Salté de mi cama y fui corriendo a la habitación de Lisa. Salté encima de sus piernas y la abracé. Ella aún dormía y yo quería empezar ya con nuestra misión. Estaba asustada, porque la idea de que mi propia madre planeara algo contra nosotras... o contra Lisa... sinceramente nunca he estado segura de que mi madre aceptara lo mío con Lisa, porque cada vez que nos veía juntas, hacía una mueca, que para mí, era puro desagrado.Lisa se despertó y me agarró de las mejillas. Se incorporó y me besó. Luego, las dos bajemos de la cama y esperé a que ella se vistiera. Sinceramente ya nos habíamos visto demasiadas veces sin ropa como para tener vergüenza de eso. Cuando terminó de vestirse, abracé su cintura por detrás y apoyé mi cabeza en su hombro. Nos miremos al espejo que ella tenía delante. Nos veíamos tan bien juntas... no sabía porque mi madre tenía esas intenciones.
Salimos de la casa, adormiladas, pero lleguemos a la estación de metro. Lisa se durmió en mi regazo en medio del trayecto, y la tuve que despertar. Cuando lleguemos a la agencia, Lisa se agarró de mi brazo y las dos entremos por la gran puerta de cristal. Yo podía entrar y salir las veces que quisiera, porque mi madre trabajaba en ese lugar y todos me conocían.
Lisa y yo nos paremos en seco cuando vimos la silueta de mi madre justo delante de el dispensador de snacks. Lisa se agarró más a mí. Nos agachemos cerca de una papelera (que olía mal) y vigilemos a mi madre.
Ella habló con algunos de sus compañeros y luego se fue al aparcamiento de la agencia. Lisa fue la primera en levantarse del suelo. Se quejó del mal olor y me ayudó a levantarme. Las dos caminemos de nuevo cogidas de la mano, siguiendo sigilosamente a mi madre. Seguramente ella iba a ver los nuevos cargamentos que habían llegado. Bajemos las escaleras y Lisa tropezó.
Mierda, mi madre se giró y nos vio a las dos. A mí intentando de calmar a Lisa y a Lisa llorando.
—¿Niñas?—dijo ella al vernos—¿Que hacéis aquí? Tendríais que estar en la escuela.
Pidió tiempo a sus compañeros y vino con paso enfadado hacia nosotras.
—¡Mamá! Venía a buscarte, ¡Lisa se ha caído y está llorando! Necesitamos tu ayuda ¿¡No lo ves!?—mentí. Mi madre pegó un pisotón al suelo. Yo me asusté y Lisa dejó de llorar.
—¡Me estáis interrumpiendo mucho últimamente!—exclamó mi madre, enfadada—.
—¿Que te pasa, mamá?
—¡Estoy cansada de dejaros notitas!
Lisa y yo nos quedemos calladas. Nuestra idea era realmente cierta.
—¡Lo sabía!—Lisa se levantó del suelo—¡Eras tú!
—¡Jennie!—dijo mi madre con sarcasmo. Agarró mi brazo y tiró de él—hicimos un trato... se suponía que no ibas a abrir tu puta boca...
Sí. Habíamos hecho un trato. Yo ya sabía que a mi madre no le gustaba Lisa. Yo ya sabía que ella la quiere matar. Yo ya sabía lo de las notas. Yo lo sabía todo. Y prometí no decir nada. Pero acabé hablando.
—¡No lo podía guardar!—intenté zafarme de ella.
Mi madre me atrajo hacia ella y llamó a algunos de sus compañeros. La mitad se llevaron a Lisa y los demás me agarraron de los brazos. Por mucho que gritaba, pataleaba o lloraba, nadie me ayudó.
Me metieron a una sala y me encerraron en ella. Me ataron a una camilla y, mi propia madre, con sus propias manos, cortó mis cuerdas vocales.