Escapar

115 18 2
                                    

Los primeros días fueron lo peor, actuar como una concubina era repulsivo y humillante para el que siempre había sostenido una espada, al que le habían hablado de honor y virtud ahora se abría de piernas por una promesa de libertad. No había forma de hacer que la experiencia fuera mejor para él y había intentado de todo: pensar en otra cosa, en su mujer, en dios, en cualquier cosa que lo sacara de esa horrible situación. Se sentía asqueado de la forma en que profanaba las imágenes más importantes para el con las sensaciones de las que era víctima. La forma en que día a día su entrada se abría y colapsaban le resultaba abrumador, pese a que lo alejo de su mente todo lo que pudo no podía evitar sentir ese cosquilleo en el su estómago cuando el rey se adentraba en la profundidad de su ser. Las mujeres del lugar le miraban mientras yacía bajo aquel hombre que ondulaba sus caderas con descaro mordiendo su piel como un salvaje, el tintineo de sus cadenas contra el piso era como una llamada de atención a todas las presentes. Aunque algunas desviaban la vista otras con descaro miraban y susurraban entre ellas, con unas sonrisas en sus caras y la misma mirada que aquel hombre la primera vez. Como si él fuera basura, un insignificante esclavo a sus ojos.

Cerro los ojos y suspiro una vez más mientras su interior era profundo, golpe tras golpe contra su próstata le hacían temblar su virilidad como si fuera un castillo de naipes, si no acababa pronto se derribaría por completo, termino con aquel hombre vertiendo su esencia del árabe se vertió en mi recto, un escalofrió le recorrió la espalda mientras aquel se levantaba y limpiaba para ir a beber y bañarse. Le vio sumergirse en el agua con una copa de vino en las manos mientras el aún estaba recostado en el suelo sintiéndose miserable, pero aliviado de que aquella situación hubiera terminado. Las mujeres se acercaron al hombre en el baño mientras él se deslizaba lentamente hasta una de las paredes deseando ser tragado por la sombra que formaban aquellas columnas de mármol blanco. No había otro hombre más que él y su victimario, tampoco había algo con lo que defenderse tal vez podría asfixiarlo con las cadenas, pero según Mine el nunca llevaba las llaves con él, las dejaba en otra sala para que nadie tratara de escapar robándoselas. Si lo mataba lo único que haría sería condenarse y seguramente aquellos guardias le matarían sin pensarlo, iría al infierno por sodomita. aquella blanquizca sustancia empezó a descender por su recto hasta sus glúteos esa era desde su perspectiva la peor parte, la viscosidad era repugnante más que el mismo acto.

- Deberías bañarte

Dijo aquel hombre de cabellos blancos girando su cabeza apenas un poco en su dirección o más bien donde suponía que estaría, sus ojos negros parecían perforar la piedra para clavarse en su cabeza.

- Debe ser muy incómodo para un caballero tener el semen de sus enemigos deslizándose lentamente por tu recto

No dijo nada, solo cerro los ojos tratando de calmar su ira un poco, tratando permanecer calmado para completar sus planes. Para sobrevivir y pedir perdón a su dios debidamente por los actos que se vio obligado a cometer, trato de imaginar los caminos de su tierra natal, las sonrisas de sus amadas mujeres por las que, hacia todo aquello, que le importaba a él la gloria y la fortuna solo deseaba volver a los brazos de su amada Jimena y sus pequeñas niñas. Escucho risas al otro lado, imaginando que se reirían de él, escucho como el agua se turbaba y unos pasos acercándose lentamente a su encuentro, tiraron de la cadena de su cuello causando que su piel se abriera en el proceso, el metal había desgastado tanto su carne que esta se abría con tanta facilidad como si fuera cortada por un cuchillo, solo que el filo de este no sería tan doloroso.

- Ven

Dijo y él le miro esperaba que gateara hasta el pues puso su pie en su espalda para evitar que se incorporara por completo, de cualquier modo, él no podía moverse demasiado, sus caderas dolían, se movió lentamente hacia el tratando de no herirse más el cuello. Debía cuidarse a sí mismo en ese lugar donde no tenía a nadie, aquel hombre tiro más de su cuello como si fuera una clase de perro.

PactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora