Jamás me olvidé de Ti [Geranne]

Miedo

Son las once y veintisiete en la ciudad de Valencia, la oscuridad invade sus calles, colándose por los recovecos más escondidos a la luz de la Luna. Aunque en un pequeño local en el centro de Ruzafa, nunca llega la noche.

Cuando los últimos clientes abandonan el bar, tiñéndose con el rojo del letrero. Dentro, tres personas se ocupan de la organización de las mesas y de la limpieza del establecimiento. Es pronto, ya no queda nadie, a los dueños no les molesta el hecho de que aún no sea media noche y el local ya esté vacío, al fin y al cabo es un jueves de mediados de primavera.

Claudia limpia la barra, sucia por qué en este bar los posavasos brillan por su ausencia. Los focos alumbran sus pecas y su piel, de un blanco nuclear, realza el negro de sus ojos y su pelo, acompañados del rosado de sus mejillas. A simple vista, algunos se preguntan porqué Carlos, quién podría tener a la mujer que quisiera, está con ella, una muchacha bella, pero no hermosa. Ella también se lo preguntó durante mucho tiempo. Sin embargo, es una persona muy cálida. Cualquier persona que conoce a Claudia desea quedarse a vivir con ella, y su prometido tiene esa inmensa suerte.

Carlos podría tener a la chica que quisiera, pero nunca ha sabido hacer que se queden y, sin embargo, con Claudia le sale solo. Ella es de esas personas que incitan a quedarse, es dos calurosos brazos abiertos, pero no para cualquiera. Se complementan, porque él podría estar con quién quisiera pero no cualquiera podría estar con ella. Todos los que le conocen saben que el destino les ha juntado, ellos han creado una relación tan especial y la vida les espera para acompañarles siempre, de la mano. Carlos, quién prometió no enamorarse, le resultó imposible cumplir ese juramento cuando conoció a su prometida, él tan crío y ella tan hogar.

Claudia observa al otro lado del bar, Carlos barre el suelo mientras mantiene una animada conversación con Gèrard. Este último, está acabando de apilar las sillas. No escucha de qué hablan desde allí, sin embargo ambos ríen. Ella no entiende cómo surgió la amistad, simplemente un día llegó el ceutí y al siguiente su prometido le estaba invitando a un café y un bolo, y así hasta el día de hoy. Se entienden y se complementan como todo buen amigo debería y, aunque ninguno lo admite, les dolería si se separaran. Por razones como esa, Claudia no puede evitar una sonrisa cuando los ve juntos.

Escucha un sonido desde la trastienda, un teléfono, no es el suyo ni el de su prometido, por eso recurre a la tercera opción.

-¡Gèrard, el teléfono!

Ella se dirige a su bolsa, él hacía la barra, se encuentran justo a la mitad del camino, sigue sonando la canción de Allen Stone Brown Eyed Lover, el ceutí no conoce la opción de bajarle el sonido a la alarma, al parecer. Descuelga justo a tiempo de que la otra persona se harte de contar pitidos. Se acerca el teléfono a la oreja.

-¿Diga?

Nadie habla, solo se escucha una respiración pausada al otro lado del teléfono, la cual se acelera al escuchar su voz. Gèrard no entiende qué está pasando y no le hace ninguna gracia.

-Disculpe, pero si esto es una broma no tiene ninguna gracia. -espera una respuesta que no llega, solo escucha como incrementa el ritmo de la respiración al otro lado de la línea- Oiga, voy a colgarle.
-¡Espera!

Ahora es Gèrard quién nota como sus pulsaciones se aceleran. Es ella. La reconocería aunque en vez de cuatro hubieran pasado veinte años, su voz aguda con un tono borde, el mismo con el que le enviaba a la mierda. Sabe que su corazón está apunto de salir de su pecho, pero decide hacerse el duro.

-¿Gèrard? ¿Gèrard Rodríguez?
-Ese soy yo.

El silencio vuelve a hacerse, Carlos se acerca lentamente, el ceutí mueve los labios intentando decirle Es ella ante lo que su amigo calla, Claudia también se acerca por detrás. Tras la puerta del bar, el aire corre en forma de una brisa suave que acaricia las ventanas y la noche. Los tres se estremecen, comprendiendo que un silencio puede ser estremecedor.