Capítulo 24: Ya nada será lo mismo

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POV Julio

Mierda, esto era malo. La primera cosa que disparó a través de mi cerebro era que necesitaba mantener a Guido bajo control. Claro, yo quería matara ese imbécil tanto como él, pero en serio necesitábamos tener cuidado. Si, literalmente, le saltábamos encima tan pronto como entrara, nos seríamos responsables, y le había prometido a su mamá que no le permitiría hacer eso. No dejaría que Guido fuera a la cárcel por ese idiota, Ángel necesitaba de su hermano mayor, sobre todo ahora con el bebé en camino. La segunda cosa que surgió en mi mente era que necesitaba sacar a mi chica y mi bebé como el infierno fuera de aquí, ahora.

—Ángel, vamos, te llevaré a la mí a casa —declaré, agarrando su mano y tirando de ella lejos de Guido.

Ella arrancó su mano de la mía y me miró.

—¡No voy a ninguna parte! No voy a dejarlos hacer esto, a ninguno de los dos. Ustedes no pueden darle una paliza, se meterán en problemas. ¡Estás siendo tan jodidamente estúpido! —gritó. Las lágrimas rodaban por su rostro mientras hablaba.

—Ángel, tiene que salir, ahora —ordené. No se iba a quedar aquí, cerca de ese hombre, de ninguna forma, porque si él la miraba de manera equivocada no sería capaz de contenerme, y mucho menos mantener a Guido bajo control.

Sacudió la cabeza con fuerza. Siempre había sido terca, por lo general me encantaba eso de ella —pero no en estos momentos, no lo hacía. Bueno, si lo quiere así, entonces al diablo. La tomé, envolviéndola en mis brazos, levantándola en estilo nupcial.

—¡Julio, no te atrevas! —gritó, su rostro poniéndose rojo de ira mientras luchaba por bajarse. Negué con la cabeza, lidiaría con su enojo después, no estaría enfadada conmigo por mucho tiempo y una noche con la ley del hielo valdría totalmente la pena, solo si sabía que ella estaba completamente a salvo. Comenzó a sollozar y envolver sus brazos alrededor de mi cuello, mientras la cargaba fuera de la casa. ¡Maldita sea, me estaba matando! Odiaba verla llorar.

Le di un beso al lado de su cabeza.

—Shh, todo va a estar bien, te lo prometo. Sólo te necesito a salvo para poder concentrarme en mantener tranquilo a Guido, ¿de acuerdo? —dije honestamente.

Llegamos a mi casa y abrí la puerta rápidamente, en dirección al sofá. Me senté y la mantuve en mi regazo, meciéndola suavemente.

—Por favor, no te metas en problemas, Julio, por favor —suplicó, abrazándome con más fuerza.

—No lo haré. Necesito ir al lado ahora. Tú te quedas aquí, no vengas hasta que venga a buscarte. ¿Me entiendes? ¿Puedes hacer eso por mí? —pregunté con desesperación.

Ella suspiró y se alejó sin mirarme.

—Sólo ve entonces —espetó enfadada, alejándose de mi regazo para sentarse en el sofá. Esto realmente no le gustaba en lo absoluto.

Gruñí, odiando su expresión de enojo.

—Te amo, Ángel. Sólo los necesito a ti y a nuestro bebé seguros —expliqué mientras besaba su mejilla, frotando mi mano sobre su vientre plano. Luché contrala urgencia de sonreír pensando en mi bebé creciendo dentro de ella, ese pequeño bebé afortunado que conseguía estar más cerca de ella que nadie por los próximos ocho meses. Asintió y cerró los ojos, lágrimas silenciosas estaban aún cayendo por su rostro.

Me puse de pie y me volví para irme.

—¿Julio? —llamó justo cuando llegué a la puerta. Me di la vuelta, con la esperanza de una sonrisa—. Te amo demasiado. Si te envían a la cárcel por asesinato entonces esperaré por ti —afirmó sin ninguna emoción en su voz en absoluto. No era una broma, realmente pensaba que iba a ir a la cárcel.

El Chico de la Ventana - IsulioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora