se había ofrecido a lavar los platos.

—Sip, estuvo deliciosa.— el tintado sonrió balanceando sus pies en el gran banco de la isla de la cocina.

—Entonces así ya no soy tan malo contigo.— el tono tierno y cariñoso con el que había hablado en toda la noche desapareció mostrando uno frío y cortante. —Para que no vayas diciendo por el pueblo que te maltrato.— tomó un trapo secando sus manos y dándose vuelta para ver a su lindo novio.

—¿Q-qué?— susurró asustado y sintiendo un balde de agua fría cayendo sobre él.

—Alex me ha dicho que no te golpeé.— dejo el trapo a sus espaldas acercándose y recargandose en la isla donde el pequeño Doblas temblaba del miedo. —Todo lo que pasa aquí no debes contarlo.— sonrío desquiciado mordiendo su labio inferior. —Lo pagarás.

cherry wine ∆ rubegetta ∆ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora