VIII El padre de Ben

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El amanecer la sorprendió cargando la habitación con un color dorado magnético, que le proporcionó a su alma toda la tranquilidad para tomar la decisión más acertada respecto a lo solicitado por George. Cierto era que le había prometido hacerlo, cierto era también que le había comentado a Peter que ese fin de semana, probablemente, descubriría lo que en apariencia le estaban ocultando.

Pero, también, lo cierto era que no se encontraba cien por ciento segura de su intuición, de si era buena idea confiar en aquel joven, aunque ella sintiese que no la dañaría.

Suspiró, antes de ponerse de pie, y caminar hacia el baño. Bueno, estaba decidida; de todas formas, se dijo, aun si no llegaba a descubrir algo extraordinario o trascendental que cambiara las cosas, tomaría ese viaje como unas vacaciones muy bien merecidas, después de tantas emociones y tropiezos, que por poco y no habían alterado aún más su mente.

De todos modos, ya había estado pensando en viajar a Drien días antes de que George hablase con ella.

Se aseó, con la rapidez de siempre, y luego de vestirse para la ocasión, empezó a armar una pequeña maleta con sus cosméticos, un libro de lectura, un cuaderno de apuntes, una cámara digital, sus documentos, y su billetera. Cualquier cosa que necesitase la podría comprar en Drien.

Como en todo vuelo que había realizado a partir de su participación en The Monks, las aeromozas se desvivieron en atenciones con ella, ganándose de su parte autógrafos, fotografías y dedicatorias, además de una que otra pregunta indiscreta sobre su triángulo amoroso; no se quejaba ahora, pero tenía que reconocer que, al inicio de toda su aventura como estrella de cine, había odiado tantas atenciones, dado que recién había empezado a nadar en aquel océano tempestuoso de la fama. Más aun cuando el triángulo amoroso tenía un trasfondo tan complicado y no el típico ligero aura de novela cliché de las series de televisión.

Algunos pasajeros que se habían percatado de su presencia gracias al escándalo armado por las jóvenes, las imitaron en su cariñosa invasión a su espacio personal, logrando que su vuelo no fuera tan pesado, sino más bien divertido.

Con su nueva personalidad desarrollada, más cercana a la de sus primeros años de vida escolar, a Kim le divertía mucho congeniar con las personas, siendo este el común denominador entre las personitas que formaban parte de su pintoresco círculo de amistades artísticas.

La cercanía con su público era la pieza más importante de su éxito, y el calor que ellos emanaban, el combustible para continuar su cuesta arriba de talento desbordante.

Cuando la calma llegó, se tomó el derecho de leer y releer el papel que le había escrito George. La dirección le era un tanto familiar, pero no recordó de dónde, mas no le importó ese lapsus de amnesia: después de todo, llevaba muchos años sin regresar sola, sin aventurarse a conocer más allá de su lugar favorito en el mundo.

Cierto era que había regresado aquella vez con Theodore, pero...

Cuando el avión aterrizó, y luego de despedirse de sus amigos momentáneos, subió a un taxi. Se colocó unas gafas oscuras para no ser reconocida y evitar de esa forma un posible secuestro, y luego, Kimberly decidió que aprovecharía al máximo aquel viaje en solitario, para reconciliarse consigo misma.

Drien (Novela Original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora