Capítulo 4: Yo lo fui

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Después de cenar, Guido y Julio salieron a buscar bebidas para la fiesta como siempre. Así que aproveché la oportunidad de tomar un agradable baño, haciéndome sentir relajada y fresca. Gruñí ante el pensamiento de otra fiesta. Ellos no se ponían salvajes o algo por el estilo, pero se quedarían hasta por lo menos las tres o cuatro de la mañana. Encima de la falta de sueño, habría un gran desastre que limpiar en la mañana, tanto dentro como fuera.

Me sequé y me envolví en una toalla. Cuando di un paso fuera del baño, choqué directo contra Julio. Sus manos se extendieron para sostenerme, agarrando mi muñeca para que no me cayera. Apreté la toalla más fuerte y traté de calmar a mi acelerado corazón.

—Wow, me gusta tu atuendo —dijo, mirándome de arriba a abajo lentamente. Retiré sus manos de mí y entré pisoteando a mi habitación, azotando la puerta al pasar.

Tan pronto la puerta se cerró, él tocó.

—¿Qué, Julio? —pregunté amargamente a través de la puerta cerrada.

—Ángel, abre la puerta por favor —pidió, agarrando el pomo.

—Julio, ¿podrías simplemente irte? En serio, ¡no estoy vestida! —Fruncí el ceño y pisé mi pie, y de inmediato me sonrojé y le di gracias a Dios de que él estuviera del otro lado de la puerta y no pudiera verme.

—Ángel, ¿por favor? —rogó.

Me encogí de hombros. Odiaba cuando usaba ese tonito de voz. Era su voz de hora-de-dormir a la que tenía problemas para decirle que no. Arrastré la puerta abriéndola y él me sonrió mientras me pasaba dentro de mi cuarto.

—Bien, ¿qué demonios quieres? —pregunté, caminando hacia mi armario para sacar mi camiseta favorita de las de Julio que encontré en la lavadora. Me la puse, teniendo cuidado de mantener la toalla firmemente enrollada contra mí.

—Hey, me preguntaba dónde estaba esa camiseta —dijo, asintiendo frente a mi camisa.

Jadeé pensando que me pediría que se la regresara. Era mi camiseta favorita. Me la ponía cada vez que estaba en casa para sentirme vaga y descansada alrededor de la casa.

—No te la regresaré, adoro esta camisa —dije, sacudiendo mi mano en un gesto desdeñoso.

—Es justo. De todas maneras luce mejor en ti —replicó, con una sonrisa, mirando mis piernas.

Suspiré exasperada. ¿Por qué tenía que ser tan coqueto?

—En serio, ¿qué quieres? —repetí, caminando hacia la puerta y colocando mi mano en la manilla, lista para patear su trasero si hacía algún otro comentario coqueto.

—Sólo quería dejar mis cosas. Un cambio de ropa y algunas cosas para mañana, dado que pasaré la noche aquí —Se encogió de hombros, soltando su bolsa en mi cama.

—¿Y no podías simplemente dármela en lugar de entrar aquí? —pregunté con rabia. ¿Por qué tenía que hacerlo todo tan difícil?

—Podía haberlo hecho, pero me habría perdido el placer de ver tu ardiente trasero en mi camiseta. Creo que es muy sexy que una chica vista ropa de su hombre — ronroneó, escrutándome de nuevo, lo que me hizo estremecer.

Arrastré la puerta abriéndola y lo miré.

—¡Tú no eres mi hombre, así que lárgate! —le solté.

—Lo que digas, Ángel. —Se rió entre dientes y se fue, no sin antes dispararme su sonrisa coqueta.

Sequé mi cabello alisándolo y me apliqué maquillaje. De nuevo, casi nunca usaba maquillaje, ni siquiera en fiestas, así que sólo apliqué un poco de sombra plateada, algo de máscara de pestañas y cambié mi brillo de labios transparente por uno rosado. Me puse mi sostén y tanga a juego azul media noche y miré a través de mi armario. Las fiestas en nuestra casa siempre eran increíblemente calientes. Guido y Julio prácticamente invitaban a toda la escuela y todo el mundo venía, haciendo que todo el mundo estuviera acalorado y sudoroso por lo que no podía ponerme muchas capas. Halé un par de pantalones bastante cortos de color negro y un top a juego, luego me deslicé en mi collar largo y mis sandalias plateadas trenzadas con un poco de tacón. Me miré en el espejo. Tenía una linda figura, tonificada, no muy delgada y curva en los lugares adecuados. Había salido a mi mamá, con largas piernas, caderas redondeadas, estrecha cintura y pechos ligeramente más grandes que el promedio. No era la chica más atractiva del lugar, pero estaba feliz conmigo misma y eso era todo lo que me importaba.

El Chico de la Ventana - IsulioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora