Narra Lisa:
La lluvia no cesaba aún que estuviéramos en la escuela, en medio de un examen de biología. Desde el incidente de los microscopios, he mejorado bastante en biología. Y es que, aquella vez, yo tenía más que claro que aquella muestra era sangre de águila. No se ni como lo supe, a decir verdad. El bolígrafo se movía ágilmente sobre la hoja de papel y, por lo visto, terminé el examen bastante rápido. Después de repasarlo para ver que no hubieran fallos, lo dejé en la mesa del profesor. Al sentarme, me fije en Jennie, que tampoco parecía irle mal en el examen. Ella también lo terminó rápido. Sacó su libreta y se puso a dibujar. Jennie dibujaba bastante bien. En un principio, se puso a dibujar monigotes, pero acabó dibujando a alguien que parecía ser yo, porque, de vez en cuando me miraba como si estuviera inspeccionando cada detalle de mi cara y luego lo dibujaba en el papel.
La gente de la clase estaba tardando bastante en terminar el examen y yo, sin hacer nada, me estaba desesperando. Se escuchaba de fondo el ruido de el agua contra las ventanas y pensé que era un buen momento para dormir. Pero descarté esa idea cuando el profesor se iba acercando a mi mesa. Bueno, acabó por ir a la mesa de Jennie. Ella estaba concentrada en el dibujo y no pareció darse cuenta.
—Señorita Kim—la llamó el profesor. Ella levantó la cabeza al oír su apellido—¿que estas haciendo?
Jennie, con una sonrisa en la cara, enseñó el dibujo al profesor.
—¡Es un dibujo!—dijo Jennie, animada.
—Los dibujos esos no tienen nada que ver con biología, señorita—dijo el profesor. Y se vino lo peor. Arrancó el dibujo de las manos de Jennie y lo dobló. Una vez lo hubo doblado, lo partió en trozos y lo tiró a la papelera. Jennie tenía cara de pánico y yo, lo juro, estuve a punto de levantarme y pegar al profesor. Fui a hacerlo, pero Jennie me agarró del brazo para retenerme.
El profesor (¡Maldito!) se sentó en su mesa y se puso a buscar no se qué en el ordenador. Jennie hundió su cara en los brazos y sollozó. Dejó de sollozar cuando el profesor musitó un: "Kim, silencio". No levantaba la vista de el maestro y cada vez mi ira iba a más. Me contuve hasta que el sonido del timbre me dio vía libre. Me levanté y pegué mi mesa con la de Jennie. Me senté y la rodeé con mis brazos.
—¡El dibujo era para ti!—sollozó—¡Era para ti, Lisa!
—No pasa nada...—traté de calmarla, pero siguió quejándose.
—¡Maldito profesor!—exclamó lo suficientemente alto como para que algunos compañeros se giraran. Menos mal que el maestro había salido ya de la clase.
—Shhh Jennie...—le susurré y ella levantó la vista—¿vamos al aseo a que te laves la cara?
Aceptó y caminemos de la mano por los pasillos. Una vez estuvimos en el aseo, ella se lavó la cara y se giró hacia mí. Juntó nuestros labios cuando menos me lo esperaba y no me pude contener. Correspondí al beso y nos embarquemos, de nuevo, en una guerra de besos. Todo iba tan bien, hasta que la puerta del aseo se abrió y se escuchó un grito ahogado.
Nos giremos a la vez y nos crucemos con la mirada perdida de Rose. Menos mal que Jennie y yo solo nos estábamos besando, porque si la situación hubiera ido a más... Vimos el asombro en la cara de Rose y le contemos todo. Menos mal que los recreos eran largos. Le conté mi relación con Jennie y ella también tenía que contarnos algo.
—me gusta Jisoo—tartamudeó—.
Jennie y yo nos miremos. Era bastante obvio... pero, Jisoo es nuestra sirvienta y...
—¿Jisoo?—dijo Jennie—¿Jisoo nuestra sirvienta?
—S-sí—logró decir Rose. Un leve rubor apareció en sus mejillas—pero es que ella es mayor y...
—¡No pasa nada!—exclamé—para el amor no hay edad.
Su mueca se convirtió en una sonrisa y nos abrazó a las dos.
—¡Tienes razón Lalisa!—dijo, animada—¡Le contaré a Jisoo lo que siento por ella!
Jennie y yo nos pusimos a animarla. Al parecer, Jennie ya se encontraba mejor. Sonó el timbre y miremos el horario. Tocaba gimnasia y la profesora era muy estricta. Caminemos las tres hasta el pabellón y allí nos pusimos en fila para que la profesora pasara lista. Cuando terminó, nos ordenó que nos pusiéramos ha hacer flexiones y luego empecemos a jugar al tenis. El tenis no se me daba bien, en cambio, Rose es muy buena, porque va a clases y juega en campeonatos. Entonces, lo que más temía; me tocó con Rose. A Jennie le tocó con una tal Belle que no conocía de nada. El pabellón entero se dividió en parejas separadas por una red. Rose parecía totalmente preparada para machacarme. Con su mano izquierda lanzaba la pelota al aire y la recogía y con la derecha sostenía la raqueta.
Yo temblé. A lo lejos vi a Jennie y a Belle. Jennie se estaba esforzando mucho por ganar y no quería quedarme atrás. El profesor nos dijo que comenzáramos el partido y Rose lanzó la pelota para darle con fuerza con su raqueta. Yo corrí hacia donde iba la pelota y logré darle. La pelota se desplazó hasta el lado de Rose, que también le dio. Corrí todo lo que pude, me tiré al suelo y le di a la pelota. Rose siempre le daba a la pelota. Sin falta, nunca fallaba. Yo, al terminar el partido que obviamente perdí, me tiré en el banco y Jennie no tardó en sentarse a mi lado.
—¿Has ganado, Lalisa?—preguntó, aunque ya sabía la respuesta—Yo he perdido. Belle es buena.
—Lo mismo digo, he perdido, Rose también es buena. Deberían jugar Belle contra Rose, ¿quien ganaría?
Jennie rió y miró sus manos. La profesora hizo nuevas parejas y me tocó con Jennie. Cuando nos enteremos, nos pusimos a dar saltos de alegría porque era justo lo que deseábamos.
El segundo partido empezó y yo saqué. Me sorprendió que Jennie le diera a la pelota. Yo también le di. Íbamos igualadas. Jennie daba todo por coger la pelota, y la cogía. No lanzábamos fuerte porque no queríamos hacernos daño. De vez en cuando soltábamos unas risas. Jennie me ganó y estuvo claro que soy malísima en el tenis. Pero me lo pasé bien. Subimos a los vestuarios y me acerqué a Jennie para besar su frente cuando nadie miraba. Rose apareció y vino corriendo hacia nosotras.
—¡Os tengo que acompañar a casa!—exclamó dando saltitos y haciendo que su pelo rojo saltara en el aire—¡Me voy a declarar!
Jennie y yo sonreímos y las tres fuimos a casa. Cuando lleguemos, Jisoo había terminado de hacer la comida y se quedó mirando a Rose.
—H-hola, Jisoo...—murmuró—¿c-como tas?
—R-Rose...—dijo Jisoo—Estoy bien... ¿y-tú?
Jennie y yo estábamos a punto de partirnos de risa. Las dos estaban rotísimas y parecía que les había comido la lengua el gato.
—¡Rose me gustas!—dijo Jisoo. Rose se quedó boquiabierta. Se suponía que Rose se iba a declararse a Jisoo, pero fue al revés. Jennie yo ahoguemos un grito.
—¡AHHHH!—exclamemos Jennie y yo a la vez.
—tú también me gustas, Jichu—Dijo Rose con una sonrisa de oreja a oreja.
Las dos miraron a los lados, vigilando que mi madre no es tuviera por ahí y, se besaron.