II Autógrafos gratuitos

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Habían pasado diez años desde la desaparición del Instituto Educativo Central de Drien. 

En la tarde del día en que Theodore había dejado las flores y la carta, un misil nuclear había desaparecido las principales instituciones y ciudades de la cuna de la ciencia mundial.

El peso de su culpa había ocasionado que cayera en la depresión, de la cual fue rescatado por el apoyo incondicional de su amigo Peter, y por las cartas de sus fans, que lo perdonaron y comprendieron el porqué de su acción.

Pero la carta que él esperaba leer, la llamada que él deseaba recibir, jamás llegó.

Su corazón, cada vez que recordaba o leía la carta de Kim, se rompía.

Temía haber destruido los sueños de quien sentía como su alma gemela, y a pesar de que seguía acumulando premios y proyectos de actuación, ya nada era igual.

Las cosas parecían aún no recobrar su verdadero sentido.

―.―

El Zoológico Central de la capital de Zweiten, la antigua potencia mundial, había mejorado mucho desde hacía cinco años, tiempo en el que una joven seria e impulsiva de veinte había tomado su dirección.

Kimberly Iron era el nombre de su directora. Sin embargo, había momentos en los que la lucidez llegaba, y aparecía el sufrimiento maquillado de éxito en que se había transformado su vida.

Sufría aún por la pérdida de su país, y la lejanía irreparable de sus amigos, a los que no había vuelto a ver. Sabía que Max había sido el mejor corista de música religiosa años atrás, para luego asimilarse como monje de una congregación extraña, en la que se les impedía salir del claustro.

De la dulce Emi, aquella con vocación de servicio, había oído que realizaba un voluntariado en Siebsen, demostrando una vez más que la barrera del idioma, y la raza, no la afectaban en ningún plano existencial. Sin embargo, una pequeña nota en uno de los tantos foros a los que se había inscrito, esperanzada en encontrar algo sobre sus actuales vidas, le había hecho conocer que Emi acababa de dejarlo para unirse a un monasterio extranjero, en algún país que habían preferido omitir.

De modo que, tras repasar en su mente ambas situaciones, llegó a una conclusión irremediable...

Estaba sola.

Sí, se había quedado sola.

Sus padres no desearon salir de su país de origen cuando hubo aquel desastre, y aunque ella soportó estoicamente el proceso inicial de reestructuración de Drien, tuvieron que ceder ante su espíritu deseoso de conocer el mundo. Por eso, los había dejado apenas terminada la carrera que duró dos años.

Ahora era feliz, porque se le reconocía en muchos círculos científicos y técnicos, gracias a sus investigaciones acerca del comportamiento y la salud de los animales. Era famosa. Famosa y, según su percepción, ayudaba a mantener la paz y respetaba la vida animal.

Dejando de lado, claro, su mayor hobbie: disecar animales que encontraba en sus viajes exploratorios.

¿Sus sueños?

Pues, de la cuentista nada había quedado. Solo escribía reportes y artículos para las revistas veterinarias. Y aunque era parte de la Ley de Prohibición de Drien el no inmiscuirse en actividades no relacionadas con su prohibición, podría haberlo hecho a escondidas, sin contarle a nadie.

Al final de cuentas, ni siquiera tenía a alguien con quien compartir sus propias aventuras...

...pero la fama embriaga, ciega, y hace olvidar. Olvidar incluso tus pasados amores platónicos.

Drien (Novela Original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora