Con el pincel di los últimos toques a la pintura que tenía enfrente y sonreí satisfecha. El cuadro era una mujer, se escondía tras un sombrero con enormes flores de colores brillantes que lo decoraban por el lado derecho mientras que ella lanzaba una mirada coqueta con sus ojos claros mientras una casi imperceptible sonrisa se alzaba en sus comisuras.
Asentí levemente antes de observar el resto de las obras, dispuestas en los lugares más recónditos del estudio. Sobre los lienzos de tela se alzaban las mejores pinturas que había hecho a lo largo de mi carrera, había logrado pintar todos los sueños que se escondían en mi mente desde los doce años, en unas cortas cuatro semanas.
Tanto Leo como Marco frecuentaban bastante mi departamento, sobretodo dado que la buena de Eleonora me había dado unas preciosas cinco semanas de vacaciones, todo por haber adelantado trabajo hacía casi un mes.
Las veces que Leo llegaba al departamento, me tomaba el tiempo de servirle un café cargado con espume de leche y yo hacerme un té mientras hablábamos de la vida. Él llamaba siempre avisando que vendría, logrando prepararme a tiempo antes de su entrada. Por el contrario Marco nunca avisaba y me llamaba para que le abriera la puerta. Luego me seguía hasta el estudio y me observaba pintar en silencio, o contemplaba la ciudad.
Me agradaba y atraía cada vez más el último, no entendía bien su comportamiento callado, aunque con Leo se comportaba de una manera completamente distinta. En el fondo agradecía enormemente que me diera espacio para trabajar sin hablar, aunque me habría gustado también saber un poco más de él y disipar algo el extraño misterio que lo rodeaba.
Sí, había sido un idiota cuando lo conocí, pero al parecer eso era solo para afuera.
Llegó un minuto en que, algo harta de tener que abrirle la puerta cada vez que llegaba, le indiqué que había un juego de llaves escondido en el macetero junto a la puerta, por lo que desde la segunda semana, él comenzó a aparecer de improviso y sin necesidad de llamar, algo que en el fondo agradecía.
Volviendo al presente, saqué la última obra del atril que la sostenía con firmeza y casi choco contra Leo y Marco, que me miraban en silencio. Suspiré, vaya suerte tenían, yo no era una persona que se asustara fácilmente, pero cuando lo hacía gritaba de una forma dolorosamente aguda.
Los evadí mientras dejaba el cuadro “Anabela” sobre la pared baja de ladrillos, apoyado contra el cristal, antes de volverme hacia ellos, centrándome en Leo que observaba a su alrededor con los ojos brillantes.
— Dios, como me enorgullezco de haber tomado la decisión de invitarte a exponer con nosotros — dijo, logrando que yo me sonrojara suavemente.
Cuanto odiaba la extrema palidez de mi piel, por el amor de Dios.
Marco, junto a él, asintió de forma distraída mientras sus ojos me repasaban de forma analítica, para fruncir el ceño.
— ¿Hace cuánto no comes y duermes Sandra?
La sangre acudió nuevamente a mis mejillas y tallé mi ojo izquierdo con cierto cansancio.
— Mmmmm, desde que Leo estuvo aquí por última vez — lo dije todo con un tono dudoso. Leo abrió los ojos sorprendido y Marco negó suavemente con la cabeza y la vista clavada en el suelo.
— ¡Eso fue hace cinco días Carota! — me informó Leo escandalizado.
Reí.
— Vaya, se pasa rápido el tiempo, ¿no?
La forma risueña en que lo dije solo pareció molestar a Marco, que frunció otra vez el ceño, pero de forma más profunda.
— Vas a bajar ahora mismo, darte un baño mientras te preparamos algo para comer y luego dormir por lo menos por diez horas, ¿entendido?
ESTÁS LEYENDO
¡No la quiero!
RandomSandra de Vitta, la legítima heredera de la gran fortuna de su padre, un importante terrateniente florentino. Marco Mervide, el séptimo hermano de una familia que se ha criado en los suburbios de la peor Florencia. Aunque para ella no fue siempre...