Verte volver

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La semana ha pasado, los días han volado en el calendario y, casi sin querer, ya es martes.

Anne se encuentra dando un paseo al borde del mar, repitiéndole a su hija, constantemente, que no debe mojarse, que se aleje del agua. Aba, en cambio, presenta un gran afán por arrimarse lo máximo posible al límite, poniendo todo su empeño en la tarea de hacer lo contrario a lo que pide su madre.

Flavio y Samantha se han quedado un poco atrás, observando el atardecer cogidos de la mano. La navarra les ha insistido antes de salir en que se quedasen, que disfrutasen del tiempo en silencio sin la energía incansable de la pequeña, pero ellos se han negado, diciéndole que ver la puesta de sol en el Mediterraneo es una de sus grandes pasiones. A la vista está el hecho de que no mentían.

Se les ve felices, enamorados, los años no han causado estragos en la relación, todo lo contrario, la ha afianzado. El paso del tiempo es notable en sus mejillas sonrojadas, sus ojos brillantes y sus constantes sonrisas. Son felices y plenamente suyos. Son dos locos enamorados y no les importa nada más, ya puede acabarse el mundo o llegar una pandemia mundial, ellos seguirán estando completamente felices en su mundo.

Anne echa de menos esa sensación.

-Mami, piensas mucho últimamente.

Anne suspira. Cambia su mirada de la pareja a su hija, quien la mira desde su cintura con los ojos bien abiertos, esperando una respuesta. Aquellos que dicen que la curiosidad mató al gato no conocen la vitalidad que le otorga a esta niña. Desde que empezó a moverse se le veía como lo observaba todo, como señalaba a un lado y a otro, la televisión no le causó mucho interés como a otros pequeños, lo que sí que le llamaba la atención era el mecanismo con el que las personitas aparecen en aquella caja cuadrada. Es muy inteligente, porque ha querido.

-Aba, voy a decirte algo y quiero que me prestes atención, es muy importante.

La niña asiente, con los ojos bien abiertos. Anne se agacha para quedar a su altura, para mirarla directamente. Le acaricia la mejilla con el pulgar, como si temiera dañarle, como si pudiera evitar que el mundo la hiciese polvo, tratando de lograr que el dolor no sea inevitable.

-Mañana voy a ver a tu padre, quiero asegurarme de que es una buena persona, de que lo sigue siendo, antes de que os veáis, no me gustaría que te llevases una decepción.
-¿Qué pasará sí papi es una mala persona?
-No lo sé, tampoco quiero llegar a descubrirlo. Solo me gustaría que entendieses que todo lo que hago es por tu bien y porque te quiero y quiero lo mejor para ti. Mi única intención desde que naciste ha sido, siempre, que crezcas feliz y sana, todo lo demás es secundario. ¿Me entiendes?
-Gracias, mami. Te quiero.

Aba la abraza con fuerza y con una gratitud tan grande que no le cabe en el cuerpo, Anne nunca llegará a entender cómo un corazón tan enorme ,como el que la pequeña tiene, puede caber en algo tan pequeño. Y ahí, con su hija entre sus brazos, la navarra es feliz y tiene las ideas, y la mente, más claras que nunca. Ha de ver a Gèrard, debe lograr lo que le ha prometido a Aba, que sea lo más feliz posible, sabe que Aba desea conocer con todas sus fuerzas a su padre biológico, y eso le pondría muy contenta. Por no hablar de que a Anne también le hace ilusión volver a verle.

Así acaban de pasar la tarde, abrazadas, sentadas frente la arena, mirando el atardecer y, lo más importantes, juntas, porque ella siempre han estado la una con la otra en los momentos difíciles y este no va a ser menos.

Gèrard está en su casa, recogiendo la mesa, de fondo suena Fly me to the Moon de Frank Sinatra. Últimamente está muy alegre, o al menos eso es lo que le dice Carlos, que le ve más sonriente y energético. Él no sabe si acaba de entenderlo, solo cree que el mundo parece un lugar más bonito.

Jamás me olvidé de Ti [Geranne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora