Desperté con la cabeza palpitando mientras mis ojos apenas se adecuaban a la luz solar. Sentía la boca horriblemente seca y seguramente no quería ni ver mi cabello en el espejo.
El molesto y agudo tono de mi celular resonaba en el cuarto y sabía que por la noche del día anterior lo había dejado cargando, así que me estiré hasta hallar el dichoso aparato y darle al botón para contestar la llamada sin siquiera ver a quién pertenecía.
— ¿Aló? — mi voz sonó horrible, tal y como si tuviese una enorme bola de goma obstruyendo mis cuerdas vocales.
— Te he dicho que no tomes demasiado para no sentirte así de mal al día siguiente Sandra — el reproche en el tono de mi madre era evidente, pero más aún lo era el nerviosismo que se escondía tras esas palabras.
Me incorporé, conociéndola demasiado bien como para omitir ese último detalle.
— Mamma, ¿qué ocurre…?
— Necesito que vengas ahora mismo a la casa de tu padre Sandra, esto no te va a gustar.
No necesitó decírmelo dos veces cuando yo ya estaba de pie sacando ropa del armario.
***
No me llevó más de veinte minutos vestirme y llegar a la mansión media hora. Tomé el primer taxi que encontré y le di rápidamente la dirección.
Fue la peor media hora de mi vida.
Sabía que lo que mi madre quería decirme era de alta importancia, no se entreveían cosas buenas en su voz cuando había hablado con ella.
Me impresioné cuando, al llegar a la mansión, esta estaba rodeada de policías. Las clásicas guinchas amarillas en las que se leía “non passare”(1) rodeaban toda la circunferencia del terreno. Los oficiales de trajes azules se encontraban con las manos sobre las armas, cuidando que nadie entrara.
Al bajarme con el ceño fruncido, luego de haber pagado al taxista, tres hombres y una mujer se me acercaron con el entrecejo igual de arrugado que el mío.
— ¿Qué desea signorina(2)? — la mujer fue quien habló, mientras me analizaba de arriba debajo con una ceja arqueada.
Alcé la barbilla de forma algo orgullosa.
— Mi madre, Lara Sabella, me llamó informando que algo ocurría con mi padre, Stephano de Vitta, y mi madrastra, Sarah Williams. Mi nombre es Sandra de Vitta.
— Necesitaremos sus documentos para dejarla pasar — decretó ella de cualquier forma, con voz dura.
Un suspiró escapó de mis labios mientras sacaba la billetera azul marino de mi cartera y le entregaba la tarjeta que indicaba mi nombre y tenía una fotografía, entre otros datos.
Ella la analizó de forma cuidadosa, antes de entregármela e indicar a los hombres que guardaran las armas.
— Sígame por favor.
No me gustó su tono de voz en absoluto.
***
No pude evitar soltar un jadeo cuando, al entrar en la casa, el primer olor que llegó a mis fosas nasales fue el de marihuana.
Detallando un poco más a mí alrededor, pude observar bolsas de tela blanca en todas partes. No tenía que ser una genio como para saber que había dentro, según el olor dentro de la mansión.
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¡No la quiero!
AléatoireSandra de Vitta, la legítima heredera de la gran fortuna de su padre, un importante terrateniente florentino. Marco Mervide, el séptimo hermano de una familia que se ha criado en los suburbios de la peor Florencia. Aunque para ella no fue siempre...