Capítulo 13

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TAMLIN

¿Has conocido el miedo? ¿Has visto a quien más amas morir? ¿Has traicionado tus propios instintos? ¿Sumido en las sombras de un corazón podrido y endurecido por los pecados de tus seres queridos? ¿Endurecido tu alma para no sentir realmente el peso desgastante de otra persona sobre el tuyo? ¿Sumido tu vida a un egoísmo propio creyendo que debías hacerlo todo solo? ¿Qué no merecías redención, perdón o felicidad alguna? ¿Intentado amar sin éxito alguno porque realmente nunca habías conocido esa palabra? ¿Acaso sabes lo que significaba?

La definición de mi nombre podía ser todas esas preguntas en una hasta que caí rendido frente a los barrotes de piedra, malaquita y plata con inscripciones demasiado arcanas para que lograse reconocerlas, de su brillo y arremolinado fulgor se percibía un poder que el pelaje de mi nuca advirtió era demasiado poderoso para que lo resistiera. Pero no tenía miedo, los símbolos parecían resonar en mi presencia y en el de ella, cuyo contacto se había vuelto tan frío como el aire que respiraba, tan frío como una noche nevada, tanto que me sentía a punto de desfallecer, aquí yo no tenía poder, estaba ante algo mucho más fuerte que cualquier fuerza experimentada que me ordenaba a doblegarme ante ella y me resistía, pero era demasiado...Habíamos llegado hasta aquí, superando los horrores de esa obscuridad que habían dejado mi cuerpo lleno de sangre por cada prueba que me fue impuesta por la obscuridad desdichada que se aferraba a mantenerla cautiva en mi contra, el que consideraba una luz que yo no lograba percibir.

Pero los barrotes estaban ahí, la prisión adelante, atravesando su entarimado de piedra y magia antigua, el cuerpo de Aris no se movió de ninguna forma aún cuando intenté despertarla por el lazo, nada sucedió. Ella había dicho que teníamos que cruzar los dos el umbral de su prisión, nunca dijo cómo haría eso, pero los barrotes estaban lo suficientemente separados para que supiera que al menos mi hocico podía pasar a través de ellos. La esencia de la magia era aplastante y, ciertamente, sobre de nosotros habían horrores peores a los que había superado, susurraban, sabía que alguien libre había entrado, supuse era el sonido de los reos de la Prisión dándome la bienvenida a los cimientos de su confinamiento. Tenía que sobreponerme e intentar pasar mi mandíbula por los barrotes, sin importar el resonar de mi magia contra los símbolos, sin las carcajadas de la obscuridad en mis oídos y el pánico del cuerpo frío de mi pareja contra mi lomo. Así que me agaché en mis patas delanteras, moviendo un poco mis músculos doloridos, para que su cuerpo se moviera sobre de mí y su mano helada cayó en mi testuz entre mis ojos. Eso tendría que bastar y con toda la magia que poseía, la dejé emerger en su completa magnitud, no intentando doblegarme ante el poder que la mantenía encerrada sino intentando dejar un hueco en medio de esos símbolos y barrera invisible para que mi hocico pudiera atravesar los barrotes, ¡era el maldito Alto Lord de la Corte Primavera, mi magia era herencia y poder de la misma tierra que la mantenía prisionera! Nunca me había sentido limitado hasta ése momento, pero no me hincaría nunca más ante ningún enemigo ni pedir clemencia, la debilidad no podía volver a llenar el corazón y menos ése día, gruñí y aullé, desplegué mi poder y sus dedos rosaron los símbolos, hubo un estremecimiento en los túneles y con toda mi fuerza de voluntad di un paso hasta que mi hocico con su mano sobre él cruzaron los barrotes y el mundo quedó en silencio, más cuando el peso del cuerpo sobre el mío desapareció en medio de la obscuridad y la magia pareció responder en ese silencio, me golpeó, aullé del dolor, sentí mi cuerpo perderse también y con una luz cegadora, me desmayé ante ese poder.

* * *

Había perdido mi forma de bestia y cornamenta, me encontraba sobre roca húmeda y fría, ningún sonido, ningún atisbo del poder que me había hecho ceder en el último momento, ninguna risa diabólica en medio de la inconciencia o la obscuridad, mis ojos de alto fae viendo a través de las sombras y poniéndome lentamente de pie dejé que la enorme cueva llenase mi periferia visual, no había mucho que ver en realidad, las salientes eran prominentes, la altura al menos tres veces más altas que yo y no había esplendor, menos en esa obscuridad que simplemente era deprimente hasta que allá, lejos de la entrada, de espaldas, se encontraba una figura esbelta, delgada, cabello suelto y adornado en gotas de azul, con un vestido blanco que parecía irradiar luz blanca como una estrella en medio de esa devastación visual.

Una Corte de Sombras y SolsticiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora