Capítulo 4

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*En multimedia la vista desde la azotea del edificio de Sandra*

 No me molesté en moverme de la cama en el momento en que sentí que tocaban la puerta, estaba agotada luego de haberme arreglado un poco al saber que ese par de estúpidos habían decidido pasar el día conmigo. Seguro a la mañana siguiente despertaba aún más enferma.

Escuché los murmullos de ambos chicos y me acurruqué aún más entre las cobijas, intentando tal vez, que al no verme, se dieran media vuelta y se fuera.

Claro que jamás he tenido suerte cuando la necesito.

Sentí como alguien tomaba asiento junto al bulto que formaba yo con todas las sábanas encima y segundos después una luz cegadora se abrió paso entre los pliegues, logrando que lanzara un chillido suave y me cubriera con mayor fuerza.

Sentí el jadeo de Leo mientras luchaba contra mí para destaparme.

—     Vamos Carota, debes comer algo — gruñó, logrando destaparme.

Pero como no soy de las que se dan por vencidas con facilidad, me tapé la cara con la enorme almohada que usaba para dormir y la sujeté con ambos brazos. Escuché a Leo bufar y un suspiro por parte de Marco, que seguramente ya había sacado el celular para hacer algo más que presenciar nuestra estúpida pelea.

—     Joder Sandra — volvió a gruñir Leo, ya algo exasperado mientras luchaba contra mi e intentaba quitarme la almohada.

Creo que en un final uno de los dos se hartó, porque no estaba viendo como para saber quién era, pero de pronto sentí unas manos comenzando a hacer cosquillas sobre la sensible piel de mi estómago y no me quedó otra que soltar el blando objeto para intentar cubrirme de tal tortura, logrando que mis ojos se quemaran bajo la intensa luz del sol.

Maldije a Leo mil veces por abrir la cortina.

—     ¡Detente de una vez! — chillé entre risas, algo desesperada, con los ojos demasiado llenos de lágrimas como para saber quién era.

Escuché las risas de ambos, un aliento con olor a menta y un aroma corporal a vainilla chocando contra mí. Las lágrimas cayeron por mi rostro y comenzó a faltarme aire.

—     Venga ya Marco, déjala en paz — dijo Leo finalmente.

Las manos de Marco se detuvieron y segundos después pude tomar una enorme bocanada de aire, llenando finalmente mis pulmones. Observé a Marco con los ojos entrecerrados y la mirada con más cantidad de odio posible, cuando una fuerte punzada me recorrió la cabeza y recordé porqué seguía en mi casa.

Cerré los ojos y me quedé inmóvil, con los labios fruncidos.

—     Puta mierda — medio gemí, insultando a medio mundo por dentro de mi cabeza.

Noté como alguien me ponía algo en frente y al abrir los ojos me encontré de lleno con un vaso de cristal transparente rebosante de agua, que se balanceaba de un lado a otro, amenazando con caerme sobre la falda, y la mano de Leo que sostenía una cápsula ovalada de color azul y blanco.

—     Tómala, te ayudará — me aconsejó Marco con una media sonrisa que me sorprendió por la calidez que irradiaba.

Asentí lentamente, tal vez algo desconfiada, y tomé con cierta repulsión, entre mis finos dedos, la pequeña pastilla antes de echármela en la boca y tragarlo todo de una vez con un sorbo de agua.

Me mantuve con los ojos cerrados por unos minutos hasta que finalmente sentí como el químico ingerido comenzaba a hacer efecto. Una leve sonrisa se pintó en mis labios y al abrir los ojos noté como Marco seguía sentado a los pies de la cama pero Leo no se veía por ninguna parte.

¡No la quiero!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora