16#: Moneda.

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Recordé cuando mi cuerpo no reaccionaba. Recordé cómo mis manos se llenaron de sangre derramada. Recordé cómo asesiné y cómo las personas que quería, se sacrificaban por mí. ¿Era esto posible? ¿Tenerme miedo a mi mismo?, ¿tenerle miedo a tus propias manos, a tu propia mente?

Parecía que sí. Que en verdad era posible. Yo ya lo sentía.

Había despertado hace menos de cinco minutos en el mismo hospital que la vez anterior. Mi pecho estaba lleno de vendas, al igual que mis hombros y parte de mi cuello —o al menos eso era lo que podía notar—. A mi lado, durmiendo, se hallaba el mismo Jules de siempre. Él estaba dormido, apoyando su cabeza sobre la camilla en la que me encontraba. Debajo de sus ojos tenía unas pequeñas ojeras negras. Su mejilla tenía un color amarillento gracias a los moretones. Llevaba su cabeza vendada y diferente ropa que la última vez que lo vi.

Acaricié su mejilla con las yemas de los dedos. Pude notar su suave y cálida piel en cada tramo que recorría. ¿Él estaba hecho de algodón de azúcar, quizás? ¿Me merezco tener a alguien tan amable en mis brazos?

Se removió, pareciendo incómodo, y alejé mi mano de su mejilla. Suspiré y miré a mi alrededor. Nos encontrábamos solos en la habitación. No podía ver a ningún médico y a ninguna enfermera. Tampoco podía ver a Moneda, a Jollie o... a alguien más. Bellver había muerto, y yo no sabía en donde estaban los demás. ¿Solamente tenía a Jules a mi lado? ¿Sólo a él? ¡Ni siquiera tenía a mis padres! Sé que al menos no estaba solo. Pero, no puedo depender de Jules. No puedo estar siempre apoyándome en él, esperando que me saque las tristezas, los enojos y... todo.

—¿Ya se habrán despertado? Jules dijo que los dejáramos descansar... —dijo un susurro. Miré hacia la puerta, lugar de donde provenía, y arqueé ambas cejas.

—No me importa lo que haya dicho Jules. Acabo de salir de mi casa. Quiero ver a Ben. Él es mi amigo, y quiero estar con él.

—¿Jollie? —pregunté al notar de quién era la voz. Mi corazón comenzó a acelerarse de a poco, gracias a la alegría que sentía. Me había equivocado. No tenía sólo a Jules.

La puerta se abrió con rapidez, haciendo un gran estrépito; el cual, provocó que Jules se sobresaltara y se despertara. Sé que había susurrado algo, pero no lo había entendido. Tampoco me había importado mucho, ya que sólo pensaba en mis amigos.

—¡Ben! —Jollie vino a pasos rápidos hacia mí y me abrazó, rodeando mi cuello con sus brazos—. ¡Estás bien!

—C-claro —respondí. Una risa pequeña escapó de mis labios. Cerré los ojos e, ignorando el dolor de mis hombros, lo abracé con fuerza. Me olvidé de Jules durante unos minutos.

—¿Dónde...? —la voz de Moneda sonó mucho más brusca de lo normal. La vi entrar y mirar toda la habitación. Ella... la estaba buscando—. ¿Dónde está Bellver? Se supone que estaba con ustedes, ¿cierto? —detuvo su mirada en mis ojos. Mi corazón se hundió al ver los suyos llenos de esperanza

¿Qué debía decirle? Moneda siempre fue la más cariñosa con Bellver. Ella siempre había tenido más vínculo con Bellver que conmigo. Si le decía la verdad... le rompería el corazón. Y, conociendo a Moneda, sabía que ella haría una gran locura. Imagínense. Obviamente no lloraría, eso sería lo último que pensaría, ya que nunca lloró enfrente de nosotros.

—Ella... —el que respondió, salvándome, fue Jules. Jollie cortó el abrazo y se situó al lado de Moneda, observándonos también—. Bellver, tuvo...

Jules jamás había sido de palabra fácil. Cada vez que debía decirme algo importante, antes se pasaba diez minutos explicándome el porqué de ese algo. No sé si era una costumbre o un método para hacerme preocupar menos, pero nunca me gustó. Cuando algo es difícil de entender, es mejor ser directo y luego explicarlo.

Si las llamas se apagan (Yaoi-Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora