Campanas de boda

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El día de la boda tan esperada, es un catorce de julio, un día soleado de pleno verano. Los pájaros cantan, entonando una canción propia, una que solo los oyentes más pacientes y delicados saben apreciar con atención. El Sol brilla con todo su esplendor en lo alto del firmamento, recordando a los más despistados la época del año en la que se encuentran, sin embargo, una ligera brisa recorre el lugar, por suerte o por desgracia. La ceremonia va a llevarse a cabo en un rincón del bosque muy cercano al salón donde se va a celebrar luego la celebración, la cual contará con un gran banquete y música en directo, por descontado.

Gèrard se encuentra en una pequeña habitación de un pequeño hotel, va sin camisa, aún no le ha dado tiempo para ponérsela, a pesar de que ya son las diez, si Anne le viera, estaría furiosa. Ahí, sentado en el borde de la cama acabando de abrocharse los pantalones, ella se ha pasado la noche con una futura novia y una niña de tres años, a penas habrá dormido. Seguramente llevará ya horas despierta, preparándose, mientras él está ahí, en un hotel perdido por el monte.

Mira a la figura que recorre la estancia, de una punta a otra, constantemente, de un lado a otro, nerviosamente, con las manos entrelazadas y la mira ausente, juega con el bordado de su camisa, de vez en cuando ses toca el pelo. Gèrard mueve su anillo alrededor del pulgar, si pudiera elegir, no estaría allí, sin embargo, ahora mismo no tiene otra opción.

-Para, por favor. -le dice.
-Tú no lo entiendes, no debería estar aquí.
-¿Vas a cuestionarte eso, ahora?

Consigue que se detenga y se gire para mirarlo a los ojos. Flavio se muerde el labio, tiene derecho a estar nervioso, claro que lo tiene, pero a estarlo, pero podría haber empezado hace una semana y no dos horas antes de su boda. Gèrard se viste con prisa, se deja la corbata para después, no quiere ahogarse antes de tiempo, es de color salmón, no ha visto el vestido de Anne, pero supone que será del mismo color y, conociéndola, el de su hija también.

-Escúchame Flavio, sé que el compromiso da miedo, pero te prometo que cuando mañana te despiertes y la veas al lado, que entonces ya será tu mujer, te sentirás el hombre más afortunado del mundo.
-Sin ánimo de ofender, pero cómo vas a saber tú eso si no te has casado.
-Porque perdí a la mujer que amo y he podido recuperarla, el día que volví a despertar al lado suyo supe que quería hacerlo toda la vida.

El murciano ríe por lo bajo, a lo cual su amigo le mira con recelo.

-Estás muy enamorado.
-No encuentro lo gracioso a eso, ¿a caso Anne no me quiere?
-No empieces otra vez con tus preguntas estúpidas, no sé si te acuerdas cómo acabó la última vez. Por cierto, Anne no solo te quiere, está tan enamorada como tú.

De la emoción de esas palabras, Gèrard nunca se cansará de oír que el amor de su vida le quiere, son, de hecho, sus palabras favoritas en todo el mundo, se abalanza contra su amigo y lo abraza.

-¿Vas a pedirle matrimonio?
-Sí, pero no ahora, es muy pronto.
-Y la vida muy corta.

No muy lejos de allí, una novia se prepara para su gran día, junto con su mejor amiga, contagiándole sus nervios, aunque la navarra tiene en lo que pensar. Se encuentra acabando su semirecogido y de atar su cinturón negro sobre un vestido color coral con escote en pico y la espalda abierta. Ya está maquillada, lista para todo, al igual que su hija y su amiga.

-Debemos irnos, Sam, o llegarás tarde a tu propia boda.

La valenciana abre los ojos en su máxima capacidad, se levanta la falda del vestido y sale por la puerta. Anne coge de la mano a Aba y, entre risas y miradas cómplices, se dirigen al coche junto a la novia.

Treinta y nueve minutos de reloj más tarde, la navarra se encuentra sentada en segunda fila, solo por detrás de la familia más cercana, mirando a un Flavio que se agarra fuertemente las manos por no morderse las uñas mientras mira al pasillo que lo separa de su futura esposa, la cual aún no se ha dejado ver. Anne tiene la mano entrelaza con la de su novio y su cabeza apoyada en el hombre de este, sentado a su derecha, él le acaricia la mano con delicadeza, segundos antes de que todos se giren para mirar a Aba, la cual lleva un vestidito color coral, como el ceutí bien había predicho, con un cinturón de flores del mismo tono, le besa la cabeza. La mirada de Anne se empaña al ver a su pequeña caminar ante la atenta mirada de todos hacia el altar, vertiendo pétalos en el suelo, sin hacer ninguna maldad.

Jamás me olvidé de Ti [Geranne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora