El pitido de mi celular me despertó con un ligero ataque al corazón y gruñí, enrollándome entre las cálidas sábanas mientras observaba como el paisaje del lunes era algo deprimente con esas nubes grises y que claramente anunciaban lluvia.
Me dije internamente, como por decimotercera vez desde que había programado esa alarma, que debía cambiar el sonido por uno algo más agradable y con un suspiro exagerado me quité las sábanas de encima y caminé hasta el cuarto de baño, donde la ducha me rogaba a gritos ser usada.
No tardé más de media hora antes de estar completamente lista, con los bototos de cuero negro inmunes al agua y mi cortaviento favorito, de color azul profundo. Con cierto apuro, preparé un termo con té verde y una manzana para poder llevar antes de salir volando del departamento y con cuidado de no manchar con té mi ropa.
Recordé con una mueca que tendría que ver a Gabriello, quién me había dejado plantada e medio de la cita y no se había dignado a enviar un mísero mensaje. Pero la verdad, dejando eso aparte, el resto de mi fin de semana había sido bastante más interesante.
El sábado me había dedicado a pintar, hablar con Leo vía Whatsapp y ver mis películas favoritas durante la noche. Y luego el domingo había almorzado con mi madre y vuelto a pintar.
Mi madre era la única persona que conocía mi ubicación en el mapa y, aunque ella y mi padre se llevaban bastante bien luego del divorcio, él se había distanciado de forma notable luego de su matrimonio con debido a los celos de esta última y más aún cuando mi madre se casó también con Pietro, por lo que estaba más que segura que jamás diría una palabra a mi padre.
Además ni siquiera tenía su número nuevo de celular.
***
Entré a la oficina algo despeinada y con el cortaviento empapado, aunque por suerte mi cabello seguía intacto y me desplomé sobre la silla antes de abrir el computador y comenzar a trabajar. Cerca de media hora después, y tarde como la mayor parte de las veces, entró Gabriello, con su camisa impecable y los pantalones negros como si estuvieran recién planchados.
Dejó su chaqueta impermeable colgada en el perchero y se sentó en su escritorio, para prender el computador. Luego giró sobre el eje de la silla y me sonrió impasible mientras lo miraba con una ceja alzada.
— Buenos días — dijo con afán, mostrando todos los dientes en la sonrisa.
Me negué a contestar mientras me volvía hacia mi escritorio y continuaba tecleando en el computador, ignorándolo.
— Mmm veo que no estás de humor hoy… seguro fue porque el domingo tu amante nocturno no te dejó satisfecha, ¿no es así? — bromeó, aunque no me dio nada de gracia, y escuché como volvía a poner la silla en su lugar para ponerse a trabajar.
El sonido producido por las teclas de mi computador se detuvo durante dos segundos al tensar las manos para abstenerme de ir y plantarle una bofetada, y luego continuó su ritmo normal. Pero él claramente estaba de un humor excelente esa mañana y quería conversar conmigo.
— ¡Ah ya sé! Lo que pasa es que quieres otra cita conmigo… entiendo, entiendo… ¿qué te parece si salimos este viernes y vamos a mi restorán favorito? Tienen unos servicios de intimidad excelentes… — dijo, y esta vez descifré que iba completamente enserio.
Gruñí con suavidad, no iba a ceder frente a él.
— Ah comprendo… no te basta con salir sólo conmigo, quieres con más. Créeme, es completamente comprensible. ¿Qué te parece en ese caso que salgamos con unos amigos míos? Ellos estarían más que complacidos si los invitamos a una orgía…
ESTÁS LEYENDO
¡No la quiero!
De TodoSandra de Vitta, la legítima heredera de la gran fortuna de su padre, un importante terrateniente florentino. Marco Mervide, el séptimo hermano de una familia que se ha criado en los suburbios de la peor Florencia. Aunque para ella no fue siempre...