«La historia de un amor que nace bajo la luz de las estrellas.»
Clara y Matías tienen una tradición. La misma nació la noche en que Matías escaló por el tejado de la casa de Clara y terminó cayendo en su patio.
Cada noche, al llegar las 12:00 en pu...
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Las clases dieron su inicio como cualquier otro primer día, algo así como una extraña mezcla entre nerviosismo, agotamiento y pocas ganas.
El lunes a la mañana, las puertas del Colegio Bernardo Saralegui se abrieron a darle la bienvenida a todos sus viejos y nuevos estudiantes. Todos se aglomeraban en distintos grupos, parloteando y comentando sobre sus vacaciones, que si fulano había pasado todo el verano afuera, que si mengano había pasado encerrado y si otros tantos no las pudieron disfrutar porque debían de dar exámenes, y por supuesto, si salvaron estos al final, o no.
Clara vio a lo lejos a Matías, con su usual grupo de amigos, entre ellos Joaquín, Mateo y ese otro chico de sonrisa bonita del cual Clara no sabía mucho, pero del que recordaba que Julieta, una de sus amigas, había tenido un graaan amor platónico hacía un tiempo.
Algo distraída, se había ido a buscar a sus amigas, encontrándolas a todas en el mismo punto de siempre, en el banco junto al álamo blanco que decoraba la entrada del colegio. Era hermoso, pero el color tan apagado de sus hojas en un lunes de primer día de clases, definitivamente no ayudaba al humor de los estudiantes.
Sus amigas, sentadas en el siguiente orden: Cecilia, Belén y Julieta, la recibieron en un fuerte abrazo, ¡todo un verano sin verse! Puesto que, ellas, al igual que la mayoría del resto del alumnado, se habían ido de vacaciones, habían disfrutado de la playa y el mar mientras Clara no había podido salir ni a la esquina, o bueno, quizás a la esquina sí, estaba segura de que lo había hecho algún que otro día para acercarse a tirar la basura en el tacho que siempre estaba allí.
—¡Epa, china! —la saludaron sus amigas, haciendo referencia a sus rasgos de procedencia asiática que tanto la diferenciaban del resto. Y es que, a pesar de que muy pocos lo sabían y otros pocos lo sospechaban, Clara había sido adoptada cuando tan solamente era una bebé de unos pocos meses. Dentro de la poca información que había recolectado a lo largo de su vida se encontraban los retazos de un pequeño árbol genealógico que la guiaban a antepasados de origen coreano.
Lo cierto era que, tener ascendencia coreana, Clara lograba resaltar de entre los demás, algo que le era totalmente indiferente, aunque para los demás esto no fuera así. Clara siempre lograba llamar la atención entre la multitud, aunque esto no fuera de su preferencia, ni socializar fuera su fuerte.
Y, aun así, por irónico que sonara, tenía bien armado su grupo de amigos, de acá por allá se iban sumando algunos, amigos de amigos, uno que otro conocido... Eran un grupo bastante grande, aunque Clara no estuviera acostumbrada a pasar las horas de clase con ellos, siempre se armaban salidas los fines de semana.
Poco a poco se fueron acercando los que faltaban, los varones con su usual alboroto, e incluso aunque fueran tan pocos que los podías contar con –menos de- los dedos de una mano, con el ruido que hacían parecían multiplicarse por diez. Así, fueron apareciendo Mateo, inconfundible entre la multitud por su cabello dorado hasta media espalda, Franco, de rizos tan oscuros como sus ojos, y Fede... Fede más que ser un amigo, era el ex de Clara, pero para ventaja suya, desde su rompimiento hacía más de un año atrás, se llevaban bastante bien. Él la saludó con una sonrisa tímida, como si después de tanto tiempo aún resultaba un poco extraño el compartir grupo de amigos. Clara le devolvió la sonrisa, aunque un poco más desenvuelta que él, quizás ella lo tenía más normalizado... Después de todo, ella había roto con él. A Fede le brillaron sus ojos verdes al sol, haciendo juego con su cabello rubio, corto y lacio, aquel por el que más de una vez ella había pasado su mano.
