XII: Deseos de cosas que sí son posibles

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El cumpleaños de Clara se acercaba, por lo que se encontraba muy emocionada al respecto. Debía admitir que los dieciséis habían sido su año más aburrido, aunque no esperaba que los diecisiete fueran mejores, para ella nada cambiaría de verdad hasta cumplidos sus dieciocho. Esa era la edad de tomar decisiones. Recordaba claramente que, a la edad de quince años, salía cada fin de semana a las usuales fiestas de Quinceañeras, a pesar de no haber realizado una y de que, en la actualidad, prefería quedarse en su casa antes que pasar la noche afuera de la misma, pues las salidas con sus amigas ya no eran como en aquel entonces.

Por primera vez, luego de la muerte de su madre, festejaría su cumpleaños. Lo cierto era, que no sabía cómo sentirse al respecto, dentro de sí tenía un gran remolino de emociones, puesto que le emocionaba hacerlo —recordaba que festejar su cumpleaños era algo que siempre le había gustado—, sin embargo, no sabía qué tanto afectaría la falta de su madre en dicho festejo, pues en su infancia siempre había sido ella quien se encargaba de toda la organización. Su madre siempre se encargaba de darle la chispa necesaria a determinado día y Clara sabía que no sería fácil hacerlo por su propia cuenta.

Había tomado dicha decisión ante la insistencia de su padre, quién habiendo encontrado nuevas alegrías, estaba dispuesto a retomar viejas costumbres familiares y de tal manera quería que Clara también lo hiciera. Ella debía admitir, también, que Matías había influido en gran parte, especialmente tras haberse ofrecido en organizar cada detalle a su lado. Es así que, ambos compartían un pequeño cuadernillo en donde las últimas noches habían estado encargándose de ello: los invitados, la comida, la decoración, si lo haría el mismo día —un viernes, para suerte suya—, e incluso, a pesar de no ser de su agrado, Matías la había convencido de servir un par de bebidas las cuales él le había prometido conseguir, con la excusa de decir que ella debía de ser la única chica de su generación la cual seguía prefiriendo una Coca-Cola al Vodka, haciéndola sentir un tanto mojigata.

Matías, además de estar ayudándola con la organización de su cumpleaños a festejar en los primeros días de septiembre —lo cual ya era un gran gesto para ella—, le había prometido tener una sorpresa para ella, teniéndola con la intriga comiéndole la cabeza y a ella misma comiéndose las uñas de sus dedos por el nerviosismo. Nunca había sido buena para las sorpresas, incluso cuando estas terminaban por ser buenas, y el hecho de que tal detalle viniera de su parte, le hacían sentir más nerviosa aún.

El sábado anterior a su cumpleaños, tras despertarse, almorzar —pues era usual en ella levantarse bastante tarde en sus días libres— y volver a su habitación, tenía un mensaje de su parte, esperando por una respuesta.

"Dime que no tienes planes para hoy...", decía dicho mensaje. Clara se mordió el labio pensando en que, en realidad, casi nunca tenía planes para los fines de semana —algo que él sabía pero que ella no volvería a mencionar—, sin embargo, tenía un escrito importante de Historia el siguiente lunes, por lo que se había prometido a sí misma estudiar ese sábado, para no sentir tanto peso al otro día. Sin embargo, tras pesar ambas situaciones en una balanza imaginaria en su cabeza, decidió que las promesas que le hacía a su persona no pesaban tanto como lo mucho que lo quería a Matías.

Así que tras responderle, emprendió lo que para ella era 'Misión Imposible': arreglarse para una cita, si es que tal salida lo era. En realidad, lo que más le preocupaba era que no tenía ni la más mínima idea de a donde irían, provocándole que tal misterio le jugara en contra a la hora de elegir el atuendo perfecto para salir, solamente tenía una hora y la promesa de que la pasarían genial, y confiaba en ello.

Llegadas las 05:00 p.m. menos cinco minutos, siendo las 05:00 p.m. la hora establecida por Mati para encontrarse en el frente de su casa, se miró por última vez en el espejo, aunque esto era algo que venía haciendo la última media hora. Finalmente se había decidido a llevar un atuendo casual, una blusa no muy abrigada —a pesar de estar finalizando agosto, no hacía mucho frío, lo cual agradecía—, unos simples jeans y championes, pues ella aseguraba que, independientemente del lugar que fueran, aun así, debía sentirse lo más cómoda posible.

Por cada noche (a tu lado) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora