Lejos de casa

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Los rayos del Sol de verano penetran en la habitación, cálidos, acogedores, acarician todo lo que se encuentran a su paso, desde el inmobiliario de la estancia, hasta una persona que descansa plácidamente sobre la cama, enredada en las sábanas. Lentamente, sus párpados se separan de sus ojos, acostumbrándose a la luz que entra a raudales. En los primeros minutos, se siente desorientada, no sabe dónde está ni qué día es, por eso mira curiosamente a su alrededor. Lo primero que siente, es la sensación de que falta algo o más bien alguien, añora un peso muerto en su cintura y un hombro sobre el cual apoyarse, también echa en falta los correteos y las risas de una niña.

Tras esa fase de no saber muy bien qué está ocurriendo con su vida, al mirar el reloj descubre que son las once pasadas de un veinticuatro de julio, en Ceuta. No sabe quién ha subido tanto la persiana como para que ella, la presidenta de las siestas, se despierte tan temprano. Sin duda alguna, es una ofensa a su persona y una gran condena. Sin embargo, todos esos pensamientos se hacen a un lado en el momento en que recuerda que hoy, un caluroso día de verano hace exactamente veinticuatro años, ella llegó al mundo. Tras mostrar una sonrisa, recuerda que, a parte de ser su cumpleaños, es el primero que celebra con Gèrard y, él, no está ahí para despertarla con un beso de cumpleañera.

Anda a la mierda.

Al otro lado de la habitación descubre una percha con ropa, perfectamente ordenada y muy bien planchada, arriba un simple papel en blanco con una orden, clara y concisa, expresada en una única palabra Póntelo.

En un primer instante, vuelve a tumbarse en la cama, disfrutando del fresco que le proporcionan las sábanas y del contraste de estas con el caluroso verano que se vive en Ceuta. Después de pensarlo detenidamente durante unos largos quince minutos, decide hacer caso a la nota. El conjunto, compuesto por unos pantalones bombachos rosas largos, un top blanco y una chaqueta, le parece que hay un exceso de tela teniendo en cuenta las temperaturas, sin embargo se lo pone, la chaqueta ya se la colocará cuando sea completamente necesario.

Al bajar a la cocina, con las gafas de sol a modo de utensilio para esconder sus ojeras, ve que el reloj marca las siete y media, ahora entiende el porqué en una casa donde actualmente residen dos niños, tres matrimonios, ella y su pareja, no se escucha ni un alma en pena. Mira a Gèrard al otro lado de la isla, come una tostada, apenas se inmuta cuando Anne le fulmina con la mirada exigiendo respuestas y una disculpa.

-Necesitaba que aprovechásemos el día al máximo, no te hubieras levantado a las siete de la mañana voluntariamente.
-Espero que merezca la pena, Gèrard Rodríguez.

Tras esas palabras, Anne se sienta en enfrente suyo y se dirige a comerse el desayuno que el ceutí le ha preparado, un par de tostadas, una con aguacate y la otra con mermelada y mantequilla, y un batido de melocotón, un poco dulzón para su gusto, pero hecho desde el corazón, lo cual se agradece. Se lo bebe rápido, queriendo descubrir cuál es la gran sorpresa que la ha hecho que se despierte a las siete de la mañana. Gèrard se levanta dispuesto a limpiarle el bigote, sin embargo, y al ver que Anne sigue con cara de pocos amigos, decide que es mejor y más efectivo darle un beso.

A pesar de todo el cansancio que la navarra y el hecho de que entre tanta comida no haya una buena taza de café, corresponde al beso, uno dulce y cariñoso, el cual, en gran parte, le ayuda a despertarse. Gèrard le sube las gafas y se las coloca en el pelo.

-Me gusta ver tus preciosos ojos. -posa su mano en la mejilla de la chica y besa la contraria, con delicadeza y amor, ante lo que ella se sonroja- También me gusta cuando te sonrojas.
-¿Qué no te gusta de mí?
-Que deba cambiar la mitad de relojes de la casa para que te despiertes a hora.

El viento de Ceuta es cálido, abrasas la piel al más mínimo contacto, deja la piel seca, dura. El coche de Mimi y Gèrard, uno azul de casi cuatrocientos caballos, viaja a toda velocidad por las afueras de la ciudad, con las ventanillas delanteras bajadas y el capo llenándose de arena. Anne va con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación del aire en sus mejillas, si los hubiese abierto, vería el desierto extendiéndose a ambas partes del coche, cada vez más grande y temeroso, como si la arena se los tragara para hacerlos parte de ella, vista a la cual Gèrard ya está acostumbrado.

Jamás me olvidé de Ti [Geranne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora