A la sombra

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Soy un bastardo.

En toda la expresión de la palabra, nací gracias al desliz de un hombre y a las punitivas reglas de un pueblo a las afueras de Grecia, mi madre no lo quiso así, de hecho, nadie lo deseaba de ese modo, que odioso fue para esa mujer cargar conmigo mientras se sumía en la pobreza y en la enfermedad, ella sabía mejor que nadie que aquel hombre que dijo amarla tiernamente nunca más volvería. Su rostro joven se marchito mientras dormía tristemente en un lecho sucio de sabanas ligeras, mientras él se aferraba a cualquier cosa para tener suficiente comida para no morir de inanición. Que odiosos fueron sus tiernos años en los barrios más pobres del pueblo, lo único que había ahí eran altos árboles, prostitutas y casas desvencijadas. Un día cuando volvía de uno de sus trabajos con las manos enrojecidas y llenas de callos por el trabajo se encontró con una escena que nunca olvidaría, unos hombres sacaban el cuerpo inerte de un niño menor que el, no era raro todos los días tenía la sensación de que su madre perecería del mismo modo.

Suspiro un poco al pensar en aquello lo hizo mientras avanzaba por el sendero que llevaba a su casa con unas hogazas de pan, aun no se ocultaba el sol tenía la oportunidad de cazar y con algo de suerte podría comer guiso de conejo, era la única manera que conocía que pudiera proporcionarles carne. Suspiro suavemente mientras dejaba sobre la mesa lo que había conseguido ese día, acaricio los cabellos de su madre estaba tan delgada últimamente que podía ver sobresalir de forma grotesca sus huesos. Le entristecía verla de aquella manera y al mismo tiempo esa imagen era la causante de sus más terribles pesadillas, sus dedos se aferraron después al arco de madera desgastado que yacía recargado en una de las paredes de aquella habitación.

El cocinaba, el lavaba las ropas, limpiaba la habitación, trabajaba y bañaba a su madre. Era el único que podía hacerlo, la única persona con la que contaba siempre había sido de aquella manera desde que pudo andar, su madre se desvanecía rápidamente como un trozo de hielo en verano ¿Cuánto pasaría antes de que le dejara solo? ¿Qué haría después de eso? Sus pies hacían crujir las ramas bajo de si, la maleza hacia un eco en el bosque apagado por el graznar de alguna ave, miro a lo lejos, al otro lado del arroyo, un pequeño conejo de color gris. Realmente fue rápido su flecha silbo en el aire y se clavó en su cabeza para no dañar la carne sus ojos azules se perdieron en el pelaje de su presa en la forma en que era movido por el viento. Suspiro finalmente con pesadez sintiendo la rigidez de sus músculos por el largo día saltando hasta llegar al otro lado sosteniendo a la criatura de una de sus patas para después caminar de regreso antes de que el sol se pusiera tras el horizonte.

Esa noche comió en silencio, alimentando a su madre con un cucharon de madera despacio, velando unas horas su sueño antes de dormir en el suelo con una simple manta separándole de la frialdad de piedra. La noche, la mañana ocurrió con la monotonía constante. Abandono su hogar antes de las 5 de la mañana y volvió antes del atardecer esta vez con un par de verduras semifrescas, cruzo las calles despacio no había demasiada prisa, pero a medida que se acercaba vio a una mujer hablando con un montón de hombres, era su casera, pero cuando se acercó a saludar esta le miro con desprecio. Exigió el pago de ese mes y que si no se lo daba lo echaría junto a su madre enferma, le dio todo lo que le que le quedaba y pensó en ir a cazar si traía suficientes conejos podría venderlos. Abandono a la mujer en la cama y se introdujo en el bosque: dos, tres, cuatro... siete conejos en su saco, cuando metió al último a la bolsa se dio cuenta de la penumbra que se apoderaba a gran velocidad del bosque, se detuvo dudando de las sendas que había recorrido temiendo perderse si erraba el camino a tomar, reflexiono sobre ello durante largos minutos y finalmente desistió de marchar, se acomodó cerca del arroyo encendiendo un fuego con maleza muerta que ardió velozmente mientras el vigilaba las llamas que lamian el aire. Sus ojos estaban hinchados cuando se quedó dormido, siendo casi imposible abrirlos con la llegada del amanecer, camino medio a tientas por el camino a esa hora de la mañana aun debía hacer el desayuno y llevar esas presas al mercado. Pero cuando llego los hombres del día anterior sacaban algo en una gran sabana. Una de las vecinas le miro y empezó a murmurar a quien estaba a su lado.

PactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora