Capítulo 18

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Alejandro

El sentimiento cálido que me azotó a la mañana al ver a Emily, mi pequeña, con mi marca, no podía ser explicado de ninguna forma. Amor, cariño, orgullo. No quería tener que separarme nunca de ella, quería poder cuidarla de todo lo que sucediera y esconderla en un hermoso universo donde fuéramos felices junto a Adrián y Andrés.

Por primera vez en mi vida me sentía tranquilo, sin necesidad de organizar mi día entero, o contar la cantidad de baldosas en el piso del baño para poder sentirme en control. Era como si de pronto todo aquello que siempre me había faltado dentro mío, estuviera completo. Era hermoso sentirse completo por una vez.

Sin despertar a la pequeña que debía de estar agotada, me fui a la cocina de la casa para hacer el desayuno de todos. Era normal que yo fuera el primero en despertarme y que terminara haciéndole el desayuno a los chicos. Ya era parte de mi rutina y no tenía muchas ganas de cambiarla.

Lo único que estaba dispuesto a cambiar era todo aquello que tuviera que ver con nuestra pequeña, por ella cambiaría hasta mi forma de ver el mundo.

Cociné diferentes cosas, disfrutando de poder jugar con los ingredientes a mi gusto. Desde niño que me quedaba con mi madre en la cocina por horas para cocinar miles de cosas que hechizaban al paladar. Era mi cosa especial.

Andrés tenía los deportes; yo, la cocina; y Adrián tenía su arte. Cada uno recurría a diferentes lugares para volcar sus emociones.

Y en ese momento, Andrés entró en la casa, luego de lo que parecían horas de ejercicio. Estaba sudado, lleno de tierra y puede que en algunas zonas tuviera sangre debido al esfuerzo. Que estuviera tanto tiempo con sus cosas deportivas no era nada bueno; algo le pasaba.

Fruncí el ceño cuando se cruzó de brazos, observándome enojado. No entendía qué le sucedía.

—¿No piensas decir nada?— me preguntó ofendido.

—No sé de qué hablas— le respondí encogiéndome de hombros.

—Quizás el hecho de que te hubieras follado a nuestra pareja sería un buen tema de conversación— me propusó con veneno en su tono.

—¿Hay algún problema?— cuestioné confundido.

—¡Podrías haber esperado al resto al menos!— me reprochó agarrando una botella de agua y tomando gran parte de esta.

—Ella lo necesitaba— me defendí con un poco de enojo en mi sistema. No tenía que enojarse por algo como eso.

—¡Está en su celo!— me gritó—. Obviamente quiere liberación sexual, eso no significa que debas aprovecharte.

—¡Yo no me he aprovechado de nada! Ella quería al igual que yo y ambos aceptamos a ello.

—¡¿También aceptó a que la marcaras o solo fue cosa tuya?!

Me quedé en silencio, queriendo golpearlo por ser tan gilipollas. Lo único que faltaba era que dijera que había sido en contra de su voluntad. No sería capaz de obligarla a algo así.

—Ella no tiene problemas con eso— afirmé, pero no sabía si era más para mí que para él.

—¡Has visto cómo reaccionó al encontrarnos!— dijo frustrado—. No sabemos qué sucederá ahora. Y si quisiera irse, no la culparía.

—¡No va a irse!— le dije a la defensiva. Eso no pasaría. Si ella se iba, se llevaría mi vida con ella.

—No, pero no sabemos cómo se tomará esto ahora. ¡Esta es la razón por la que primero debatimos las cosas en grupo! No puedes ir a tomar una decisión que podría separarnos de nuestra compañera sin que nosotros tengamos opinión en ello.

—¡No fue queriendo, Andrés!— exclamé cansado de escucharlo—. No fue algo que hubiera pensado con antelación, tampoco lo pensé en el momento. Solo pasó.

—¿Pueden parar de gritar?— Adrián entró somnoliento a la habitación, restregándose el rostro del cansancio.

—¡Yo no he sido el que se ha largado una cagada!— se defendió Andrés.

—Deja de tirar leña al fuego— le ordenó enojado—. Ya ha pasado, nadie puede deshacerse de la marca, ahora hay que lidiar con eso. Debemos esperar a que despierte y ella misma nos diga cómo se siente con esto. No estamos en lugar de especular.

El silencio reinó en la cocina mientras Adrián cogía un plato y se servía parte de la comida que yo había preparado.

—¿Desde hace cuánto Adrián es el que se encarga de nosotros dos?— preguntó confundido Andrés.

—No sé, pero se sintió raro que lo hiciera— le respondí intrigado por la forma de comportarse de Andrés. Se me era imposible leerlo y aquello a veces me frustraba.

—El problema es que ustedes son dos gilipollas que no piensan con la cabeza. Dejen de imaginar cosas que no han sucedido y preocuparse por ello, no va a cambiar nada— dijo como si fuera un gran erudito—. Además, ella es nuestra pareja, no podría dejarnos.

—Yo no estaría tan seguro— murmuró Andrés.

Andrés me parece tan tierno. Siento que se hace el responsable y el chico malo, pero siempre está ocupandose de que todo salga bien y de cuidar a Emily. Aunque no se puede negar que es un poco celoso... ¿pero a quién no le gusta eso?

Cosas del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora