Target 3: Le ceneri

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Pasaban de las 10:00 de la mañana y no faltaba mucho para que las clases tomaran un receso. Las primeras dos horas dentro del salón se fueron en su examen y a pesar de no sentirse con los ánimos necesarios para contestar la prueba y distraerse cada segundo, Tsuna pudo resolver casi todas las preguntas con la certeza de estarlo haciendo bien. Creyó que el corazón se le calmaría cuando entregara el papel, pero no fue así: se estaba engañando. 

La verdadera razón por la que su consciencia no lo dejaba tranquilo era porque el asiento delante de él estaba vacío. Después de salir corriendo y dejar a Gokudera solo, se arrepintió a medio camino y quiso volver para arreglar el desastre que había causado, pero... ¿qué le diría? Además, el reloj de su celular le dijo que no tenía tiempo. Conocía a Gokudera, lo creía fuerte y sabía que su sentido de responsabilidad terminaría por llevarlo a clase, pero su angustia creció cuando iniciaron las clases y su guardián no llegó.

– ¿Sabes por qué no vino Gokudera? –La voz de Yamamoto lo sacó de sus pensamientos y lo forzó a poner una cara que escondiera su preocupación.

–No... – Tsuna ni siquiera lo volteó a ver, no tenía ganas de hablar con nadie. Se sentía como un idiota y lo único que quería era hundirse en su miseria.

– Me pareció muy extraño que no me esperaran como siempre y cuando llegué al salón, sólo estabas tú. ¿No irás a buscarlo en el receso? De seguro estás preocupado.

– Él está bien. – Tsuna respondió con un tono cortante, ganándose una mirada de sorpresa e indignación por parte de Yamamoto.

–Como quieras. –Yamamoto no quiso discutir. Tsuna reposó su cabeza sobre la mesa de su escritorio y no notó que su amigo tomó sus cosas y salió a toda prisa del aula.

–Lo siento. – dijo con voz poco audible. A los pocos segundos escuchó a su alrededor cómo todos sus compañeros dejaban el salón de clase para comer su almuerzo. Todos menos él. 

–Gokudera... lo siento. – Tsuna sintió que acababa de tirar por la borda lo mejor que la mafia le había dado. Sintió que a partir de ese día, Gokudera saldría de su vida. Se permitió derramar una lágrima y otra y otra... Se sintió estúpido por haber robado el diario y peor aún, por toda esa escena en el parque.

Le dolió el corazón. 

Tsuna estaba habituado a imaginar la vida sin que Kyoko lo correspondiera, incluso llegó a crearse escenarios donde la chica lo rechazaba de la peor manera, donde decidía dejar de hablarle, donde se iba de su vida por su propio pie y aunque era un dolor imaginario, sentía que podía hacerle frente y reponerse. Pero nunca imaginó su vida sin Gokudera, sin su mejor amigo. Esas pocas horas sin su guardián cerca le parecieron eternas y tortuosas, por lo que imaginar una vida entera sin él lo estaba matando.

Levantó la cara y posó su mirada en el lugar de Yamamoto, creyendo que lo encontraría ahí, pero vio sólo una silla vacía.

–También se fue. – Sabía que había ido a buscar a Gokudera y se molestó porque sabía que era él quién debería estar yendo a su encuentro. ¿Y si Gokudera no quería verlo? Después de todo, no tuvo piedad alguna al rechazar sus sentimientos. La culpa lo volvió a golpear porque se dio cuenta que, desde que leyó ese diario, jamás se detuvo a pensar en Gokudera: no pensó en cómo se sentiría al descubrir sus sentimientos, al darse cuenta que su diario había sido robado, al rechazo y a la absurda petición de alejarlo con el estúpido pretexto de "tomarse unas vacaciones de la familia".

–Eres un idiota, Tsunayoshi. – Se dio cuenta entonces que no importaba lo mucho que lo deseara, lo mucho que pidiera y lo mucho que se disculpara. La sonrisa que Hayato Gokudera le regalaba todas las mañanas no iba a volver nunca. Ni aunque arreglaran las cosas y volvieran a ser los amigos de antes.

El secreto de la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora