Lunes 25 de mayo de 2020
Antes de continuar con la extravagante aventura del súper, me gustaría cagarme públicamente en los muertos más frescos de todos los niños (y sus respectivos padres) de mi urbanización, pues ayer domingo se pasaron todo el día en la calle. TODO EL SANTO DÍA CON EL JODIDO BALONCITO DE MIERDA. Y al lado de mi casa, cómo no. Se pasaron el horario en que pueden salir, el tiempo, el confinamiento, la distancia de seguridad y la mascarilla por los mismísimos cojones. Y ni un adulto a su cuidado, ni uno solo.
Mira, yo es que me cago en el caucho, en la federación internacional de fútbol, en los cuatro gilipollas de Inglaterra que decidieron inventar semejante pedazo de mierda y en la putísima reconcha de la madre que los trajo a todos a este mundo en vez de coserse la vagina con hilo de alambre. ¡He dicho! Espero que la segunda oleada del corona se cebe con ellos y tengan que amputarles las piernas a la altura del cuello, a ver si siguen jugando a pegarle balonazos a la fachada de mi casa. Panda de aberraciones cromosómicas con patas...
Vale, una vez descargada mi furia reptiliana, prosigamos.
Me había quedado en que, aparentemente, el dueño del súper quería mi pis y que me pagaría por ello. No os voy a mentir, no era la petición más agradable del mundo y el lugar daba bastante grima, pero que me paguen por el simple hecho de mear... joder, ni tan mal. Además, llegados a ese punto tampoco es que perdiera nada por preguntar, ¿no? Sobre todo porque me había asegurado que mi integridad no correría peligro y, otra cosa no, pero mear se me da espectacular.
Cuando la idea se asentó en mi cabeza, le pedí que me explicara qué es lo que quería exactamente y de cuánto dinero estábamos hablando. Ignoró mi primera pregunta y fue directamente a una de las estanterías, tomó un sobre blanco y me tendió. Dentro había dos billetes de cincuenta euros. ¿Me estaba ofreciendo cien euros por echar una meada? Efectivamente. En ese momento me di cuenta de lo cierto que es aquello de que todos tenemos un precio. ¿Significa eso que acepté? Bueno, primero dejad que termine de exponer los hechos, que aún hay más.
Volvió a colocar el sobre en su sitio y se me quedó mirando. No pee, no money, bro. Me preguntó entonces que si me interesaba, a lo que respondí que eso dependía de lo que tuviera que hacer. Asintió y me pidió que lo siguiera al otro lado de la mampara. Este espacio, a diferencia del anterior, estaba dividido en dos alturas conectadas por unas escaleras que daban a un llano con varias sillas. Era algo parecido al escenario de un teatro, para entendernos. Había mucha menos iluminación, y también menos trastos por todos lados. Al fondo de lo que llamaré «patio de butacas», apenas visible por la escasez de luz, había una puerta y un espejo que cubría toda la pared,
El dueño del súper me reveló que el espejo era uno de esos desde los que solo se ve por un lado (unidireccionales se llaman), y que al otro lado había una sala con las dos personas interesadas en mi pis. Así, sin anestesia ni nada. Me preguntó si podía darles permiso para que salieran y tomaran asiento; al fin y acabo, eran los que pagaban. No estoy seguro de haber dicho que sí, aunque el hombre hizo un gesto con la mano y los susodichos entraron y, sin terciar palabra, se sentaron en las sillas. Era todo tan surrealista que pensé que ya nada podía sorprenderme. Y vaya si estaba equivocado... Llevaban un par de máscaras que les cubrían las caras, una con forma de gato y la otra de zorro, a juego con dos colas que sobresalían en la parte trasera de sus pantalones. Daban todo el mal rollo del mundo, como si fueran de una secta de furros o algo así, pero he de reconocer que las máscaras eran super bonitas.
Pasó entonces a explicarme mis «opciones». La primera, y la menos lucrativa, era mearme en un recipiente, coger el dinero e irme. Sin más. La segunda subía como mil escalones de obscenidad y perversión, pues se trataba de hacer una lluvia dorada. No sé si estáis familiarizados con estos términos, pero básicamente consiste en mear a alguien. En este caso, a esas dos personas. La suma a pagar estaba a la altura de la petición. La tercera y última opción era todavía más extraña y perturbadora. Se mantenía la parte anterior, pero además tenía que ponerme unas orejitas y un rabo de zorro; claro que ya puestos, qué más daba ir disfrazado que no. ¿Es o no es para flipar en multiversos? Ah, bueno, y el precio de esta no estaba estipulado... Por cierto, entre ambas alturas habría como un metro de desnivel, lo suficiente como para pegarles un patadón en la boca si fuera preciso.
Fijaos lo tontos que podemos llegar a ser, y creo que hablo con conocimiento de causa, que de toda la información que estaba procesando en esos momentos, lo que más me preocupaba era el hecho de tener que sacarme el pito ante dos desconocidos. No que tuviera que mearles, no que quisieran que me disfrazara de furro, ni siquiera que el dueño del súper tuviera montado un negocio clandestino de depravación; no, yo vergonzoso por la parte, digámoslo así, más «natural» de todo, con cuarenta comillas.
¿Qué creéis que hice? ¿Pensáis que acepté? Os dejo esta frase para que lo penséis. Venga, no voy a darle más vueltas y me ahorro los detalles escabrosos, solo diré que cuando mencioné que había cenado un salteado de espárragos y seitán, los de la máscara le dieron a entender al del súper que hiciera lo posible para convencerme, que el dinero no era problema. Así que, claro que me meé encima de esos dos, ¿qué habríais hecho vosotros si os ofrecen setecientos euros a cambio? Entiendo que para quienes no tengáis pene es algo más complejo de llevar a cabo, y también más violento, pero, oye, si ellos se lo pasan bien así, ¿quién soy yo para juzgar sus filias? Fue razonablemente rápido, indoloro (que no inodoro, porque vaya olorcito más riconudo), y una vez superados el shock y el pudor iniciales, la meada resultó de lo más lucrativa. El dinero más fácil de mi vida, vaya.
Entre unas cosas y otras, estuve allí abajo cerca de media hora. Llegado el momento, me dieron el dinero en un sobre, agradecieron mi «contribución» al negocio y el dueño me acompañó a la puerta de salida. Lo primero fue enviarle un mensaje a mi pareja, quien estaba a punto de avisar a la policía. Lo segundo, a raíz del mensaje, recordé la foto que me había enviado la vez anterior la Sra. W y se la mostré al tipo del súper. Se rio y me dijo que era una afección cutánea que la mujer padecía desde hacía muchos años, que no era contagiosa y que nada tenía que ver con lo que me pasaba a mí. Formaba parte de la treta para llamar mi atención. Vaya, dicho en otras palabras, que me tomaron el pelo y yo me lo tragué como el imbécil que soy.
Me sentí un poco bastante utilizado en ese momento, la verdad, aunque aprovechando que parecía receptivo, quise saber si mis sueños y la vieja loca que me pegó la paliza en el césped también formaban parte de su «plan». Sin embargo, en este caso se encogió de hombros y, con una media sonrisa, respondió algo así como que hay personas que no saben hacer un consumo responsable. Ni puñetera idea de qué quiso decir. Pero bueno, qué queréis que os diga, cada vez que abro el cajón de mi escritorio y veo el sobre blanco lleno de billetes, mi pobre ego herido duele un poco menos.
En fin, la semana pasada transcurría tranquila hasta que el jueves por la mañana recibí un mensaje, esta vez directamente del dueño del súper. Me contó que uno de sus clientes tenía una petición muy particular y que necesitaba ayuda, por si me interesaba participar. Yo solo tenía que conseguirle a un hombre de mediana edad, preferiblemente rellenito, y llevárselo al súper. No me dio más detalles ni yo los pedí, la verdad. A cambio de mi colaboración, me pagaría una cifra muy sustancial, que no voy a revelar porque me da hasta vergüenza. Le respondí que me lo tenía que pensar y me dio un par de días de margen. Esta mañana le confirmé que lo haría.
Desde que contactó conmigo tuve claro el candidato ideal; conque, hace un rato, aprovechando que no había nadie en la casa, le dejé una nota a mi vecino en la terraza, la misma terraza que intenté llenar de meados y aceite usado. No sé por qué todo gira en torno al pis últimamente, pero no seré yo quien haya de juzgar la caprichosa providencia. La nota, por cierto, rezaba: «He encontrado a tu perro, ven al súper a por él».
Ya os dije que tarde o temprano me cobraría mi venganza, aunque en este caso no sé si será un plato frío o caliente. Lo que sí sé es que cada vez veo más próxima mi salida de esta urbanización de subnormales....
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Diario de una cuarentena
General FictionHola, soy Fígaro y estoy en cuarentena. De hecho, medio mundo lo está. Y todo por el famoso coronavirus que sale hasta en la sopa. Porque, por si no te has enterado todavía, es una pandemia global y no podemos ni debemos salir de casa. Pero a mí lo...