Perdida en ti

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Anne lleva ya un tiempo sentada en el autobús, aún no ha escuchado la parada que Samantha le ha apuntado "Carrer de Sueca", según ella era la quinta o la sexta, y ya va por la décima, tal vez esa es la razón que la lleva definitivamente a levantarse y dirigirse hacia el conductor.

-Disculpe, ¿cuántas paradas faltan para el Carrer de Sueca?
-Esta línea no para en el Carrer de Sueca, ni si quiera cerca.

Mierda.

Ha tenido que coger otro autobus, tal vez ha parado donde no era o puede que haya cogido el erróneo desde el primer momento. Decide bajarse del vehículo en la siguiente parada y coger un taxi, cosa que debería haber hecho desde el principio, en vez de haber hecho caso a Samantha. Entiende que le guste más el transporte público, a ella también, pero no conoce la ciudad.

El primer taxi pasa, exactamente a los siete minutos, Anne empieza a desesperarse. Además, Samantha le ha prohibido llevarse el teléfono para disfrutar de la noche y estar al cien por cien en su cita, la navarra solo ha hecho que repetirle que no es una cita y solo van a cenar, pero la valenciana ha insistido y se ha salido con la suya. Como siempre.

Anda a la mierda.

Dentro del vehículo, un único pensamiento la cruza la mente de la navarra, una y otra vez, como si de una noria se tratase, girando constantemente y sin dejarle respirar en paz. Ella trata de calmarse, pero se le hace imposible, no puede permitirse perder la única oportunidad que tiene con él después de cuatro años.

Por favor que no se canse de esperarme.

Lo que ignora es que él jamás se cansará de esperarle, ni aunque tuviese que hacerlo toda la vida, la cual, por cierto, no tiene ningún sentido si ella no está. El miedo del ceutí es, en realidad, que Anne no se presente esa noche, que le de plantón, y, aunque no debería, lleva toda la semana pensando que eso es, exactamente, lo que va a pasar. Por eso, al mismo tiempo que el taxi recorre la ciudad, Gèrard se prepara para irse.

-Vaya más rápido.
-¿Quiere que me multen?
-Quiero llegar antes de que sea tarde. ¡Así que acelere!
-Mientras usted me pague la fianza.

Y así, el pobre taxista, pisa el acelerador y se dirige, mucho más rápido de lo que debería, al Carrer de Sueca, o a una que hay cerca, Anne no sabe de decir cuál es. Por suerte, el taxista, un tal Marcos, conoce el bar la Luna Roja, al parecer allí había conocido al amor de su vida y la madre de su hija, seis años atrás. Un lugar muy romántico le resulta a Anne si ha juntado tal cantidad de parejas.

Al llegar al bar, la navarra empieza a buscar como loca por todo el local, registra hasta el último y más insignificante detalle de cada mesa y, al final, como último recurso, al cual no quería llegar, se dirige a la barra. El dueño del local está fregando un par de copas cuando la ve llegar, sabe que es ella y puede que Gèrard la haya perdonado, pero el amor es ciego y Carlos cree que es una mala persona, además de que llega cuarenta y cinco minutos tarde a su cita, por eso decide divertirse un poco, diversión inofensiva.

-Disculpe, necesito llamar a alguien, me presta su teléfono.

Tras desbloquearlo, el dueño se lo presta. Anne, con las prisas, no se da cuenta de que el teléfono que marca ya está registrado en el aparato.

-Gèrard, -no espera una respuesta- soy yo, he tenido un problema con los autobuses, un lío, en fin. Estoy en el bar donde trabajas, ¿tú dónde estás?
-En la despensa.

Sin embargo, la voz del chico no suena a través del aparato y Anne gira para encontrarse, por primera vez en cuatro años, con esos ojos verdes que tantos problemas le causaron. Y, con eso, solo confirma sus temores.

Jamás me olvidé de Ti [Geranne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora