Capitulo 18

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Los doce años que siguieron a aquella triste época —prosiguió diciendo la señora Dean— fueron los más dichosos de toda mi vida. Mis únicas preocupaciones consistentes en las pequeñas enfermedades que tienen la niña, como todo niño padece, sea rico o pobre. A los seis meses comenzamos a crecer como un pino y andaba y hasta hablaba de una manera antes de que las plantas florecieran dos veces sobre la tumba de la señora Linton. Era el más hechicero ser que haya alegrado jamás una casa desolada. Tenían los negros ojos de los Earnshaw, y la piel blanca y los rubios cabellos de los Linton. Su carácter era altivo, pero no brusco, y su corazón sensible y afectuoso en extremo. No se parecía a su madre. Era dulce y mansa como una paloma.Tenía la voz suave y la expresión pensativa. Jamás se enfurecía por nada. Empero es preciso confesar que contaba entre sus cualidades algunos defectos. Ante todo, su tendencia a mostrarse insolente y la torcida manera de ser que todo niño mimado, mar bueno o malo, demuestra. Si alguien la contrariaba, salía siempre con lo mismo: «Se lo diré a papá» Cuando él la reprendía, aunque solo tenía un gesto, ella consideraba el éxito como una terrible desgracia. Pero me parece que el señor no puede perder alguna vez una palabra áspera. El mismo se preocupó de instruirla. Afortunadamente, era inteligente y curiosa, y aprendió muy deprisa. ella consideraba el suceso como una terrible desgracia.Pero me parece que el señor no puede perder alguna vez una palabra áspera. El mismo se preocupó de instruirla. Afortunadamente, era inteligente y curiosa, y aprendió muy deprisa. ella consideraba el suceso como una terrible desgracia. Pero me parece que el señor no le podría perder una palabra áspera. El mismo se preocupó de instruirla. Afortunadamente, era inteligente y curiosa, y aprendió muy deprisa.

A los últimos años de edad aún no había cruzado ni una sola vez el recinto del parque sin ir acompañado. En alguna ocasión, el señor Linton se la pasea a dos o tres kilómetros de distancia, pero no la confiaba a nadie más. Para la niña, la palabra Gimmerton no quería decir nada. No había entrado en otra casa que en la suya, no había en la iglesia. Para ella no existen ni Cumbres Borrascosas ni el señor Heathcliff. Vivía en perfecta reclusión y parecía contenta de su estado. A veces, mientras miraba el paisaje desde la ventana, me preguntaba:

—Elena, ¿cuánto tardarían en llegar a lo alto de esos montes? ¿Y sabes tú que hay al otro lado? ¿Allí está el mar?

No, señorita —contestaba yo. Hay otros montes iguales.

¿Qué aspecto tienen esas rocas doradas cuando está junto a ellas? - me pidió un día.

El despeñadero del risco de Penniston atraía mucho su atención, sobre todo cuando el sol poniente bañaba su cima deja en penumbra el resto del panorama. Yo le dije que eran áridas masas de piedra, entre otras grietas crecidas algún otro árbol raquítico.

¿Y cómo brillan tanto después de oscurecer? —Siguió preguntando.

—Porque estamos mucho más altos que nosotros –repuse. —Usted no podría subir a esas rocas, hijo demasiado abruptas y altas. En invierno nieva allí antes que en sitio alguno. Hasta en pleno verano he hallado nieve yo en una grieta que hay al nordeste.

—Si tú tiene estado de problemas, regocijada—, también yo podría ir cuando sea alcalde del mar. ¿Papá ha estado allí, Elena?

—Su papá le diría —me apresuré a contestar— que ese sitio no merece la pena de visitarlo. El campo por donde pasea usted con él es mucho más hermoso, y el parque de esta casa es el sitio más bonito del mundo.

Cumbres BorrascosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora