Sin Retorno

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Izuku ese día había decidido no ir, esto hasta que su celo acabará.

No se encontraba para nada bien.

Al ser su primer celo acababa con su cordura, su cuerpo reclamaba un omega.

Aunque eso era lo de menos.

Lo más difícil era Katsuki Bakugo.

Su corazón estaba hecho añicos.

No paraba de llorar.

Se culpaba una y otra vez en su mente, la culpa que esa relación tan bonita, que esa amistad que se había construido con tanto esmero se haya derrumbado en segundos fue suya.

Completa y únicamente suya.

Por mentir, por no hablar con él adecuadamente diciendo la verdad.

Todo eso era culpa suya.

Aún podía recordar el rostro sonrojado de Katsuki.

En su uniforme y en las sábanas de su cama se podía percibir el dulce aroma de su Kacchan.

Ese olor que amaba.

Aunque dolía tanto.

Los recuerdos volvían atormentan le.

Recordando que lo había arruinado.

Y que posiblemente había perdido la amistad con el cenizo.

Su mente le torturaba.

Tenía dolor de cabeza y los ojos hinchados le ardían.

Logró conciliar el sueño a las cinco de la mañana, antes de quedar profundamente dormido le mando mensaje a Shoto diciendo que no iría.

Sus padres escucharon a su hijo llorar desde que llegaron.

Intentaron preguntarle, hacer que fuera a cenar, pero no funcionaba, solo les contestaba que quería estar solo.

Yagi quiso recurrir a abrir la puerta a la fuerza pues el peliverde se había encerrado llevándose con el las llaves de repuesto que tenían.

Inko le calmo e impidió que cometiera tal barbaridad, quiso darle espacio a su hijo.

Dejó una bandeja con comida afuera de su habitación.

A la mañana siguiente la bandeja estaba tal y como la había dejado.

Había dado la hora en que el chico debía ir a la academia.

Y el rubio encontró una forma de abrir la puerta sin tener que destruir nada. Al dar un vistazo dentro solo vieron a su pequeño dormir, abrazando una almohada con las sábanas envueltas.

Su rostro con un toque ligero de carmín y un rastro de lágrimas secas, unas cuantas aún estaban atoradas en sus pestañas, queriendo caer.

No sabían que podía tenerlo en ese estado.

Ambos se acercaron abrazandolo.

No había visto así a su bebé en tanto tiempo. Les destrozaba el alma.

Su madre deposito un beso en sus rizos verdes antes de cubrirlo adecuadamente con las sábanas.

Su padre revolvió su cabello antes de cerrar la puerta.

Decidieron que lo mejor era no despertarlo y dejarlo descansar.

Ambos tenían que ir a trabajar, pero Inko regresaría temprano a sersiorar se que todo estaba bien.

Le dejo una nota y comida por si despertaba.

Solo ese iría medio día.

En cuanto al chico, este logro descansar por unas horas.

Dulce Donde viven las historias. Descúbrelo ahora