𝟎𝟎𝟔.

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Para Sophie era horriblemente extenuante tener que levantarse de la comodidad de su cama, y abandonar la seguridad de su habitación para tener que enfrentar el continuo terror que le tenía a su propia familia.

Tenía miedo de quedarse allí parada a mitad del pasillo o de la sala y que la viesen como un simple estorbo. No le gustaba tener que participar de los almuerzos familiares porque siempre descubría a algunos de los presentes mirándola con desaprobación o con asco.

Muchos encuentran diversas formas de escapar de su penosa realidad: algunos se esconden entre rostros sonrientes en las fiestas, otros en el alcohol, las drogas; muchos no resistían y optaban por acabar con su vida sin detenerse a pensar en las consecuencias que acarreaban para su alma. Sophie descubrió la música cuando casi formaba parte de las tantas masas que caían en algún tipo de adicción, al igual que muchos ella decidió refugiarse en ella. Vivirla, amarla, sentirla, disfrutarla sin pudor alguno: sin temor a que los demás dijeran algo de ella.

Cuando creaba alguna pista o las letras, se sentía libre. Incluso algunas veces lloraba a altas horas de la madrugada porque no encontraba ningún otro método para expresar la libertad que su corazón sentía cuando sus dedos tocaban un bolígrafo sobre un papel o las teclas de su viejo teclado.

Los latidos de su corazón se sincronizan con la melodía, su cuerpo se mueve conforme a los tiempos del beat. La sensación de libertad y la emoción embriagan todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo, y sonríe como nunca lo hizo años antes.

La catalogaba como una de las sensaciones que jamás había experimentado antes. Libertad, adrenalina, emoción, calma: todo eso representaba para ella el poder expresar con la música, no tanto con las palabras.

— Oye, ¿qué tal si salimos un rato a pasear? Has estado toda la bendita semana con el trasero aplastado en esa silla, mujer—su compañera de departamento le habla, pero solo escucha levemente la música colarse de los auriculares de Sophie.

Sophie siente la mirada intensa de alguien en su nuca, pero debatir internamente sobre que beat quedaría mejor en el puente de su canción es más importante que cualquier otra cosa.

A veces le gustaba imaginarse conversaciones en esa misma habitación con él, uno sentado en la silla frente a su escritorio y otro recostado sobre la cama. O ambos sentados sobre su alfombra felpuda hablando de cosas que a ella le habría gustado hablar con alguien más, de haber tenido la suficiente confianza.

Le habría hecho un millón de preguntas y lo miraría super impaciente para que se decidiría ya por las respuestas.

—Maldición, te estoy hablando— su compañera se desespera y le golpea con todas sus fuerzas en la nuca. El lápiz que estaba masticando junto con los auriculares salen disparados de sus lugares y su frente se estrella sobre el teclado de su computador con un sonido seco.

Ese golpe le hizo replantearse toda su vida.

— Tengo hambre, si no me equivoco, hay un restaurante cerca— le comenta levantando la cabeza como si nada, como si no tuviera la barra de espacio marcada en su frente.

El sudor empieza a recorrerle la espalda cuando ve a su compañera de departamento levantarse lentamente de su cama, evita mirar minuciosamente las arrugas de las sábanas y se enfoca mejor en el brillante suelo. Se supone que una miniatura como lo es YoungMi no le debería intimidar, pero vaya que lo hace.

—Voy a hacer de cuenta que si me escuchaste— suspira y Sophie siente que puede volver a respirar con normalidad, la pelirroja se retira de su habitación y le indica con su mano de que la siga—Vamos.

Después de media hora de buscar todo lo que necesitaba y verificar varias veces que todo estuviera en su lugar, y que las canillas de agua y del gas estuviesen bien cerradas, pudieron salir. Hasta que YoungMi se acordó de que dejó las luces de su habitación encendidas, bueno después siempre podía convencer a su compañera de que la boleta de luz aumentó por culpa de los vecinos, no de ella.

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Después de semanas mirando las flores que suelen crecer en un pequeño parque en su ciudad natal. HongJoong se decide volver, se sentía mejor estando con su familia y rodeado del ambiente tan tranquilo conviviendo con la naturaleza; pero extrañaba el ruido de Seúl, quería ir de habitación en habitación a despertar a sus niños y que lo llenaran de abrazos, y de baba en algunos casos.

Quería mirar a WooYoung prepararles el desayuno y compartirlo entre risas, y recordar anécdotas vividas en sus vacaciones pasadas.

Extrañaba escuchar a SeongHwa renegar con los miembros por dejar todo desordenado y sucio, a San preguntarle que peluche debería meter en su bolso y ver a YunHo bailar mientras cantaba lo muy feliz que se sentía cuando comía la deliciosa comida de WooYoung, quería escuchar las notas altas de JongHo y sentir una burbujeante emoción crecer en su pecho.

Quería escuchar los gritos de MinGi y los comentarios sarcásticos de YeoSang.

Los extrañaba demasiado.

Suspiraba otra vez dispuesto a levantarse de la piedra en la que estuve sentado casi toda la tarde, guarda bien su cámara dentro de su bolso y se dirige a casa de sus padres a contarles que estaba convencido de querer volverse ya a Seúl.

—Oh, cariño ahí estas, ven, ven—apenas se quitó el calzado en la puerta, su madre apareció y tiró de su brazo para guiarlo hasta el comedor donde la mesa estaba llena de sus platillos favoritos y una carpeta colorida con varios papeles sobresaliendo.

Era su álbum de foto, aquel que su madre llenó de fotografías de él y de toda su familia, fotografía que a él le encantaba pedirle a su progenitora que le contara las historias detrás de ellas.

—Quieres volver, ¿cierto?—le pregunto después de verse todo el álbum, y escuchando a su madre reírse de varias anécdotas.

HongJoong asintió.


𝐋𝐄𝐓𝐓𝐄𝐑𝐒 𝐓𝐎 𝐇𝐎𝐍𝐆 𝐉𝐎𝐎𝐍𝐆 || 𝐊. 𝐇𝐎𝐍𝐆𝐉𝐎𝐎𝐍𝐆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora