Capítulo 4: La rosa prohibida I

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Llegué del mercado junto con Pablo y me dispuse a entrar en mi casa que era una especie de apartamento con varias familias más. De ese apartamento, yo era amiga de una chica llamada Esther, una chica que vivía en nuestro mismo apartamento desde cuando llegamos aquí. Éramos amigas de la infancia. Subí las escaleras hasta mi apartamento cuando la veo a ella en la puerta de mi casa. Estaría preguntando por mí.

—¡Vaya! Estás aquí. —dijo acercándose a mí.

—Sí, acabo de llegar de hacer una cosa de la escuela. —mentí. No quería que empezara a hacer preguntas de ese chico y a comerme la cabeza, era buena amiga pero muy pesada con esas cosas.

—Vamos, no me digas eso, te has ido con Pablo otra vez, que te he visto.

Me cago en todo, pensé. Ya lo que me faltaba, aguantar otra entrevista incómoda para concluir que no hay nada entre nosotros. Bueno, dentro de unos días sí que lo habría, a distancia.

—Vaya, no sabía que tenía un espía detrás de mí.

Mi padre, que estaba escuchando la conversación, salió fuera de casa un momento.

—Hola, Sonia. Y Esther ¿Qué tal?

—Hola, señor, muy bien, gracias.

—Veniros dentro si queréis hablar, ¿Vale?

—Ah, no si yo le decía de quedar para venir a mi casa, que tenemos hamburguesas para cenar y así charlamos un rato

—Bueno, entonces no pasa nada, ¿Tú qué dices, Sonia?

—Eh, si, si no te importa, papá...

—Claro que no, solo que... ¿recuerdas lo que le dijiste a tu hermano?

Levanté mi cabeza y traté de acordarme.

—¿El qué?

—Le prometiste que dormirías con él.

—Ostia... esto... ¿No podría ser mañana?

—¿Se te ha vuelto a olvidar? —dijo enfadado—. Lleva varios días queriendo.

—No, solo que... esta vez me viene mal, mañana te prometo que...

—No, mañana no. Esta noche. En cuanto llegues irá a tu cuarto.

—Vaaale. —dije desganada

—Y además iré a buscarte en cuanto quiera dormir. Ya está bien de decir una cosa y luego otra.

—Siiii —dije bajando las escaleras sintiéndome incómoda.

Esther me siguió a punto de reírse hasta que mi padre cerró la puerta.

—Al final te llevaste bronca.

—Ya ves, el pesao de mi hermano.

—A ver, todo es cuestión de perspectiva. Es el único tío que se quiere acostar contigo, puedes mirarlo así.

Le di un golpe en el hombro que casi la caigo por las escaleras.

—¡Tía, que es pequeño!

—¡AU! ¡Perdón!

Justo en ese momento, una patrulla de policía cargados hasta los topes con armas vigilaban las calles y anunciaban el toque de queda, era un sonido bastante amenazante ya que si no estabas en casa en 10 minutos procederán a matarte.

—¡Atención! Queda fijado el toque de queda por las siguientes 13 horas. Todo aquel que permanezca en las calles en este límite de tiempo, será procesado y ejecutado —consecuentemente, volvían a repetir el mensaje una y otra vez. Aún así muchas veces se oían disparos y gritos en las calles.

Dos Pasos al InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora