Target 4: Ponti spezzati

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Tsuna caminó sin ganas hasta su casa. No recordaba nada de lo que habían hablado en clase y el camino de regreso se sintió vacío, silencioso y solitario como hace años no lo era. Desde que conoció a Gokudera hace algunos años atrás, siempre había caminado con él después de la escuela. A veces acompañados por Yamamoto, pero siempre ellos dos juntos.

Y no verlo a su lado le dolió.

Entonces decidió desviarse un poco de su camino. Tal vez si iba a casa de Gokudera y le pedía una disculpa, todo podría volver a ser como antes. Nada perdía con intentar. Tsuna corrió con un brillo de esperanza en los ojos, pero al llegar, encontró la casa vacía.

– No está. – La emoción se le acabó y decidió volver por dónde vino, apesumbrado y sin ganas. En ese momento entendió que no sería tan fácil enmendar su error. –Eres un idiota, Tsunayoshi.

–Décimo... – Volteó al escuchar la voz del viento, pero no encontró a nadie. Su mente ya estaba comenzando a extrañar a Gokudera, más de lo que quería aceptar. 

¿Y si estaba exagerando y su querido guardián sólo necesitaba un tiempo a solas para sentirse mejor? Tsuna volvió a repasar la idea de poner algo de distancia entre ellos y no le pareció tan mala. Gokudera no era débil, sabía que una situación así no lo detendría. En su diario había escrito que lo más preciado que tenía era su amistad y estaba seguro que su guardián no se iba a permitir perderla por una pequeña falta de su parte, ¿o sí? Por alguna razón, su mejor amigo siempre terminaba cubriéndolo cuando se equivocaba... ¿por qué habría de ser diferente esta vez? Tal vez después de un par de días separados, Gokudera terminaría por regresar a su lado.

Así terminó el camino de regreso a casa un poco más animado. Seguramente mañana caminarían juntos a la escuela como si nada hubiera pasado y seguirían tan amigos como siempre. Ya era hora de pasar página y dejar atrás ese trago amargo. Tsuna llegó a casa y Nana lo saludó aún con rastros de preocupación en la cara, pero al ver a su hijo tan tranquilo, dejó pasar el incidente matutino. Lambo corría por la casa e I-pin trataba de alcanzarlo y Futa leía un libro en la mesa. Así que sin ganas de perturbar la escena familiar, subió a su cuarto, se dio una ducha y al salir comenzó a hacer sus tareas escolares. Como no entendió nada, decidió dejarlo por la paz y recostarse en la cama. Mañana le pediría ayuda a Gokudera y entregaría todo sin problemas.

Miró por la ventana y se dio cuenta que la noche lo había alcanzado. Suspiró y regresó a su cama para tomar su celular y ver Facebook. Entró al perfil de Kyoko y comenzó a ver sus fotos, como cada noche. ¿Sería que pronto volverían a salir como aquella vez que fueron por un helado? Soltó una risita en señal de vergüenza al percatarse de lo que estaba pensando.

De pronto, un ruido en la venta lo sacó de sus pensamientos. Sonaba como si alguien golpeara el cristal desde el otro lado. Tsuna se acercó cauteloso porque sabía que Gokudera solía montar guardia en las noches para evitar que algún villano le tendiera alguna trampa, pero ahora que no estaba... Corrió la cortina de un solo movimiento y le sorprendió ver que en la orilla de la ventana había una pequeña cajita.

– ¿Qué podrá ser? – se dijo en voz baja. Abrió la ventana y un golpe de aire frío le hizo agradecer estar en dentro de casa y no en la calle. Tomó la pequeña caja sin pensarlo y la puso sobre el escritorio. Cuando regresó para cerrar la ventana, apenas y pudo distinguir una silueta que se internaba en la noche. Como no la reconoció, cerró la ventana sin más preámbulos. Tsuna dudó un poco en abrir la pequeña caja, pero al final optó por hacerlo. Dentro había un papel doblado y algo más en una pequeña bolsa de seda color púrpura. Abrió la nota y reconoció aquella escritura a mano:

"Sono spiacente per l'inconveniente, Juudaime.
-H.G.
"

El ánimo de Tsuna cayó por los suelos al tomar lo que estaba dentro de la bolsa: el anillo Vongola de la tormenta. Las cosas no estarían mejor mañana porque no sabía si vería a Gokudera en la mañana. Su guardián se estaba despidiendo de él al dejarle lo único que por ahora los unía. Decidió llamarlo a su celular una vez pero no contestó. Otra vez...tampoco. Y a la tercera, desistió. Abrió su conversación de Facebook y tecleó:

El secreto de la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora