Capítulo 11

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Desde aquel día en que me encontré con Adriana, todo fue maravilloso. Ya habían pasado varias semanas, pero seguíamos en contacto, nos enviábamos mensajes de texto y de vez en cuando nos llamábamos. Ninguno de los dos había prometido nada todavía, sabíamos que era demasiado pronto, ambos estábamos un poco nerviosos, habíamos sufrido la última vez y no queríamos ahora dar un paso en falso.

Deseábamos estar el uno con el otro, no obstante para eso nos aseguraríamos de que esta vez haríamos las cosas bien y solamente con el transcurso del tiempo lo descubriríamos.

El destino nos separaba y luego nos volvía a juntar, así había sido por varios años, ahora cada uno se enfocaba en su vida, al principio nos aterraba que no nos volviéramos a encontrar jamás, sin embargo siempre de alguna forma regresábamos.

La gente dice que existe un hilo rojo que une a dos personas y que no importa que tan lejos los lleve la vida a los dos, siempre acabaran encontrándose, yo tenía fe en eso y en que algún día me daría cuenta de que nuestro momento para estar juntos había llegado.

Los dos sabíamos que cuando el universo conspirara para que por fin estuviéramos juntos, sería para siempre, y lo sabríamos al instante. Mientras tanto yo cumplía con mis compromisos y ella terminaba su especialidad.

Luego de una pequeña gira por Europa, Adriana y yo pusimos nueva fecha para encontrarnos de nueva cuenta, esta vez sería en Londres. Nos quedamos de ver un sábado por la tarde. Al verla por segunda ocasión los nervios volvieron, cuando estaba con ella me sentía como un adolescente.

Fue un día hermoso, paseamos por el centro, recorrimos las calles de Londres hasta que anocheció y luego subimos al London Eye. Aunque ninguno de los dos lo llamaba "cita", nuestros encuentros eran eso, citas, en las que los dos nos reconquistábamos. Todavía no nos habíamos besado, ni siquiera nos tomábamos de la mano, pero con el simple hecho de estar juntos era maravilloso.

Mientras estábamos en London Eye, veíamos la hermosa vista de Londres anocheciendo, los dos sentados uno enfrente del otro mirándonos con ojos de amor, ruborizándonos cada vez que alguno se percataba de la mirada del otro.

Para armonizar un poco aquel momento, Adriana puso música. Cuando estábamos en la cima se reprodujo una canción que, como siempre, reflejaba lo que pensábamos y sentíamos los dos, sobre todo yo.

Morat con su canción Punto y aparte, expresaron esas palabras que yo no podía pronunciar.


"Para dejar de arrepentirme por decirte que no

No estoy seguro si me alcance una vida

Si fue por mí que tú lloraste ese adiós

Yo también cargo esa herida..."


En lo que escuchábamos esa melodía hermosa, nos mirábamos fijamente.


"... Por más de un año yo contuve la respiración

Por trece meses pensé en lo que diría

Y hoy que te vi, ya no me sale la voz

Ni el aire que antes tenía..."


En ese momento quería decir mil cosas, a pesar de ello no sabía por dónde empezar ni cómo decirlas, el miedo me consumía por dentro.


"... Sé que soy culpable del tiempo perdido

Y que mi promesa se fue con una canción

Al montarme en ese avión

Y hoy..."


Mis palabras nacían en mi mente y se apagaban en la garganta, quería gritar al viento cuanto la amaba, pero yo mismo me traicionaba al no dejar hacerlo.


"... Vuelvo a encontrarte

Y haré de todo para no soltarte

Porque yo nunca me cansé de amarte

Y quedan cartas que no he puesto en juego..."


Me di por vencido en querer pronunciar alguna palabra, respiré hondo y cerré unos segundos los ojos, era un total cobarde.


"... Punto y aparte

Tú sabes bien que yo no juro en vano

Y estoy jurando no soltar tus manos

Y si es por ti las mías pongo al fuego

A las cenizas no les tengas miedo

Que si te quemas yo también me quemo..."


Cuando abrí los ojos, Adriana estaba volteada hacia otro lado, observé su rostro a detalle, quería grabarme en mi memoria cada facción de ella, para mí era como ver a un ángel, el más hermoso.


"... Puedo explicarte cada signo de interrogación

Si tú me miras tal y como lo hacías

Cuando pensé por fin la guerra acabó

Fuiste una bala perdida..."


- ¡Te amo, Adriana! – dije sin darme cuenta el cómo o cuándo, solamente pronuncié aquellas palabras que tanto me costaban decirlas.

Ella me miró, me puse nervioso.


"... Vuelvo a encontrarte..."


- ¡Yo también te amo, Henry! – contestó con dulzura.

Después de aquellas palabras ninguno dijo nada más, ni siquiera nos movimos, solamente nos miramos, mientras el sol se escondía para dar paso a la luna. 

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