Promesas

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Alguna vez escucho de que a veces las personas ponían todo su afecto en objetos inanimados: una vieja fotografía, un peluche lleno de polvo o incluso alguna parte de la vajilla. No entendía aquel inusual apego que se siente por el inmueble de algún lugar hasta ese momento aferrándose con desesperación a ese viejo libro día y noche, llevándolo en su maletín cuando iba a trabajar o durmiendo con él en sus brazos temiendo perderlo, por las noches despertaba agitado buscándolo con sus dedos temiendo que se lo hubiera llevado lejos del como lo hizo con los artículos profanos, como si todo lo que hubiera pasado no fuera más que un sueño febril con el que tratar de sobrellevar su desesperación.

Pasaron meses enteros en los que miraba de reojo los lugares donde lo colocaba, noches en las que pasaba sus dedos por la vieja piel que cubría su pasta, parecía más viejo con cada amanecer que despuntaba en el horizonte ¿realmente se estaba muriendo? Estaba desapareciendo en sus brazos sin poner resistencia como un viejo que se abandona completamente desesperanzado a los brazos de la muerte, como su madre o como su hermanastro. No podía aceptar que de ese modo le prohibiera su compañía, sus besos calientes como el infierno mismo, no era aquel un ser inmortal una bestia del infierno que aparecía ante los deseos más egoístas de las personas ¿podía morir? O solo era que no deseaba verle nada más y prefería que ese libro se volviera polvo como un cuerpo se vuelve composta para las plantas.

Desesperaba ante la idea de que se abandonara de nuevo de forma tan egoísta, tanto lo odiaba como para dejarse morir, le dolía pensar en ello y a veces en arranques de furia, sin saber cómo sobrellevar sus sentimientos, lo arrojaba lejos contra la pared mirando como caía al suelo maltrecho con sus páginas dobladas las lágrimas asaltaban sus ojos en ese momento y lentamente se estaba volviendo loco, desesperado por sus emociones que tras años de calma ahora parecían arremeter contra su cuerpo como un furioso mar, tratando de mutilarlo con sus fuertes embistes y lo estaba logrando. Su sobrino le decía que tomara vacaciones, creyendo que el trabajo lo estaba llevando a tan precaria situación emocional, que esos violentos casos eran los causantes de su estado actual.

Había un viaje estudiantil para ver algunas universidades en el país al que se había escrito junto a sus amigos al que estaba dispuesto a renunciar para no dejarlo solo, se habían invertido los papeles pues ahora el menor parecía querer cuidarle o es que acaso desde la muerte de Ilias lo había estado cuidando, cada que lo miraba se lamentaba ser tan mala figura paterna, tal vez el debió morir en ese incendio.

- Estoy bien deberías ir, es una gran oportunidad para elegir una escuela

- No, me quedare en la universidad local- dijo el menor comiendo la cena que habían preparado juntos, se había empeñado a enseñarle a cocinar pese al desastre que eran ambos- así podre venir a casa, no hay necesidad de que vaya al viaje

- Dale la oportunidad a otra escuela, además tus amigos irán a ese viaje ¿no? Yo estaré bien, aun no soy lo suficientemente viejo para que te preocupes de esa manera... y además debes hacer tu propia vida

El menor parecía no querer seguir con esa conversación, lo habían discutido esas últimas semanas y siempre era así, se callan sin ser capaces de ceder ninguno de los dos. Pero esta vez era diferente no se rendiría, necesitaba tratar de invocarlo de nuevo y para ello necesitaba que su sobrino se marchara, aunque fuera un par de días.

- Te haría sentir mejor si me quedo con Aspros

- Está bien, solo si puedo llamarte todos los días

- Cuando te has vuelto un adulto

El menor inflo las mejillas como si fuera un puchero, era como si todo volviera a la normalidad brevemente, lo que él consideraba normal hasta ese momento. Miro aquel libro en la barra completamente dañado.

PactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora