Capítulo 3

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Adrián

—¿Falta mucho para terminar?—pregunté ya aburrido de seguir sacando cajas para guardar en diferentes habitaciones y luego guardar su contenido en diferentes lugares.

Me había aburrido en la segunda caja, pero los chicos habían prometido que al terminar iríamos a visitar el pueblo. Puede que no estuviéramos en aquel lugar para encontrar a nuestras parejas, pero igual podíamos disfrutar, conocer. Mi cámara estaba ansiosa de nuevas imágenes para luego pintar con mi pincel. Podíamos llegar a encontrarnos con alguna persona perfecta para recrear en papel, o puede que alguien que estuviera dispuesto a pintar.

Alejandro no comprendía mi entusiasmo. Ya habíamos pasado por muchas manadas, pueblos e incluso ciudades. Sin embargo, nunca era suficiente. Éramos jóvenes explorando el mundo, nunca sería suficiente. Esperaba que mi pareja tuviera el mismo gusto que yo por viajar y conocer nuevos lugares, que supiera apreciar una tarde entera pintando. Sería genial.

También me aterraba. Eso significaba que debía separarme de mis hermanos.

—Solo queda una caja, Adrián, luego vamos al pueblo a que conozcas— me avisó Andrés.

Él es el menor. También el más relajado de los tres. Alejandro siempre se encontraba tenso y yo no podía quedarme quieto. Éramos muy diferentes, pero entre todos congeniabamos. Había días en los que era más difícil que en otros, pero, en la noche, la luna nos ayudaba a olvidar nuestras diferencias.

Ser lobos nos ayudaba a tener un gran sentido de unidad con nuestros pares, éramos los más unidos de los cambiaformas. También me gustaba la idea de que mi pareja fuera un lobo, que entendiera cómo se siente correr entre los árboles y jugar con tus hermanos en la nieve.

Los chicos decían que suelo pensar mucho en ella, mi pareja. Pero, ¿cómo no hacerlo?, ¿acaso el resto no lo hace?

Solía perder el hilo de mis pensamientos con mucha rapidez, quedarme quieto mucho tiempo me aburría. Pensar en una sola cosa me resultaba exagerado, mucho más divertido era perderse en el hilo de la imaginación, imaginar cosas nuevas cada día, a cada hora. ¿Cómo podría alguien no imaginar tanto? Debían de ser muy aburridos si no lo hacían.

Entonces, recordé mi problema. Mi pareja me separaría de mis hermanos, ¿eso sería malo? ¿Tendrían razón nuestros padres y necesitábamos tomar caminos separados?

Eso sonaba horrible. ¿Qué pasaría si Andrés no estuviera con nosotros para burlarse de Alejandro por ser tan terco? ¿Qué comería si no estuviera Alejandro para cocinarnos?

Muchas preguntas y pocas respuestas, eso no me gustaba. Así que hice lo más fácil, pregunté.

—¿Qué pasará cuando encontremos a nuestras parejas?

—Estaremos completos— me respondió obvio Alejandro. Lo suyo siempre han sido los números, le gustaban las respuestas lógicas y directas.

—Pero nos separaríamos— dije mientras guardaba los libros que quedaban en la última caja. Al fin. Alejandro pasó por dónde yo había pasado y se encargó de guardar los libros en orden alfabético y de forma ordenada. Que estirado.

—Sí, Adrián, nos separaríamos— me dijo Andrés tranquilo. ¿Cómo puede estar tranquilo con eso? ¡Es horrible!

—¿Qué comeríamos?— le pregunté atemorizado.

—Hubieran aprendido a cocinar con nuestra madre— me respondió Alejandro.

—Tu pareja sabrá cocinar, Adrián, no te preocupes— me recordó Andrés. Ya habíamos tenido conversaciones similares, pero me era muy difícil el no dudar. ¿Y si las respuestas cambiaban?

—Oh— exclamé más tranquilo y entonces un auto pasando por la ventana llamó mi atención.

¿Qué marca sería? ¿Cuántas personas llevaban? ¿Cuál sería su historia? ¿Y si en realidad en ese auto había una secuestrada? Eso sería malo, ¿debíamos ir a ayudarla? ¿Estaba mal que no intentáramos detener el secuestro en curso?

Y ahí recordé porqué miraba el exterior. Íbamos a salir al pueblo, ya habíamos terminado con todas las calles.

—Vamos afuera— les ordené ya caminando a la puerta principal.

—A veces me pregunto cómo cambia de tema tan rápido— escuché murmurar a Alejandro.

—Déjalo, así es él— le indicó Andrés.

Tenía razón, eso no era nada nuevo para ellos. Hacía tiempo que habían aceptado mi poca capacidad de atención. Había personas que me molestaban por ello; eso no me gustaba. ¿Tanto les molestaba que pensara más rápido que ellos?

Salimos de la casa y el sentimiento de que algo estaba por pasar se había intensificado. ¿Qué podría ser? ¿Una amenaza? ¿El alma gemela de alguno? ¡¿Las tres almas gemelas?!

Para mí algo divertido que podía llegar a pasarnos era la idea de que nuestras almas gemelas ya se conocieran. Las reuniones familiares se volverían mucho más fáciles, menos presentaciones.

Siempre he odiado las presentaciones, son muy aburridas y es común que no recuerde los nombres de las personas que no me importaban realmente. Era difícil hacer sentir orgullosos a nuestros padres y al mismo tiempo no terminar con una jaqueca. La sola idea de tener que regresar a aprender nombres y escuchar conversaciones estúpidas e innecesarias me causaba repeluz.

Las ruedas de la camioneta seguían un patrón de sonido bastante divertido. Si alguien lo grabara con un micrófono podrían hacer un hermoso ritmo para una canción. Lástima que la música nunca ha sido lo mío, tantas ideas pero tan poco talento. Que desperdicio.

Me dí cuenta que no necesitaba un micrófono, yo quería mi cámara. La misma cámara que había ganado con tanto trabajo y tantas pinturas y fotografías vendidas.

—La cámara— pensé en voz alta. No podía creer que la había olvidado. No era la primera vez que me olvidaba algo por no pensar las cosas.

—Yo la traje— dijo Alejandro, tirando una mochila para la parte de atrás del coche en donde yo me encontraba.

—Tengo hambre— comenté mirando todas las cosas que estaban en la mochila.

—Ahí adelante hay una cafetería, podemos parar ahí y después seguir conociendo todo— propuso Andrés y Alejandro le hizo caso, estacionando justo frente al local.

Al salir de la camioneta, tres palabras iguales se escaparon de nuestros labios:

—Ella estuvo aquí.

Adoro escribir desde la mirada de Adrián, no sé porqué pero me da ternura y me hace feliz. Espero que a ustedes también les guste porque es muy sensible el pobre y no aguanta mucho la crítica (aunque él no lo admita).

Cosas del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora