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Cuando abro los ojos me doy cuenta de que estoy sola en la cama.

Sí, he dormido con Oliver, creo..., pues me acosté antes que él y ahora no le veo, así que...

Anoche mientras me quedaba durmiendo o no tuve una idea genial que pondré en práctica enseguida. Oliver me ha hecho fingir que soy su novia, ¿no?, pues entonces seré la novia perfecta.

Me doy una ducha rápida en el baño personal de Oliver y me visto rápidamente rezando por que el inspector no se haya ido todavía porque quiero empezar a fingir cuanto antes. Este hombre no sabe dónde se ha metido, no sabe lo que ha hecho al pedirme que mienta, pues es algo que, como él mismo dice, se me da genial.

Bajo las escaleras y camino hacia la cocina, encontrándome con Katherine tomando un café y con Oliver haciendo no sé qué de espaldas a mí. Va ya vestido, listo para irse a la comisaría, y en mis labios se dibuja una sonrisa maligna.

–Buenos días, Thais –me saluda la señora con una cálida sonrisa.

–Buenos días, Katherine –sonrío y ando hacia Oliver, a quien abrazo con fuerza y le doy un beso en los labios, dejándole petrificado–. Buenos días, amor.

El inspector me mira como si estuviera loca y yo le sonrío como si lo que acabo de hacer fuera lo más normal del mundo.

–¿Has desayunado? –le pregunto–. ¿Te preparo tostadas o tortitas? ¿Café, quizá?

Su rostro se empieza a poner rojo por el enfado. Sé que odia las muestras de cariño, se le nota, y por eso estoy siendo de lo más cariñosa ahora. Es mi manera de joderle por no haberme avisado de que su madre vendría.

Resulta que Katherine está aquí para ver a unos inversores de la empresa que tiene y, aunque Oliver le pidió de mil maneras que fuera a un hotel, la mujer se negó alegando que no pensaba ir a un hotel teniendo en la ciudad la casa de su hijo.

–No –responde él con evidente molestia, y yo le vuelvo a sonreír.

Se separa de mí, rompiendo el abrazo que le estaba dando, y sale de la cocina echando humo por las orejas. No sé si su madre se habrá dado cuenta de la irritación de su hijo pero yo sí, y me alegro tanto de que esté enfadado que casi salto de alegría.

–Pareces ser muy atenta –me dice la mujer sonriente, creo que no se ha dado cuenta del enfado de su hijo.

–Sí, bueno, todo sea por su hijo –digo, haciéndome la nuera perfecta–. ¿Quiere más café? –le pregunto, enseñándole la cafetera.

Ella niega con la cabeza y me apresuro a servirme una taza de café para, después, sentarme frente a ella en un taburete.

–No sabía que fueras tan joven, Thais –comenta ella–. ¿Cuántos años tienes?

–Veinte –miento, pues todavía me falta para cumplir los dieciocho.

–Yo también me llevaba seis años con mi exmarido como tú con Oliver, lástima que ese idiota no supiera el verdadero significado de la familia.

–Oh, ¿está divorciada?

–Soy libre desde hace siete años –informa con una sonrisa serena–. ¿Oliver no te lo había dicho? –niego con la cabeza–. Oliver es muy..., reservado para sus cosas, quizá no te lo ha dicho porque...

–No se preocupe –la interrumpo–, no tengo por qué saberlo todo. Supongo que Oliver tiene derecho a tener su intimidad.

Sinceramente, hablar sobre qué debería o no decirme su hijo no me interesa demasiado. Hasta hace unas horas ni siquiera había pensado en que tuviera madre, por lo que no me importa lo que "como novia suya" debería saber.

Caricias Salvajes © (Trilogía Salvajes #1) A La Venta En LibreríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora