Cartas de despedida

477 39 4
                                    

Hace tiempo que no te escribo, antes, sentía la necesidad de contarte qué pasaba cada día, para que no te perdieses nada, para que supieses todo. Empecé a escribirte el día que Aba nació, aún conservo esa carta, en realidad, las conservo todas. También te escribí el día que empezó a gatear, cuando dió sus primeros pasos y cuando dijo su primera palabra, estrella, si no recuerdo mal, me recordó a ti y a esa canción tuya, fugaces, y yo estuve toda la carta diciéndote que sí, que fuimos fugaces y que en ese entonces lo supe, que nuestra hija iba a ser muy inteligente, y también fue un bicho. Te dediqué unas palabras cuando fue a la guardería, de lo sola que me sentía y lo mucho que te necesitaba en ese momento, en ese y en todos. En todas mis cartas, te he descrito mi casa, de Francia, de nuestros antiguos compañeros, desde cosas tan triviales como el aleteo de una mariposa, hasta miedos e inseguridades, intentando encontrar tu mirada diciendo que todo va a salir bien a través de un simple trozo de papel impregnado de tinta.

Me pregunté muchas veces si algún día llegarías a leerlas, tenía claro que el valor para entregarte las era parte de mí desde que empecé a escribirlas, lo que no me dejaba dormir era la pregunta constante de si volveríamos a encontrarnos, de si volvería a mirar a tus ojos para encontrar todas las respuestas del mundo, todo lo que yo necesito saber. Quería besar tus labios una última vez, aunque estuvieses con alguien y tu boca fuese algo prohibido, me excitaba pensar en eso, imaginar tu lengua recorriendo cada recóndito lugar de mi cuerpo, incluso los innombrables, parándose en cada uno de mis lunares para dibujarlos con tu sonrisa traviesa y asegurarte de que siguen en su sitio. A veces, por las noches, cerraba los ojos y dejaba rienda suelta al placer y a la imaginación, me tocaba pensando que eras tú quien lo hacía, no veas lo bien que amanecía al día siguiente. Entonces, te veía en cada esquina, cada lugar llevaba tu nombre y el viento traía tu voz, yo lo escuchaba como si estuvieras abrazándome y no a kilómetros de mí, o podían ser metros y yo no lo sabía, cosas así me atormentaban por la noche.

Creí que jamás dejaría de escribirte, que viviría décadas, tal vez toda mi vida, entre una carta y otra, hablándole a alguien que no escucha. Pensé en buscarte por las redes sociales, ver si habías seguido componiendo, descubrir qué había sido de ti, también pensé un par de veces en buscar tu nombre entre mis seguidores, pero no me atreví, no tuve el coraje suficiente para hacerlo, en parte, me daba miedo descubrir que no te importaba, que entre todas esas personas que le gusta mi música y deciden seguirme y saber qué hago, qué es de mí, no estabas tú. Tenía miedo de que no cumplieras tu promesa y me olvidaras, que mi nombre para ti fuese uno más entre tantos otros. Me preguntaba si tú también tendrías miedo de cosas así y me creía idiota por pensar, aunque solo me lo permitiera durante unos segundos al día, que había esperanza. Yo intentaba olvidarme, perder la esperanza, empecé a hacerme a la idea que nació Aba, porque tú no me habías llamado y ya habían pasado seis meses desde que hablé con tu madre. Me cambié el teléfono porque, entre que iba a tener yo sola a una niña, la presión del parto y que tú no me habías llamado, reventé mi móvil contra la pared antes de ir al hospital.

Deberías haber estado aquel veinticinco de diciembre, dándome la mano mientras nuestra hija salía de mí y saludaba al mundo por primera vez, era una cosa tan pequeña que tuve miedo de cogerla y que se rompiera entre mis manos, sé que tú no habrías temido, la habrías cogido entre tus fuertes y firmes brazos y la habrías acunado mientras la mirarías con una dulzura que no cebe en nadie mas que en ti, habrías sido un gran padre y un gran apoyo desde el principio, no necesito nada más que yo misma para convencerme de ello. Serías como un súper papá, listo para cuidar a la pequeña cuando hiciese falta, para levantarte cuando duermes profundamente solo para cambiarle el pañal o para hacer que deje de llorar, pero también un súper papá para abrazarme en medio de una fría noche y susurrar que me quieres y que vas a estar ahí cuando la tormenta aún no haya amainado.

Jamás me olvidé de Ti [Geranne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora