CAPÍTULO 8

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Alan Fowl se recostó sobre el mullido sillón de aquella cafetería y suspiró profundamente tras darle el último sorbo al café que sostenía entre sus manos. Manchó con la taza la esquina de un papel en el que tenía anotados números y palabras sin aparente relación. Mientras se rascaba la barba, sopesaba su siguiente movimiento. No sabía si tomarse un descanso, pedir otro café, o ir directamente a las SSF a recabar más datos. 

Los clientes fluían en un continuo entrar y salir del recinto, pero él sin embargo llevaba allí estancado horas. Tantas que ni él mismo se acordaba. A sus oídos le llegaba el mismo nivel de ruido, pero su cerebro se las había ingeniado para desechar esa información que le perturbaba para realizar su trabajo. 

Finalmente, subió la mirada, buscando la cara de Joanne Davidson para que le sirviera otro café. En lugar de eso, sus ojos se desviaron hacia un hombre alto y de composición delgada que entró en la cafetería quitándose la corbata con gesto de agobio. Sin duda buscaba algo o a alguien, aunque su expresión no cambió ni un ápice cuando encontró lo que buscaba. 

-Alan -dijo, acomodándose en el sillón de enfrente. Dobló la corbata meticulosamente y la introdujo en un bolsillo interior de su chaqueta. 

-Nick -respondió Alan, en tono más serio de lo que quería. En ese momento, una mujer baja con abundantes rizos apareció por su campo visual limpiándose las manos en un delantal burdeos-. ¡Joanne! Otro café, por favor. 

La mujer respondió asintiendo con una sonrisa. 

-Sabes que no es seguro estar aquí, Alan. Hay millones de sitios en los que investigar sin correr el riesgo de que... 

-Nick, ahórratelo -lo interrumpió el titular volador neojerseíta-. Llevo cuarenta y seis años en las SSF y en mi expediente no consta ningún caso de limpieza de memoria debido a una imprudencia mía. 

-Lo sé, Alan. Sabes que lo sé. Pero creo que hasta que la situación se estabilice, no deberías de investigar un caso de las Fuerzas Secretas Especiales en la calle -sugirió, dándole un énfasis especial cuando pronunció "secretas"-. Y menos en la cafetería de los padres del chico... 

-El café, Alan. -La madre de Hugo apareció por la espalda de Nick con una jarra de color marrón muy oscuro. Rellenó la taza del anciano, y miró con una sonrisa amable a Nick. 

-Un té, por favor. El más fuerte que tenga -dijo-. Como te decía, los dueños de esta cafetería son los padres de Hugo Davidson -continuó Nick, susurrando-. Si relacionan algunas de tus notas con su hijo... no sé lo que podría pasar. 

-Nick, por favor, no seas ridículo. -El hombre miró por primera vez a los ojos a Nick. Éste se dio cuenta de que llevaba días sin dormir, o al menos descansando muy mal. Las ojeras le bajaban como un manto desde la cuenca de los ojos, abarcándole gran parte de la cara. Tenía los ojos vidriosos, rojos. Tanto, que era difícil ver dónde comenzaba su iris de color verde y dónde terminaba su ensangrentada esclerótica. 

-Alan por Dios. Tienes que descansar. O delegar funciones. No puedes encargarte de esto tú solo. 

-Todos tus hackers me son muy útiles, créeme, pero solo yo puedo unir los puntos y llegar hasta Phil. 

Al decir su nombre, bajó la vista hacia sus papeles, y los ordenó, apilándolos meticulosamente según unos criterios que solo él podía adivinar. 

Nick suspiró. Alan siempre había sido así. La vida le había enseñado a desconfiar de absolutamente todo el mundo, lo que le llevaba a hacer cosas como aquella. Creía que había las mismas posibilidades de un posible espionaje en una cafetería de Princeton que en la biblioteca de la sede de las SSF. Solo confiaba en Phil Lewis. Y ahora la vida también le había arrebatado esto. 

Un héroe inesperado TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora