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Tengo los ojos cerrados pero puedo sentir las caricias en mi espalda desnuda y se sienten tan reconfortantes y delicadas que no sé si todavía estoy soñando. Me obligo a abrir los ojos para asegurarme de que no estoy durmiendo y de que las caricias sobre mi piel son reales.

La luz del amanecer se cuela por la puerta abierta del balcón y por un instante me pregunto qué hago despierta tan temprano, hasta que recuerdo esas caricias en mi espalda, sintiéndolas como si fuera la sensación más agradable del mundo.

Giro mi cabeza hacia un lado, esperando encontrar a Oliver mirándome con una sonrisa mientras me acaricia, pero, en su lugar, está mirando al techo con el entrecejo fruncido al mismo tiempo que pasa sus dedos por mi espalda delicadamente. Repara en mí segundos después y su mano deja de tocarme.

–No quería despertarte –susurra con la voz enronquecida.

–No importa.

Sus ojos lilas me observan tan intensamente como siempre y, por un momento, me gustaría poder leer la mente para saber en qué está pensado exactamente. Nunca me había acariciado así, con tanta delicadeza, menos aún mientras yo dormía y, a pesar de que sé que no está enamorado de mí, siento que mi corazón explota para llenar mi ser de calor.

Su ceño vuelve a arrugarse mientras me mira y no entiendo por qué.

–Tengo que ir a comisaría –informa, saliendo de la cama, aunque yo ya sabía que iba que marcharse.

–Vale.

–Mañana vendrás conmigo para hablar con Lloyd sobre tu expediente –dice antes de meterse en el baño.

Me quedo mirando las sábanas, pensando en lo que me ha dicho. Con todo lo ocurrido últimamente, se me había olvidado que al atrapar al asesino mi expediente delictivo se limpiaría. Me alegra saber eso. Por fin mi historial estará borrado, no habrá nadie que no me quiera contratar por ser una delincuente.

Cuando sale de la ducha diez minutos después, es mi turno para ducharme. Sé que desayunará rápido y se irá a trabajar sin despedirse así que no le digo nada cuando nos cruzamos en la puerta del baño. Dejo que el agua tibia me espabile y me visto para bajar al salón justamente cuando escucho que la puerta de la casa se cierra, avisándome de que Oliver acaba de marcharse.

Aún es temprano, así que me dedico a prepararles a los niños un desayuno de verdad, uno con tortitas caseras, fresas, zumo de naranja y leche. No están acostumbrados a comer tanto, pero sé que no sobrará mucho desayuno.

Los primeros en despertar son Sarah y Leo, quienes llegan a la cocina y abren sus ojos asombrados ante el festín expuesto ante sus ojos.

–¿Oliver es rico? –pregunta Leo, admirando la torre de tortitas que hay sobre la isla.

Me hace gracia y me entristece al mismo tiempo que crea que tener comida sobre la mesa signifique tener mucho dinero.

Sarah se sienta en un taburete, pero Leo no llega así que le ayudo a sentarse.

–No, cariño, Oliver no es rico.

–Pero mira cuánta comida hay –dice Sarah.

–Oliver no es rico, pero tiene un buen trabajo que le permite tener un poco de todo –les informo.

Simon se adentra en la cocina al escuchar nuestras voces y se sienta al lado de Leo. Ninguno parece saber por dónde empezar a desayunar pero enseguida comienzan a engullir todo lo que pillan. Joe se une unos diez minutos después y sus ojos se abren de par en par por el asombro de ver tanta comida sobre la mesa.

Una sonrisa se apodera de mis labios al ver que parecemos una familia feliz. Los niños comen todo lo que pueden y sus sonrisas son increíbles mientras hablan de cosas de críos. Me alegra tanto estar así, sin problemas de por medio, sabiendo que no están en peligro. Siento que todo está en calma ahora mismo y, pese a que el tema de Zack todavía me preocupa, ya no siento esa alarma constante que me dice que los niños están pasándolo mal. Es un alivio saber que por lo menos ellos están bien.

Caricias Salvajes © (Trilogía Salvajes #1) A La Venta En LibreríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora