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Cada cosa que empaco, cada pertenencia que guardo, cada movimiento que hago ahora mismo, duele como estar en el mismísimo infierno.

No hay ni un sólo minuto en el que no sienta que el corazón se me resquebraja por saber que mañana ya no estaré aquí, por saber que mañana no volveré a verle, pero sé que es lo correcto. Ya no tengo por qué estar en casa de Oliver, no hay nada que me retenga ni nada que me ayude para continuar viviendo aquí, y el dolor emocional es tan fuerte que noto una opresión gigantesca en el centro de mi pecho.

Ojalá me dijera que siente lo mismo... ojalá entrara por esa puerta y me dijera que no me marche, que no quiere que me aleje de él, que me ama..., pero sé que eso no ocurrirá. Oliver no me dirá lo que tanto ansío escuchar. No vendrá, me tomará de las manos, me mirará a los ojos y me dirá que me quiere; perdí esa esperanza hace mucho.

Me he vuelto una sensiblera de mierda. Oliver Keen me ha convertido en la típica chica que detesté siempre, esa que espera a que el príncipe azul se le declare de una manera bonita, esa que imagina que el hombre amado la colmara de besos y amor. No..., por mucho que lo desee eso no va a suceder. Oliver no vendrá, no me pedirá que deje de guardar mis cosas para irme, él no me quiere y no lo hará, y, aunque lo sé, no puedo dejar de imaginar que entrará, me besará y me dirá que me ama. Me odio tanto por ello...

Me he dejado vencer, he sucumbido a sus encantos, me he dejado engatusar por él como tantas mujeres aun sabiendo que nuestra relación no iba más allá del sexo. Yo me conformé con eso al principio, pero ahora todo es tan distinto que incluso duele. Me duele saber que me iré y él no dirá nada. Me duele saber que saldré por la puerta y él no me impedirá marcharme. Me duele saber que nada de esto le importa.

Sarah recoje sus cosas en silencio a mi lado y agradezco que ninguno de los niños me pregunte por qué estoy triste, porque sé que se me nota a leguas que estoy desanimada. Ellos notan mi cambio de humor pero nadie dice nada al respecto, supongo que saben que esto es difícil para mí aunque no sepan nada de lo que siento en realidad.

–Sarah, ve a ducharte mientras preparo la cena.

–Vale.

La niña sale de la habitación con su pijama en la mano y yo suspiro mientras me dejo caer sobre la cama que compartimos.

Miro la mochila a mis pies pensando en todo lo que concierne a Oliver. No puedo creer que esta sea mi última noche aquí y que no se haya dignado a hablarme todavía. Mañana los niños y yo nos iremos con Zack a la casa que ha comprado y no volveremos a ver a Oliver y a él parece no importarle.

No sé por qué está tan serio, no sé por qué no me habla ni por qué casi ni me mira. Él dice que no está celoso, que el que me vaya con Zack no le afecta, pero no puedo evitar pensar que en el fondo sí le molesta, ¿si no por qué está enfadado? No sé qué pensar en realidad...

Amo a Oliver, con sus defectos y sus virtudes, con sus manías e imperfecciones, aunque imperfecciones pocas tiene. Es el hombre más perfecto que he conocido, el único que ha llegado a mi corazón sin ni siquiera proponérselo. Oliver ni se ha molestado en intentar conquistarme y, sin embargo, se ha adueñado de todo mi ser. No ha hecho nada fuera de lo normal, no me ha ganado con palabras bonitas, promesas o besos apasionados. No me ha prometido la luna para llevarme a la cama, sino que fue sincero desde el principio. Quería sexo y yo también, me advirtió una y otra vez que lo nuestro no llegaría a más, me ha dicho en varias ocasiones que él no puede corresponderme y, sin embargo, aquí estoy... enamorada de él hasta los huesos, queriéndole como si nos conociéramos desde hace mucho, amándole como si fuera lo más preciado que tengo.

Oliver ha calado muy hondo en mí. Me ha hecho amar por primera vez. Ha derretido los muros de hielo de mi corazón. Ha llegado a lugares de mí que creí inexistentes y... nada de eso le importa.

Caricias Salvajes © (Trilogía Salvajes #1) A La Venta En LibreríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora