Capítulo 13: Un regreso inesperado

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«No hablo para que mi voz sea escuchada, sino para que el silencio de todos se escuche.»


Alessia


28 de Enero, 2019.


"No eres consciente de lo que tienes, hasta que lo pierdes." Solía escucharle decir a mi abuela cuando sermoneaba a una de mis primas. Claro que en ese caso, seguramente no se refería a perder un familiar cercano, ni mucho menos a un hijo. Probablemente tal consejo fuese por algo menos importante. Quizá, en ese momento se refería a algo material. Ahora mismo, no puedo recordarlo.

Todo esta situación me lleva a pensar que la vida, al menos la mía, es una montaña rusa constante donde jamás sabrás cuándo estarás en lo más alto...ni cuándo bajarás en picada. Sin frenos ni control alguno.

Hace un par de horas aterrizó mi avión, por lo que me encuentro ahora mismo en Venezuela, específicamente en la sala de urgencia del hospital más cercano de la casa de mi abuela. Recibir la noticia de que mi tío sufrió un paro respiratorio a horas antes de tomar el vuelo para acá fue la cosa más angustiante y estresante que me ha pasado en la vida. Experimentar tanta ansiedad por viajar lo más pronto posible para estar junto a mi familia ha sido lo peor que he sentido. No paraba de temblar por sobre-pensar en lo que podría estar ocurriendo, sin recibir más noticias al respeto... sentirte indefensa al no poder ayudar ni estar allí para mis seres queridos... todo, absolutamente todo ello me hizo sentir impotente.

La sala de espera debe ser, seguramente, el peor lugar en donde estar. Superando incluso al aeropuerto donde estuve por un par de horas pues, para mi mala suerte, mi vuelo se retrasó más de lo esperado.

El lugar es sombrío y silencioso. Se respira este aire lleno de tensión y preocupación. Desde que llegué pude notar que en esta sala pocas familias tienen la fortuna de recibir buenas noticias por parte de los doctores o enfermeras sobre su paciente. Hay llantos de alegría para esos pocos afortunados, y mucho llanto de dolor para la mayoría. Ruego casi implorando que en nuestro caso seamos unas de esas familias afortunadas.

Mi madre se sienta a mi lado, tendiéndome un té de tila. Lo compruebo al saborearlo. Sus ojos están rojizos, tiene ojeras y bolsas bajo sus ojos y su mirada luce perdida. En mi caso, debo lucir igual que ella. Añadiendo mi cabello despeinado y lleno de friz, pero sinceramente ahora mismo ese es el menor de mis problemas.

Por otra parte, mi abuela yace de pie en un rincón, alejada de todos. Su mirada permanece clavada en algún punto fijo del suelo. Así ha permanecido durante todo este tiempo.

Inmóvil y cabizbaja.

De acuerdo a mi primo César, se ha negado a sentarse. Diciendo que eso hará que se duerma y ella quiere ser la primera en recibir noticias sobre su hijo.

No me imagino cómo estará sintiéndose ella.

La observo con calma durante un par de minutos, luce pálida, sus ojos entrecerrados y parece murmurar algo en tono muy bajo mientras mantiene sus manos entrelazadas. Tal vez una plegaria a Dios.

No soy muy creyente, pero comprendo la necesidad de implorar a que todo vuelva a la normalidad, que todo salga bien y mantengan a mi tío con vida, si es que existe esa posibilidad. Saber que la vida de tu único hijo yace en las manos del destino... es... ni siquiera tengo palabras para describirlo.

Todos mis familiares cercanos están acá en el hospital; todos esperando por alguna novedad. Algunos estamos esperando dentro del hospital, específicamente en la sala de urgencia, mientras que los demás prefirieron esperar fuera del hospital.

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