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OLIVER

No sé cómo llamar a esto que estoy experimentando. Es parecido a una sensación de plenitud mezclada con conformismo, se siente como si lo tuviera todo al alcance de la mano y aún así no tengo nada. Bueno, nada, nada, tampoco porque tengo a una preciosa chica durmiendo desnuda a mi lado.

Está bocabajo, tiene la boca medio abierta y su cabello castaño está esturreado por su cara y la almohada. La sábana le cubre hasta la cintura, por lo que puedo ver su espalda desnuda y esas leves marcas que crea su columna vertebral en medio. Siempre fue muy delgada aunque desde que la conocí ha engordado unos pocos kilos, pero eso no impide que los huesos sigan marcándose en su piel.

Viéndola así, de una manera tan inocente y descuidada a la vez, siento algo extraño. Un fino hilo de baba cae desde la comisura de su boca y aún así me parece la mujer más increíble y preciosa que he conocido, resulta incluso adorable.

¿Adorable?, pienso extrañado, porque yo nunca diría una palabra así y menos para referirme a una mujer. Supongo que es lo que tiene el amor.

Sí. Puede ser que el estar enamorado me vuelva más blando, incluso ñoño, pero es lo que siento.

Hasta ayer no sabía lo que sentía por ella. No sabía que la quería, quizá por eso me emborraché en aquel bar y dejé que esa rubia se colgara de mi brazo para olvidarme de ella, pero cuando llamé a esa mujer con el nombre de Thais supe que algo no andaba bien.

Verla frente a la casa de Trenton fue una gran sorpresa y una putada a la vez. Fue una sorpresa porque no esperaba verla de nuevo, no creí que volvería a verla después de su despedida en esta misma habitación en la que nos encontramos ahora. Sin embargo, también fue una putada porque me pilló en el momento más inoportuno, el momento en el que estaba comprendiendo que quizá sí estaba enamorado de ella, y yo no quería eso. No lo quería hasta hace unas horas.

Sí, vale, han pasado sólo horas desde que nos volvimos a encontrar en la casa de Trenton, pero en esas pocas horas lo he comprendido. Me preocupo por ella, la pienso a cada instante. No sale de mi cabeza, no me deja concentrarme en nada. Quiero tenerla a mi lado constantemente. Quiero verla reír, sonreír por cualquier cosa. Quiero tenerla en mi cama todas las noches. Quiero tenerla sólo para mí... Quiero estar con ella.

Lo he comprendido, joder que sí.

La quiero.

Por mucho que me negara a creerlo, por mucho que no supiera que estaba ocurriendo. Por más veces que me exigí no hacerlo, por más veces que luche contra ese revoltijo de emociones que me sacudían cada vez que estaba con ella... no he podido evitarlo. Quiero a Thais.

Mi teléfono vibra sobre la mesita de noche junto a las llaves de mi coche, el cual Thais y yo encontramos esta madrugada en la calle de atrás del bar en el que intenté ahogar mis penas. Veo que mi móvil se enciende al entrar un mensaje y lo leo. Se trata de un aviso de Tom para que acuda a comisaría cuando pueda.

Aprieto la mandíbula y suelto un rugido molesto, dejando el teléfono sobre la mesita de mala manera.

¡Siempre me molestan en mis putos días libres!

Salgo de la cama intentando no despertar a Thais y camino hacia el baño para darme una ducha.

Mi polla está dura, lo que me molesta también. ¡Soy un puto enfermo del sexo, joder!

Me meto en la ducha y miro mi miembro.

–¡Para de una puta vez! –le digo. Sí, le estoy hablando a mi polla–. ¡Vas a reventarle el coño!

Siempre he dicho que Thais me aguanta bien el ritmo, demasiado, es la mujer que mejor me comprende en la cama, pero, joder, no la dejo descansar. Mi polla revive cada vez que la ve porque sabe lo que hay, sabe que ella está dispuesta y lista para recibirla, pero si sigo así voy a acabar reventándola.

Caricias Salvajes © (Trilogía Salvajes #1) A La Venta En LibreríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora