Capítulo 2

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TAMLIN

Era una peste dentro de mi mansión, ¿cómo se deshace uno de ella? ¿Quién le dijo que abriera las cortinas? ¿Quién le dijo que limpiara? Y, ¿cómo demonios las fuentes habían vuelto a cobrar vida? ¡No quería escuchar nada de eso, no quería oír vida cerca de mí, no quería tener compañía, ¿qué no había quedado claro al tercer día que se encontraba en mi mansión cuando la arrastré por las botas fuera de los terrenos de la mansión a primeras horas de la mañana mostrándome en toda mi bestialidad dorada y los rugidos de desesperación para que desapareciera. ¡La desdichada había decidido amenazarme con esas dos cuchillas curvas en mis propios terrenos cuando la solté rejas afuera y estas se cerraron detrás de mí! ¡Me había lanzado una de ellas hiriéndome en el lomo con fuerza y arremetí en su contra esperando se agazapará ante la demostración de mi poder y fuerza que dejé emanar del dolor y furia por su ataque, pero la magia no tuvo efecto alguno! Sus ojos verdes miraron los míos con la misma fiereza que yo sentía bullir en mi alma marchita de emoción, pero me había exasperado en desmedida, ¡juraba que iba a transportarla lejos! Pero a veces, cuando uno ya se ha encontrado tantos años como una bestia tiende a olvidar lo que es regresar a un cuerpo inmortal, lo que es sentir siquiera comportarse como tal.

-¡Que te lleve el maldito demonio!- me había gritado y estúpidamente había roto las rejas en el salto violento que hice hacia ella que guardó su postura sin moverse y lista para incluso incrustarme la otra cuchilla en el ojo si quisiera. Le rugí frente al rostro deteniendo mi garra en lo alto, ella sin siquiera retroceder ante el poder que había dejado los bosques cercanos en silencio. ¡¿Qué no entendía que quería me dejasen solo?! Pero mis ojos cruzaron los de esa fiera esbelta con una fina línea de determinación en los labios, sus cabello plateado trenzado y eso me perdió, la trenza, como ella la usaba y me enfurecí aún más por pensar en Feyre y terminé con las rejas, las fuentes cercanas y decidí huir a la espesura de los árboles donde arranque varios de tajo.

Eso había sido al tercer día, al regresar de mi rabieta había decidido no darle más vueltas porque al menos en dos días ella se marcharía dejándome nuevamente en la obscuridad de mis paredes. Pero al amanecer del quinto día, el olor de pan recién horneado, bayas cortadas, carne asada y un sinfín de comida que pensé no olería más que en las reuniones de los Altos Lords que asistía en calidad de representante ausente de mi corte sin participación alguna, sentí un rugido hervir porque ella seguía allí, ¡alguien cabal se habría marchado a los primeros rayos del sol hacia el destino que fuera! Pero no, ¡ella se había quedado a atormentarme con comida exquisita!

Con mis cuartos bajé las escaleras que aún quedaban en sus puestos y que se quejaban de mi peso, crucé las habitaciones, los salones y bajé al nivel de abajo a la cocina. La hembra se encontraba haciendo comida con una nueva camisa que no tuve idea de dónde había obtenido, pero era demasiado grande para su figura menuda y voluptuosa, su cabello recogido y llena de harina. Mi cuerpo ocupaba casi toda la entrada a la cocina, pero ella pareció no querer hablarme o notarme siquiera en su ir y venir de las cosas. Gruñí para hacerla verme, nada.

-¿Quién te ha dado permiso para ir a cazar en mis tierras?-pensé para mí, no era que fuera un gran crimen, pero todo me lo tomaba personal.

-Yo lo hice-me respondió en un instante y no pude ocultar un poco mi sorpresa a que había logrado escucharme.-Es feo hablarle a un animal por la cabeza, generalmente es educado tomar una forma más...natural para exigir o querer saquear tus huéspedes.

-Nadie te invitó en lo más mínimo-dejé claro y ella gruñó por lo bajo. Pero mis ojos se detuvieron en la mesa que estaba tratando de adornar con unas rosas que me sorprendió ver que hubiera recogido del jardín que mi padre plantase para mi madre, rosas que ya habían muerto hace mucho junto con el último atisbo de amor que tuve por una humana hacía cinco años atrás. La mesa tenía dos platos.

Una Corte de Sombras y SolsticiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora