Y ahí estaba yo, metida en un verdadero lío solo porque a mi mamá se le había ocurrido tener una amiga insoportablemente agradable.
Se habían conocido un día en el supermercado mientras hacían la despensa, y habían quedado prendadas la una a la otra. Recuerdo muy bien haber llegado a casa aquel día y haberlas encontrado en la sala tomando café...
Mi mamá no tenía muchas amigas, pero las pocas que tenía eran increíbles, dulces, amables, cariñosas. La señora Dara parecía ser todo aquello.
Se habían conmovido la una a la otra. Mi papá era invidente y, al parecer, la hija de Dara había sufrido un accidente en el que había perdido la vista. Una tarde, nos contó la situación de su hija. Al parecer, perder la vista había sido un golpe muy duro para ella. Se la vivía encerrada. No quería comer, no quería salir, no quería ver a nadie, no iba a la escuela... Parecía esperar su muerte.
El corazón se me estrujaba en el pecho cada que me daba cuenta del dolor de aquella mujer y, en una arranque, me ofrecí a ayudarla. Sabía que me arrepentiría después porque, con la universidad, las tareas, ayudar a mi mamá en la tienda y mis clases de braille, me quedaría muy poco tiempo para mí, pero no me importó. Yo sabía "ver" el mundo como lo hacía mi padre. Sabía moverme en cualquier lugar y espacio sin ver con los ojos. Veía con el resto de mis sentidos.
Recordaba perfectamente cómo jugaba con mi padre. él vendaba mis ojos y me enseñaba el fascinante mundo de la sensibilidad, el tacto y el olfato... Me había comprometido a ir a intentar enseñarle a la hija de Dara, todo lo que yo sabía. Mi papá siempre había sido un hombre muy espiritual. Un hombre que creía que el destino era algo irrevocable. Algo que no podía cambiarse, algo que ya estaba escrito y nada, ni nadie, podría modificarlo. Nada pasa por casualidad para él.
Así que ahí me encontraba, caminando rumbo a casa de Dara, para ayudar a su hija.
Pude distinguir el número de la casa y me quité los audífonos. Uno de ellos se me enredó en mi cabello y luché con él unos segundos para liberarlo. Intenté peinar mi mata de pelos con los dedos, pero fue imposible. Nunca podría verse como los de las chicas de las revistas; me había resignado hacía mucho tiempo atrás. Toqué el timbre de la casa y aguardé unos segundos antes de encontrarme con la amable Dara.
— ¡Rosé! ¡Hola!, pensé que no vendrías — me dijo. Su voz parecía aliviada.
Sonreí un poco mientras ella me guiaba dentro de la casa. Mis pasos eran titubeantes. Se volvió hacia mí un instante y pude notar un destello de miedo tiñendo su mirada, Fue entonces cuando comencé a ponerme nerviosa.
— Lisa es una chica... — se quedó callada un segundo, pensando en la palabra perfecta — con un carácter especial...
Intenté sonreír, pero estaba bastante segura que mi rostro pareció más una mueca que una sonrisa.
— Puedo manejarlo — dije, intentando sonar segura. Dara sonrió con nerviosismo y comenzamos a subir las escaleras. El silencio me ponía los pelos de punta. Nos detuvimos frente a una puerta de madera. Nuestros pasos eran amortiguados por la alfombra del suelo. Dara tocó la puerta pero nadie respondió.
— ¿Lisa? — titubeó. Guardamos silencio un momento que pareció eterno, pero nadie habló. — Lisa, no quiero entrar sin tu permiso — jamás había escuchado a Dara sonar tan acongojada, tan asustada...
— Vete — dijo una voz ronca pero distorsionada, desde el interior de la habitación.
— Lisa, por favor... — pude notar cómo la voz de Dara se quebraba. El silencio lo invadió todo.
Dara me miró y abrió la puerta lentamente, asomando la cabeza por la rendija. Articuló algo que no pude entender y luego dirigió su vista hacia mí, una vez más, negando con su cabeza.
— No quiere visitas — me dijo en un susurro, para que ella no nos escuchara. Cerró la puerta y se dirigió a las escaleras. Pude notar cómo sus ojos se llenaron de lágrimas y entonces, regresé a la puerta, abriendo con brusquedad.
Me quedé congelada. Esperaba una niña no mayor de doce años, pero en esa habitación solo estaba una chica. Una chica más o menos de mi edad. Sus oscuros ojos estaban perdidos en la nada su cabello castaño claro estaba alborotado sobre su nuca y su frente; su piel blanca contrastaba con unos labios rojos y mullidos; su expresión de confusión era casi igual de grande que la mía.
— ¿Quién anda ahí? — dijo con voz ronca mientras miraba hacia todos lados con el entrecejo fruncido.
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Though I can't see you (Chaelisa G!P Adaptación)
FanfictionDespués de aquel accidente automovilístico, Lalisa Manoban, había pasado de ser una chica fuerte, altanera, arrogante y decidida, a ser una pobre diabla enfadada con el mundo. Una chica huraña y solitaria, que parecía que lo único que quería hacer e...