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Oliver no me quita los ojos de encima, se ha tomado muy en serio eso de "protegerme". No me ha dejado sin vigilar ni un momento, incluso me dijo que durmiera con él en su habitación. Claramente, le dije que ni loca dormiría con él, por lo que se atrincheró conmigo en mi habitación hasta que me rendí y dejé que hiciera lo que le diera la gana. Bueno, pues así dos noches seguidas.

Yo le hablo lo justo y él a mí me responde menos todavía, se ve que no le sentó muy bien mi humor de perros en la comisaría aquel día. Desde entonces no he dejado de darle vueltas al tema de cómo me siento con respecto a él, es como si quisiera estar a su alrededor en todo momento pero odiara que respire el mismo aire que yo, como un odio adictivo. No sé, se siente... raro.

Haberme sentido tan vulnerable frente a él me dejó extraña durante todo el día. Oliver es la última persona a quien quiero mostrarle mis debilidades o mis miedos, pero siempre está delante cuando me siento impotente o temerosa. Nunca me ha juzgado por ello, sin embargo, más bien me ha humillado por mi condición de sintecho o por mi estómago insaciable, cosas que no puedo cambiar. No logro identificar si lo que siento es vergüenza o temor al haberme mostrado así frente a él, pero, sea lo que sea, tendré que lidiar con ello hasta que desaparezca.

Me levanto del sofá con la atenta mirada de Oliver puesta en mí.

–¿Dónde vas? –pregunta desconfiado, y pongo los ojos en blanco al oírle.

–A darme un baño.

Se levanta del otro sofá con la intención de seguirme. Le miro confundida y él se cruza de brazos.

–No será la primera vez que te veo bañarte –me recuerda, con la seriedad pintada en su rostro.

–Es verdad, la primera vez te hiciste una paja mirándome –declaro con malicia.

–Te recuerdo que tú te estabas masturbando pensando en mí, chica –ataca, con la misma mueca maliciosa que yo tengo en la cara–. Además, esa fue la segunda vez.

Reprimo el asombro que me invade y me cruzo de brazos también.

–Eres un enfermo, Oliver keen. Deberías ir a un especialista para castrarte químicamente.

–No finjas que no te excita que te mire, de sobra sé que se te mojan las bragas al verme.

–Enfermo y engreído. ¿Algo más que añadir a tu lista de virtudes?

Me regala una sonrisa pícara y puedo apreciar que sus claros ojos se oscurecen un poco.

–Sabes de sobra mis otras virtudes –su voz suena socarrona.

Sé perfectamente a qué virtudes se refiere y he de admitir que son increíbles, pero no quiero aumentar su ego.

Miro hacia el bulto de sus pantalones, ese que, aunque no esté duro, no puede ocultar por su gran tamaño y digo:

–Las he visto más grandes.

¡Damas y caballeros, a esto se le llama puñalada justo en el centro de su ego!

–Dudo que hayas visto muchas pollas –me reprocha molesto, y en mi mente suenan las carcajadas que reprimo.

–Me encantaría seguir hablando de penes, pero tengo que darme un baño, así que, a menos que tu mini miembro y tú queráis verme, me voy.

La rabia que refleja su cara es tal que su piel se pone roja. He conseguido quitármelo de encima por un rato porque sé que su orgullo no le permitirá seguirme hasta el baño. No voy a bañarme, claro que no, lo que voy a hacer es escaparme un rato para ir a ver a los niños. Soy consciente de que andando tardaré dos horas en ir y en volver, pero me da exactamente igual. Oliver no va a echarme de aquí hasta encontrar al asesino, solo tendré que aguantar sus gritos durante unos minutos y luego todo volverá a la normalidad.

Caricias Salvajes © (Trilogía Salvajes #1) A La Venta En LibreríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora