Entramos al salón mientras Marco se mantenía a mi lado y el aire quedó atorado en mis pulmones en cuanto lo vi.
Sentado sobre el sofá de cuero negro, con su impecable traje azul marino, la camisa de un blanco impoluto y la corbata de seda color plateada, los recuerdos de mi vida en esa casa me golpearon con mayor fuerza que segundos anterior. En la mano tenía una copa de cristal, donde removía el vino de altísima calidad, de forma lenta. Su presencia delataba elegancia y poder por donde se le viera.
Sin embargo, permanecí estoica y seria. Lo miré a los ojos sin miedo.
Era mi padre, el hombre que me había criado. No tenía razón para estar asustada de él.
Justo a su lado, Sarah me miraba con una mueca en sus labios, deformes debido al botox. Estaba tan maquillada como el día que me había marchado y su cuerpo estaba, a duras penas, embutido en un traje de color plateado de dos piezas que combinaba a la perfección con la corbata de Stephano. Sus zapatos de veinte centímetros golpeteaban contra el suelo de forma impaciente y recordé cómo odiaba cuando ella hacía eso.
Aclaré mi garganta.
— Stephano es… para qué mentir, no estoy nada feliz con verte de nuevo y considero una falta de privacidad el hecho de haber encontrado tu invitación dentro de mi casa mientras estaba fuera — declaré con fuerza en mi voz.
Supe que el simple hecho de haberle llamado por su nombre de pila había impuesto distancia entre nosotros y al mismo tiempo, el no llamarlo de usted solo indicaba que mi respeto hacia él no existía.
— Vaya chiquilla más estúpida eres niña desagradecida, tu padre está haciendo un acto de caridad contigo al invitarte a almorzar aquí — exclamó la teñida con su voz chillona.
Me volteé hacia ella, a punto de responderle, cuando una voz me interrumpió.
— No vi en ningún momento que ella le dirigiera la palabra, señora de Vitta, por lo que la invito a hablar solo cuando le pregunten algo o se dirijan a usted — exclamó Marco con el ceño fruncido y le sonreí, agradeciéndole con la mirada.
Escuché entonces un temible carraspeo y al volverme observé a mi padre incorporándose en toda su altura. Y aunque no era más alto que Marco, era unos diez centímetros más bajo, a mí me sacaba una cabeza y media con tacones y su simple presencia imponía bastante.
Pero no a mí. Ya no más.
Alcé la barbilla, en un gesto arrogante que mi madre habría aplaudido y mi padre odiaba. Yo sabía eso.
— En la invitación no salía que podías traer un acompañante Sandra… — lo interrumpí de forma grosera, algo que hace algunos años jamás habría hecho.
— Tampoco salía que no podía hacer y soy muy buena notando esos detalles Stephano — declaré con afán.
Su ceño se frunció mientras me escaneaba con la mirada, como reconsiderando mis capacidades.
— Has cambiado.
Alcé un poco más la barbilla y entrecerré los ojos.
— Para bien, normalmente la gente mejora al no estar encerrada en un lugar tan putrefacto como este — y noté el dolor escondido en lo más profundo de sus ojos, el dolor de ese padre verdadero del que apenas quedaba algo en ese hombre.
Él también había cambiado, pero no en el tiempo que no lo vi. Había cambiado años atrás, cuando mi madre se había ido de la casa. Ese padre cariñoso y amable había desaparecido lentamente hasta dar paso a un hombre egocéntrico que lo único que deseaba era asegurar su fortuna y vivir lo mejor posible, solamente preocupado de él y sin mirar al resto.
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¡No la quiero!
RandomSandra de Vitta, la legítima heredera de la gran fortuna de su padre, un importante terrateniente florentino. Marco Mervide, el séptimo hermano de una familia que se ha criado en los suburbios de la peor Florencia. Aunque para ella no fue siempre...