capítulo tres

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Castigo, placeres... Mi demonia.

Cierro mis manos en puños e inconscientemente mi espalda se arquea por el maldito dolor que produce el látigo en mi piel. Siento las heridas quemándose en mi espalda y la sangre salir de estas. Escucho como el hombre causante de mi castigo cuenta los azotes hasta llegar a noventa y es ahí cuando el Alfa le para, es ahí cuando creo que mi castigo terminó.

Me equivoque.

Lo único que el Alfa hizo fue cambiar de látigo por uno con púas de la flor que ya todos conocen y el doble de polen de esta, un polen totalmente puro. Al primer azote no puedo evitarlo, un grito desgarrador sale de lo más hondo de mi garganta, puedo jurar que ya no siento mi espalda, empiezo a ver todo doble sin embargo el dolor se intensifica el triple y estoy más que segura que este no es dolor comparado con el que tendré para sacar mis alas.

Miranda se había ido hace una hora, en el momento en que recibí el primer latigazo sus ojos se humedecieron por la lágrimas al no poder hacer nada para impedir este castigo y al segundo no lo soporto más, lloró como si hubiera perdido a una hija y su Alfa se la llevó de aquí. Mientras tanto, mi castigo continuó.

Si tan solo me hubieran dicho que Joseph es el Alfa de la manada Ange de Lune, nunca hubiera venido. Ese maldito solo está ahí, mirándome con una sonrisa. No lo culpo, si yo estuviera en su lugar sería peor. Pero demonios no, no soy él, soy Hade, una asesina. Una asesina que está siendo castigada por lo que hace.

Luego de noventa azotes más con ese estúpido látigo, luego de más dolor y sufrimiento, el Alfa Joseph ordena que paren el castigo y me lleven a mí celda. Eso hacen. A rastras me llevan allá puesto que mi piernas apenas me mantienen en pie.

Agradezco a la luna y a Miranda (pues sé que ella tiene que ver) que no me hayan puesto las malditas cadenas de oro bañadas en aquel líquido. No lo soportaría.

Asignan cuatro guardias en mi celda. Aunque en este lugar no sea la única, hay como cinco tipos más. Ninguna chica. Todos en celdas diferentes y yo soy la única con cuatro matones cuastodiando-me

¿Como no sentirme importante?

No puedo evitar que una leve carcajada salga de mis labios y todos los presentes me miren como loca y aunque quieran evitarlo u ocultarlo, con miedo.

- Chica, acaban de azotarte sin piedad, muestra un poco de sufrimiento - habla un chico provocando que mis carcajadas paren y lo miré detenidamente.

Me siento en el suelo de mi prisión en forma de india. Con un solo pensamiento en mente. Con un solo objetivo.

Salir de aquí.

Cierro mis ojos lentamente y empiezo a tararear una canción. El volumen de mi voz es cada vez más alto y luego de unos minutos escucho como un guardia ordena que haga silencio. No lo escucho.

Luego de varios minutos mis ojos se abren y siento mi espalda como nueva y cualquier signo de dolor, cicatriz abierta o cerrada desparece de mi cuerpo.

Si, así de fácil es curarme. Aunque no crean que siempre es así. Cuando mi demonia quiere sangre, yo le doy sangre; Si quiere muerte, yo le doy muerte; Si quiere tortura; yo le doy tortura; si quiere dolor, eso le doy.

Y es que no existe nada más difícil para mí que el no cumplir los deseos de mi demonia. Es como una tortura que se transforma en placer. Es como si sintiera que mi cuerpo arde en el infierno y luego recordara que soy inmune al fuego.

Demonio De AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora